miércoles, 20 de noviembre de 2019

EL ÚLTIMO CABALLO (1950), de Edgar Neville



A los amigos no se les abandona. Por eso, cuando Fernando termina el servicio militar y se da cuenta de que el caballo en el que ha estado haciendo las guardias, le van a mandar a un matadero para hacer filetes, decide quedarse con el equino. Bucéfalo ha sido para él confesor, consejero, amigo y montura y se merece algo más. Crasa tarea para Fernando. El mundo ya no es lo que era y en Madrid ya no hay sitio para los caballos. Sólo coches, ruido, humo, atascos y deshumanización. O, mejor, descaballización. Ya no hay establos en los que Bucéfalo pueda descansar. Ya no hay esa cercanía con la simple y buena gente que terminan siempre ayudándose unos a otros. Madrid ha dejado de ser un pueblo y Fernando no sabe dónde meter su caballo. Jolines, si hasta ha dejado a la novia con la que se iba a casar con tal de quedarse con él. Y ahora esto. Todo es asfalto y prohibición. El placer de ir paseando por cualquier avenida a lomos de un jamelgo es cosa del pasado. Los tiempos lo engullen todo y Fernando se resiste a darse por vencido. Madrid es impersonal y frío. Ya no es lo que era. Pasa un porrón de meses en el servicio militar para esto, para que luego te digan que lo van a motorizar todo y al pobre Bucéfalo lo sacrifiquen. Estúpido mundo que no sabe a dónde va.
Dicen que la luz de Madrid es muy dura, pero, de vez en cuando, también destellan por el horizonte algunas lucecitas que dan sentido a todo y que alumbran allá por donde pasan. Fernando se encuentra con Isabel y, de repente, el problema se vuelve más fácil. A Bucéfalo no le importará trabajar y aún hay una pequeña prórroga para los románticos que anhelan volver a tener amistad con el vecino, a dejarse unos garbanzos para el cocido o a vender unas cuantas flores a cambio de unas pocas pesetas. Fernando consigue más de lo que pensaba. No sólo tiene a Bucéfalo a su lado, trotando despacito por las calles de Madrid. También tiene a Isabel con una sonrisa que hace que todo parezca menos gris y tenga más luz. Sí, Isabel es un ser lleno de luz. El último caballo seguirá recorriendo las calles de la capital mientras haya alguien así.
Edgar Neville, con una enorme valentía, se atrevió con un guión escrito por él mismo y, posiblemente, hizo la primera película ecológica del cine español, reivindicando la sencillez de la gente bondadosa, la permanencia de animales queridos que no sólo brindaron su trabajo y su esfuerzo para que se pudiera progresar, la paciencia para conversar con éste y con aquél con tal de que, de alguna manera, se llegasen a sentir acompañados. El último caballo fue la primera película española que se presentó en el Festival de Cannes, aunque fuera de concurso, y cosechó una ovación de gala. Tal vez porque, a pesar de que el protagonista fuera un caballo, todos nos sentimos algo perdidos en estas enormes urbes que han renunciado a muchas cosas buenas.

2 comentarios:

Chus dijo...

A los amigos no se les abandona. Que gran post y que gran película. He disfrutado mucho leyendote desde la primera letra hasta la última. La humanidad, querido César, eso que se vive desde lo accesible de las cosas sencillas y que como bien describes se pierde cada vez mas entre tanto ruido, tanta inmediatez, tanta hipocresía y tanto fantoche.

Afortunadamente quedan rinconcillos, momentos de remanso y espacios de reconciliación, tantos como tu maravilloso blog. Un Oasis que en la vorágine del día a día se torna en minutos de oro que aportan pequeños viajes de lectura en momentos de autobuses y traslados. Neville estaría orgulloso de ti.

Una gran película y un excepcional dramaturgo que dio en muchas teclas y que merece reivindicación eterna en el celuloide español.

Aun recuerdo cuando vi por primera vez esta película orientado por los cowboys Garci y Torres Dulce y como la disfruté como se disfrutan esas cosas que son de verdad y están hechas con el corazón.

Felices fiestas estimado, y gracias por hacerme reencontrarme aunque sea un ratito con el gran Bucéfalo.

Abrazos equinos

César Bardés dijo...

Felices fiestas, querido Chus. Perdona la tardanza en contestar pero ya sabes cómo son las Navidades y el estrés que conllevan (termino siempre mucho más agotado que cuando las empiezo). Y no deja de ser indicado el hecho de que te veamos de nuevo por aquí a través de las líneas sobre "El último caballo", de Neville. Gracias por tus palabras tan llenas de amistad y tan acertadas, como siempre, aunque dudo mucho que el gran Edgar estuviese orgulloso de mí.
Creo que las cosas que están hechas con el corazón siempre salen mejor, aunque haya pocos medios y pocas oportunidades. Tal vez por eso, tu "Conversacines" tenía tantísima alma y tantos regalos dentro. Fue una gozada y una oportunidad personal que nunca la borraré de mi memoria. Y además, cuántos amigos me permitiste hacer, además de brindarme de forma desinteresada tu propia amistad. Eso, como dice Feisal a Lawrence "es una deuda que nunca podré pagar".
Gracias por alegrar el día con tu comentario sobre "El último caballo". A Neville ya le tienen muy olvidado hasta en la Escuela de Cine. El gran Fernando Méndez-Leite me confesó que había muchos alumnos, la mayoría, que ni siquiera habían oído hablar de él (tampoco de Bergman). Ése es el futuro. Y ya está aquí.
Abrazos sinceros.