martes, 5 de noviembre de 2019

LA MUJER DE CEMENTO (1968), de Gordon Douglas



 La búsqueda de un tesoro que no existe puede dar lugar al encuentro con una rubia en el fondo del océano. A Tony Rome le pasan estas cosas. Más aún cuando, por supuesto, la rubia está muerta con los pies metidos en una baldosa de cemento. A partir de ahí, la búsqueda del tesoro se traslada a la superficie y Rome se encuentra con una serie de personajes peculiares. Una chica de impresión que se dedica a moverse por la alta suciedad. Un mafioso en fase de retiro que delega buena parte de sus funciones en su hijo. Un ruso loco que más bien parecen dos y que tiene un carácter, digamos, algo voluble. Un par de tipos con los pantalones ajustados que son dueños de un garito de baile y drogas. Rome, en esta ocasión, va a tener que jugar muy duro porque, con esta banda, todas las culpabilidades apuntan hacia él.
Miami suele ser una jungla de lujo y veraneo donde nada es lo que parece y todo lo que es no está. Las apuestas se suceden, el humor no falta. También hay un poco de desidia, como si todo diera un poco lo mismo, pero Tony Rome tiene una espina en la ética y no es de muy buena educación dejar abandonada a una rubia en el fondo del mar. Y es que, de una manera un tanto aleatoria, todo parece estar misteriosamente conectado. Y el juego consiste en quitar de en medio los elementos que estorban. Huelga decir que Tony Rome es uno de esos elementos. Maldito entrometido. ¿Por qué no se quedó en su barquito de juguete bebiendo un vodka con naranja y haciendo esas apuestas que siempre pierde? Esta vez, Rome va a ganar. Y apostando al caballo perdedor.
Una de las virtudes de esta película de cine negro luminoso es el desenfado no exento de seriedad. El marco de las playas de Miami no deja de ser un escenario en el que es difícil pensar en la existencia de una corriente subterránea del mal que trata de apoderarse de la ciudad como un tiburón al acecho. La película se resiente de la época en la que fue rodada y se ha quedado peligrosamente antigua, algo que no ocurre con su predecesora, primera de las aventuras del detective Tony Rome creado por Marvin Albert, Hampa dorada. Sin embargo, se pasa un buen rato viendo ir y venir a un tipo que se esconde en una carcasa de cinismo sin olvidar que hay cosas por las que merece la pena luchar. Un tesoro, una chica, un gordo solitario o un buen amigo policía. Aunque, de vez en cuando, haya que decepcionarlos para seguir adelante. Eso sí, mirando mucho alrededor para que nadie salga herido. Sobre todo, algún inocente que se atrevió a ir un poco más allá y decir un par de verdades a los malos. Hoy en día, esos especímenes están en trance de extinción. Quizá Tony Rome sea uno de ellos. Y si no lo creen, vayan a preguntarle. Vive en un pequeño yate y está amarrado en un insignificante muelle de Miami.

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