A
veces, uno se sienta delante del teclado y por la mente no pasa absolutamente
nada. El ensimismamiento empieza a asomar sus colmillos y el detonante es la
inmensidad del blanco que se abre desafiante, esperando ser mancillado con el
talento escupido por los dedos. Y no ocurre nada. Entonces los objetos de
alrededor comienzan a ser importantes porque pasan a ser objetos de
observación. Es como si se tratara de buscar ideas en el entorno, como si esos libros,
esos cuadros, aquel diploma, o estos bolígrafos tuvieran muchas historias que
contar.
Y, de repente, un
recuerdo es suficiente como para que la imaginación se dispare. Es muy duro
tratar de escribir cualquier cosa cuando nadie en el entorno reconoce el
trabajo que se ha hecho así que más vale comenzar a cosechar elogios por imitar
la escritura de los demás. Y, sobre todo, si se tiene una especial inclinación
hacia la ironía más mordaz, o hacia el sarcasmo más hiriente. Ya se sabe, comer
y escribir, todo es vivir.
Así que con algo tonto,
tratando de escribir un libro en apenas unas líneas, el dinero empieza a caer.
Las deudas se pagan, las copas se toman, y el éxito, aunque no sea en nombre
propio, se siente. La amargura de la soledad se olvida en algún rincón e,
incluso, un viejo conocido resulta ser una buena compañía. No, la vida no ha
sido demasiado generosa y ahora parece que cae leche y miel sobre papeles
envejecidos artificialmente. Y todo resulta ser un mero paréntesis para caer en
la cuenta de que, tal vez, no se tiene tanto talento para escribir y sí para
timar. Mientras tanto, usurpar la voz de Noel Coward o de Dorothy Parker
resulta tan atractivo como fascinante porque todo, al fin y al cabo, es mentira
aunque tenga una pequeña parte de verdad.
Melissa McCarthy
resulta brillante en ese tono apagado que pasea su personaje, tratando de
encontrar un lugar bajo el cielo. Richard E. Grant se mueve entre lo divertido,
lo elegante y lo repugnante mientras la sobriedad, subrayada por una estupenda
banda sonora compuesta de clásicos de los años cuarenta, domina todo el
conjunto. La historia no es una comedia, todo lo contrario. Es dramático ver
cómo esa escritora decide tomar el atajo más corto para poder sobrevivir, pero
no deja de haber una cierta sensación de que la película te está contando algo
que no deja de ser gracioso basándose en la locura del coleccionismo y de la
presunción. El resultado es bueno, sosegado, sin estridencias y cálido.
Incluso, en algunos momentos, parece que sobrevuela el espíritu de un Woody
Allen algo triste a los pies de un puente lleno de belleza y melancolía.
Así que hay que
prepararse para ser cómplices de una buena retahíla de sentimientos falsos en
una ciudad fría y hermosa que es retratada con reproche y ternura. Al fin y al
cabo, es el escenario ideal para las idas y venidas de una mujer que no se
encuentra demasiado a gusto entre seres humanos y que trata de encontrar una
paz que le es muy esquiva. Es lo que suele pasar cuando te das cuenta que, en
un principio, tienes que enfrentarse al abismo de escribir y que, cuando lo
consigues, el abismo se transforma en un vicio al que se vuelve con el placer
de asumir otras personalidades y, al mismo tiempo, tomar el pelo a ese mundo
que es tan hostil con lo desconocido. Y el precio, sea cual sea el objetivo,
siempre es muy alto.
2 comentarios:
Creo que el adjetivo "cálida" define justamente la película. Es sencilla, bonita, va al grano de la historia que quiere contar y con un personaje central muy bien dibujado. Melissa McCarthy está perfecta en su papel, merecida su nominación. Sospecho que no será la última vez que la veamos sentada en las butacas del Dolby Theater esperando que digan su nombre. Y a poco que le den su oportunidad en papeles como este le puede pasar como le pasó a Steve Carrell y convertirse en una actriz valorada. Con Richard E. Grant,en cambio, me costó más empatizar.
Solo por el plano del puente ya merece ser vista esta película.
Abrazos mecanografiados
Yo también creo que es muy merecida la nominación de Melissa McCarthy, entre otras porque hace algo muy difícil y es que, con un personaje que lo tiene todo para hacerse antipático y bastante odioso, consigue que tengamos cariño por él y le acompañemos en su peripecia de falsificación y mentiras. También es cierto que cuesta más empatizar con el de Grant porque, al fin y al cabo, es ese amigo que todos hemos tenido que, en el fondo, va a lo suyo y le importas bastante poco en cuanto se presenta la oportunidad. Siempre es un personaje que escuece.
El plano del puente, desde luego, es bellísimo. Heller dirige la película con buen gusto, con gotas de humor que le van muy bien a la historia y con una sobriedad que delata que puede ser interesante lo que haga a continuación.
Abrazos falsos.
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