Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor de "Luz que agoniza", de George Cukor, podéis hacerlo aquí.
Un buen día, cuando el
éxito en la vida ha llegado a su cima, decides volver la vista atrás y echar
una ojeada a todo lo que has ido dejando olvidado en el tiempo y, también, en
el recuerdo. Tal vez, tienes unas ganas enormes de volver a enamorarte como un
niño y disfrutar de esos momentos irrepetibles en los que todos eran risas,
ilusión, sueños, proyectos y esa sensación inigualable de sentirte dueño de tu
destino. O, quizás, quieres volver a sentarte con tu amigo del alma, aquel que te
acompañó en todos tus instantes de juventud y disfrutar de tu equipo favorito,
hablar de jugadores con el mismo vocabulario que se empleaba en los cromos de
fútbol, compartir confidencias e, incluso, un último adiós. Sentir de nuevo la
brisa del mar en la cara, con la paz en el cuerpo y en el alma, caminando
sin rumbo por una ciudad que guardaste en el corazón porque allí y entonces, y
no ahora, fuiste más feliz que nunca. Volver a empezar, en muchas ocasiones, no
es un comienzo, sino un final.
La sensibilidad de
aquellos años se utilizó para despertar otras habilidades que surgieron para
expresar sentimientos que parecían anclados en la bajamar. La literatura fue un
segundo amor para esparcir por el mundo y todo influyó. Luego ya vinieron los
honores y los premios, pero ningún escritor piensa en eso cuando trabaja. Puede
que todo sea más apreciado por espectadores que quieran ver la nostalgia en
cine y la pena de lo que, en realidad, es toda una despedida. Los regresos
suelen tener esa agridulce mezcolanza de tristeza y agrado y también es tiempo
de cerrar páginas, de pasar a una nueva época que se abre y que llena de
esperanza a un país que se consumió entre sus propios odios y decepciones.
Quizá esta película hable, de forma un tanto lánguida, de algo que no se puede
expresar con palabras. Sólo hay que verla y dejarse llevar, dejarse hechizar
por ese Antonio Albajara interpretado por Antonio Ferrandis, dejarse arrastrar
por esa Elena encarnada por Encarna Paso y, sobre todo, dejarse emocionar por
ese Roxiu inmenso, humano, cariñoso en todas sus frases y entrañable en sus
gestos y en sus ojos rebosantes en la piel del gran José Bódalo. Y es una
película única. Porque todos hemos tenido esa sensación de tener a alguien muy
cerca sin verle, sólo sabiendo que está allí, a tu lado, guardando tu sueño,
alimentando tu esperanza, haciendo que todo vuelva a empezar cada vez que abres
los ojos por la mañana.
José Luis Garci
consiguió el primer Oscar para el cine español con esta película que apela
directamente a nuestros corazones. A unos puede gustar más a través del
romanticismo de sus imágenes, de todo aquello que no se dice, pero se intuye,
del arte de la sugerencia que nos habla del pasado de unos personajes que ya
deben llamar a las aldabas del final. A otros les gusta menos acudiendo a su
repetitiva banda sonora con el Canon,
de Johannes Pachelbel y el Beguin the
beguine, de Cole Porter, o, incluso, al espíritu de reconciliación al que
parece llamar sutilmente. Lo cierto es que, a partir de esta película, el cine
español volvió a empezar y todos los que nos acercamos a verla pudimos
comprobar que los regresos después de muchos años no son tan alegres como hemos
querido imaginar. Al final puede que lo único que quede sea ese amor…ese amor…
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