martes, 11 de junio de 2019

TRIPLE CROSS (1966), de Terence Young



Decantarse hacia un lado o hacia otro no va con Eddie Chapman. Él siempre ha tenido el mismo bando y es él mismo. Ir hacia donde más le calienta el sol. Primero fueron los robos de guante blanco. Chapman era de esos gatos silenciosos que penetraban en habitaciones ajenas y, aprovechando algún ruido exterior, se llevaba todo lo que pudiera brillar. Más tarde vinieron los alemanes. Una alianza conveniente teniendo en cuenta que Eddie estaba en la cárcel. Más tarde, los británicos, a los que siempre pensó en acudir. Luego, los alemanes otra vez. Por último, los británicos y, en medio de todo ello, él, Eddie Chapman, el ladrón que lo mismo podía vestir un uniforme gris que lanzarse en un paracaídas. También podía entrar dando patadas en las puertas y, ante todo y sobre todo, le encantaba tomar el pelo a los arrogantes oficiales prusianos que intentan ponerle ante las cuerdas.
Además, Eddie Chapman tiene otra virtud ignota. Es capaz de conectar con el mismísimo diablo con tal de ganarse sus favores. Y lo hace con la verdad de los hechos. Es irrebatible y él lo sabe. También tiene plena conciencia de que una mirada suya, bien dejada y algo fija, encandila a cualquier chica que se ponga por delante. Despierta en ellas una pasión que creían olvidada. Todo esto es muy conveniente cuando haces un juego de triple cruz. En realidad, Eddie, ya lo habrán adivinado, juega para tres bandos. Los alemanes, los británicos y él mismo. Y los intereses nunca son los mismos.
No cabe duda de que aquí había mimbres para hacer una buena historia. Además cuenta con un reparto que atraería a cualquiera. Christopher Plummer, Romy Schneider, Yul Brynner, Gert Frobe, Trevor Howard…actores sólidos, con carácter, capaces de dar textura a cualquier trama con nazis de por medio. Sin embargo, en algunos momentos, parece como si a Terence Young, el director, le entrasen las prisas y cuenta algunas cosas a medias, se producen saltos que hay que deducir, el montaje es precipitado. Parece como si quisiera terminar cuanto antes aunque tiene a favor la baza de lo apasionante de lo que cuenta, que no es más que los avatares de un doble espía que trata de sacar pingües beneficios de sus andanzas a uno y a otro lado del Canal de La Mancha. Al fin y al cabo, la guerra es un negocio. Y un ladrón de joyas no puede sustraerse a esa verdad. Aunque por el camino tenga la oportunidad de demostrar que tiene predilección por uno de los lados.
Y es que la guerra está llena de granujas. Un conflicto está lleno de pactos y los gobiernos están dispuestos a pagar lo que haga falta con tal de hacerse con un puñado de información procedente del contrario. Cualquier palabra fuera del orden establecido será automáticamente considerada como sospechosa. Y hay que reconocer que una afirmación dicha con inocencia es un sinónimo de traición. Hay que tener cuidado cuando cerca hay unas botas de caña y un montón de cruces de hierro. Es posible que el bando más débil sea aniquilado…y entonces ya no importará quién gane la guerra.

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