“Ningún
caballero respetable puede ser tan respetable”.
Dedos como mariposas e
inteligencia como el diablo. No es difícil pensar que individuos así pudieran
asaltar un tren en movimiento acudiendo a los más variados trucos de apropiación
de lo ajeno. Nunca se supieron muy bien cuáles eran sus identidades, pero,
realmente, eso es lo que menos importa. Se hicieron pasar por muertos, por
conquistadores de alta alcurnia y bajas intenciones, por apostadores en peleas
de perros, por prostitutas de sensualidad prohibida…lo que fuera con tal de
conseguir las tres llaves que abrían la caja de la felicidad. Era la Inglaterra
victoriana de finales del siglo XIX y contaban con la sorpresa, la audacia y el
anonimato como armas principales. Y cuidado con traicionarles. Eran caballeros,
pero caballeros que no dudaban en utilizar la fuerza si su código ético se veía
traicionado.
Y es que apelaban a los
más bajos instintos de todos los implicados en la seguridad de ese oro que,
supuestamente, iba a Crimea. Eran profundos conocedores de la naturaleza humana
y de sus debilidades y se abrían puertas con su exquisita educación, su
refinada elegancia y sus impecables maneras. Bien es verdad que bajo las
sábanas o entre otros ambientes rebajan el nivel hasta donde sea necesario. A
cada uno lo suyo y, para ellos, el oro de Crimea. A partir de aquí, tendrán que
moverse con sapiencia entre las calles de Londres, intentando recabar
información, cronometrando guardias, urdiendo los más brillantes trucos de picaresca
para que el botín termine en los bolsillos de caballeros muy respetables. En
realidad, es igual que en la auténtica alta suciedad…digo, sociedad.
Con una ambientación
excepcional, Michael Crichton dirigió su primera película con un reparto que
incluía nombres como Sean Connery, Donald Sutherland y Lesley Ann Down para
situarnos en medio de los juegos de hipocresía levantados por unos ladrones con
mucha imaginación y guante blanco. Jerry Goldsmith puso la música, Maurice
Carter, el fantástico diseño de producción y Geoffrey Unsworth, la fotografia.
Con esta planificación, el golpe tenía que salir perfecto. Aunque al final todo
tenga sus fallos, por supuesto. Al fin y al cabo, no todo el mundo que toma una
taza de té levanta su meñique.
Y es que hasta el arte
de la seducción tiene sus llaves que abren puertas insospechadas, armando
trampas de un tiempo que resulta fundamental cuando la presa se mueve sin parar
sobre unas vías. Los hombres somos los más fáciles de engañar porque queremos
pasar de anónimos a héroes, de viciosos a caballeros, de villanos a ejemplos en
apenas un chasquido de dedos…o, mejor, de látigo. Habrá que salir corriendo con
unos cuantos caballos al galope mientras el pueblo aclama la burla a los que
siempre vencen.
2 comentarios:
Hola,
Una peli bien hecha, bastante divertida y muy bien interpretada, quizás sea demasiado amable, que suele "ser coronada" como la mejor película de su autor (en mi caso, no lo es, le tengo especial cariño a otra). Lo mejor del filme, es esa charla con doble sentido entre el personaje socarrón de Sean Connery y la salida de la señora, mientras colocan una rueda de molino en el pequeño arroyo de su jardín, imperdible).
Saludos.
Quizá sea coronada como tal por la especial atención que en ésta se pone en la ambientación. Es una película, como bien dices, divertida y con unas interpretaciones muy ajustadas, con un toque irónico-cínico, pero sientes todo el sabor del Londres victoriano, con las calles atestadas, los vestuarios tremendos y esa estación de tren que casi, casi, es una protagonista más de la película.
Bien es cierto que está esa escena que, en un entorno más propio de una película de Ivory, acaba por ser una conversación erótica de altos vuelos dentro de los límites de la decencia. Tiene varias escenas bastante memorables, desde luego. Y todos sus actores, su momento de lucimiento.
Saludos.
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