miércoles, 12 de junio de 2019

LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO (1962), de Tony Richardson



“Creo que en mi familia correr fue siempre muy importante. Especialmente para ir delante de la policía”.
Y la cámara sigue a ese muchacho que corre, algo desmadejado, a lo largo de una carretera solitaria en algún lugar perdido de Inglaterra. Quizá corre porque no ha dejado de huir en toda su vida. Quizá corre porque se hace la ilusión de que va a alguna parte cuando, en realidad, no va a ninguna. Corre hasta la extenuación porque, de alguna manera, así también desahoga su rabia. Y también para demostrar algo. Pero no a los demás. A sí mismo. Tal vez desea que todos se den cuenta de que vale para algo, que los sempiternos reproches de los adultos no llevaban ninguna razón a cuestas, que quiere tener un futuro que no ve claro, pero que, al fin y al cabo, es suyo. Ese chico, Colin Smith, corre para desafiar los rancios presupuestos de moral de una generación anterior a la suya. Y se siente solo.
Colin no es malo, pero ha ido a parar con sus huesos a un reformatorio porque perpetró un estúpido atraco a una panadería.  Allí comprobará que la disciplina existe y que correr puede servir para algo. Pero Colin también se da cuenta de algo más. Está harto de hacer lo que le mandan. Primero respiró todo el aire que le faltó a su padre en casa y supo que el cinismo podía vivir en medio de la familia. Luego trató de salir al exterior y romper con reglas y moldes y acabaron pillándole. Ahora, un estirado director de reformatorio quiere que corra para ganar una maldita copa que dé prestigio a la institución. Y que corra más. Y más rápido. Colin cree que ya está bien de hacer lo que le manden esos adultos que viven en su mundo de adultos, anquilosado y despreciable, más atento a las formas que a los fondos, más estirado, más políticamente correcto que cualquier cosa que él mismo pueda llegar a pensar. Puede que sea la hora de dejar de correr para que se den cuenta del sentido de su rebeldía aunque también es posible que no sirva para nada. Es igual. En esta ocasión, el triunfo será no ganar. Algo a lo que, por otra parte, Colin está bastante acostumbrado y, una vez más,  no se va a notar.
Tony Richardson dirigió esta película, señera del movimiento del Free Cinema inglés, con su realismo de cocina, su mensaje de sublevación hacia un mundo que tenía que agonizar en su inmovilismo y contó para ello con el excelente Tom Courtenay y con el rostro perplejo y colocado de Michael Redgrave. Por el camino, nos hizo sentir el flato que puede entrar cuando te dedicas a correr por las laderas de un enemigo mayor en número y en actitud, en personalidad y en apariencia…pero no en razón. Así se expresaron los jóvenes airados, con John Osborne y Allan Sillitoe a la cabeza. Quizá quisieron decirnos que la soledad del corredor de fondo es la misma que acabamos por sentir todos cuando nos encerramos en nuestra rabia particular deseando que las cosas sean de otra manera y podamos ser un poco más libres.

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