jueves, 14 de noviembre de 2019

VENTAJAS DE VIAJAR EN TREN (2019), de Aritz Moreno



Todo el mundo conoce el síndrome de Diógenes. Es esa enfermedad mental que consiste en el abandono total o parcial de toda actividad social llevando al aislamiento voluntario y a la acumulación de grandes cantidades de basura. Además, el filósofo Diógenes fue el máximo representante de la doctrina filosófica griega del cinismo que, si traducimos del griego, es algo similar al perro puesto que adoptó un estilo de vida parecido al de estos animales al hacer de su casa una simple tinaja donde también guardaba sus escasísimas pertenencias.
Unos cuantos siglos después, nos encontramos con el típico pelmazo que nos demanda conversación en un tren y empieza a contarnos lo apasionante de su profesión a través de una mentira sobre otra. La superposición de narrativas nos da un mosaico de su enrevesada personalidad y nos abre la puerta a la posibilidad de que, de un modo u otro, todos somos esos cínicos diogenesianos que atesoramos comportamientos similares al perro, acumulamos basura, bien sea física o mentalmente, y es casi imposible encontrar en pleno día y con ayuda de un farol a cualquier hombre de verdad que sea medianamente honesto.
Con estas premisas, se monta una película. Nos acercamos, primero, con unas ciertas ganas de sonreír porque la situación lo pide, pero, de una forma un tanto brutal, se nos cierran las comisuras y aquello de gracioso no tiene nada. El espectador, sin apenas darse cuenta, comienza a bajar las escaleras de la degradación y se va desprendiendo de todos los valores terrenales, al igual que Diógenes, y comienza a darse cuenta de que, tal vez, el vecino de la butaca de al lado sea un psicópata de mente perturbada, el de delante puede que sea un esquizofrénico paranoide de aquí te espero y que, en más de una ocasión, nos hemos dejado humillar lo indecible por váyase usted a saber qué razones.
Y el conjunto, comienza a perderse en un interminable juego de charadas que, en realidad, no tienen ninguna solución. Son cuentos que, desgraciadamente, pueden tener un algo de realidad y, por eso, es material muy inflamable. Dentro de la película, hay un interesante trabajo de Ernesto Alterio y, desde luego, siempre es un placer volver a acompañar a Macarena García allá por donde vaya, pero no hay desenlace puesto que vuelve a ser un planteamiento, pasamos por lo desagradable con un cierto regodeo y más de uno y más de dos se levantan en plena proyección maldiciendo haberse gastado el dinero en un muestrario de paranoias bastante obtusas.
Así que, la verdad, no veo ninguna ventaja a viajar en tren si se va a sentar enfrente, al lado o en oblicuo una persona que me va invitar a una charla para asistir a mi propia tortura moral. Prefiero concentrarme en ese paisaje que está por venir si me siento en la dirección del tren, o en ese otro que ya ha pasado si voy al lado contrario, como bien decía Turner. Hay pensamientos que parecen tomar forma con los interminables ruidos de la vía férrea incluso en el látigo de la alta velocidad y, a mano, siempre tengo una carpeta con un buen puñado de folios en blanco esperando a ser rellenados con mis propias narrativas que no son más que mentiras muy insulsas si las comparamos con todas estas. Es lo que tiene el estar sólo un poco loco, aunque los demás piensen que estoy más cuerdo que la hora. 

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