Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor de "El rey del juego", de Norman Jewison, podéis hacerlo pinchando aquí.
Mucho se ha hablado
sobre aquellos grandes jefes de la Mafia que fueron encarcelados por evasión de
impuestos y fraude fiscal, pero muy poco de los hombres que hicieron posible la
acusación y posterior encarcelamiento. Ahí tenemos el ejemplo de Los intocables, de Brian de Palma, que
pone en el epicentro de la investigación a Eliot Ness y a sus hombres de
confianza. En esta ocasión, Joseph H. Lewis nos lleva hacia esos oscuros
oficinistas de la Oficina del Tesoro que tuvieron que sacrificar sus vidas
privadas para conseguir su objetivo. No había lugar para un fin de semana en el
campo y que sus esposas pudieran disfrutar de su compañía, no había horarios,
ni días libres. Sólo trabajo y la búsqueda incesante de algún confidente que
estuviera dentro de la organización y les diera los libros de contabilidad que
fueran elementos claves para formular la acusación. Algunas veces lo hicieron
con la persuasión, otras con la presión y otras, incluso, con la vida.
Así que ahí tenemos a
una pequeña brigada de tres hombres, ratones de biblioteca que hunden sus
narices en cifras y partidas de debe y haber para probar que hay conexión en
esos pagos con el jefe de todos los jefes. Por supuesto, el nombre del
individuo nunca se nombra. Se refieren a él como “El Gran Jefe”. Un tipo al que
ni siquiera se le ve la cara. Sólo su inmaculado sombrero claro y un puro en la
mano. Mientras tanto, los que iban detrás de él lucían trajes arrugados, ojeras
extendidas y decepciones a millares. Las pistas falsas se sucedían y, por
supuesto, en más de una ocasión, acababa con la sangre del incauto que se
atrevía a hablar. Y todo esto, con un ritmo trepidante, sin dar pausa al
espectador, propio de la serie B en la que se mueve la película, sin conceder
ni un minuto de respiro a los protagonistas. Es difícil hacer todo esto cuando
la acción se mueve entre un montón de ceros.
Es cierto que Lewis
introduce alguna trama más sentimental que otra, pero nunca es más evidente
que, cuando un hombre se decide a ser valiente, siempre hay una mujer especial
que está ahí detrás, aguantando en silencio, apoyando con sus miradas,
comprendiendo sus elecciones, con la certeza de que ese hombre al que ama por
encima de todo, está haciendo algo importante por los demás. Si ellos se juegan
la vida y el bien que pretenden hacer sobre un libro de cuentas, ellas lo hacen
sobre un pañuelo de lágrimas que nadie podrá tocar.
Una hora y veinte
minutos de relato criminal bien contado, tratando de cazar al tipo que nunca
tenía nada que ver con ningún asunto y, aún así, compraba abogados corruptos,
matones a sueldo que ejecutaban a cualquier enemigo que se acercase demasiado,
coches caros para sus amigos, residencias impresionantes de prados y
habitaciones interminables. No dejaron de ser héroes que, además de dominar al
aparato burócrata, también supieron ser duros cuando incluso la opinión pública
consideraba al “Gran Jefe” como un individuo simpático, popular, dicharachero y
saludable para la comunidad. Ahí es donde se puede comprobar de qué madera
están hechos algunos hombres.
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