miércoles, 6 de noviembre de 2019

ANASTASIA (1956), de Anatole Litvak



Lo último que se puede arrebatar a un ser humano antes que la vida, es la propia identidad. Tal vez por eso, una mujer está desesperada en medio de las calles, mirando con ojos de deseo y de nostalgia la celebración de la Pascua ortodoxa. Ahí puede que comience la historia de una mujer que se hizo llamar Ana Anderson. Fue de un manicomio a otro por media Europa, sin saber muy bien quién era. Físicamente parecía tener un lejano gesto al de la Gran Duquesa Anastasia Nicolayevna, hija del zar Nicolás II. A partir de ahí, el General Bunine, asistente personal en el exilio del mismo zar, construirá una historia que, como todas las historias, será mitad verdad, mitad mentira. Lo peor de todo es que no se pudo probar si era del todo verdad, o si era del todo mentira. En esa frontera difusa y absoluta, se movió ella, deseando lo que toda mujer quiere en el fondo de su corazón. Reconocimiento, cariño, calor, amor. Y posiblemente ceja en su empeño cuando obtiene todo eso…pero no de la gente, sino de un solo hombre que, de alguna manera, cree en ella independientemente de quién sea. ¿Hay amor más entregado que ese? Quizá no todos comprendan que las joyas, el lujo, la opulencia y la fama no son las cosas más importantes de la vida, sobre todo teniendo en cuenta que es una vida que aún no se ha vivido. Demasiadas redundancias para contar la historia de una mujer que mendiga amor. Demasiados giros y aún más maledicencia. No interesa contar la verdad en unos tiempos en los que la realeza ha caído en desgracia. La Revolución rusa se asentó en las bases de la crueldad y eso tampoco se puede negar. No importa si el nombre es Ana o Anastasia. Lo que importa es ser algo al lado de alguien.
Y ella es hermosa. Por dentro y por fuera. Siempre tiene la palabra justa que hace que, al menos, se intuya la sombra de la sospecha. Para bien y para mal. La indefinición como estado perfecto. Detrás de ese rostro que tantas huellas de sufrimiento posee, también hay una belleza que llega a impresionar, como si el mundo estuviera ciego y viera al fin la luz. Como si la auténtica verdad fuera la ceguera para un mundo harto de ver. Y eso, en el fondo, da igual. Sólo es el entretenimiento para la multitud y para la prensa. Por encima de todo, más allá de todo, están los sentimientos, aquellos que hacen desear al corazón latir una vez más mientras la huida es la única salida para quien se ama de verdad. Anastasia…Ana…cuando elegiste el amor, es cuando te convertiste definitivamente en una princesa de ensueño.
Ingrid Bergman consiguió el perdón de Hollywood con esta película, ganando un Oscar a la mejor interpretación femenina de aquel año. La chica ideal volvió al redil, dejó a Roberto Rossellini y mostró al mundo entero que ella seguía siendo la actriz impresionante que siempre había sido. Y lo hizo con una historia que, a pesar de ser mentira y de ser verdad, es apasionante en sus vacíos y en sus rellenos, porque, al fin y al cabo, las chicas ya no quieren ser princesas. Y convertirse en una no deja de ser una pirueta en el destino que se sostiene sólo por el deseo irrompible de volver a ver a las personas que una vez llegaron a quererte.

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