El mundo industrial
alemán, con sus tremendas fábricas que se han volcado en la recuperación
económica tras la guerra y en íntima colaboración con los americanos, acaba por
ser el escenario para un crimen. Un joven, que estudia en los Estados Unidos,
debe volver de urgencia a Alemania, porque su padre ha sido asesinado. Y se
propone descubrir al culpable y ver lo que ha pasado. De momento, tiene por
dónde empezar porque su propio tío se ha hecho cargo del imperio industrial y
no tiene ningún problema en coquetear con la madre del joven. Y así, el
entramado de fábricas no tendrá ninguna fisura interior que condene el progreso
cada vez más imparable de la maquinaria teutona. El problema es que el joven
mete demasiado las narices en la investigación y el tío intentará eliminar
también ese pequeño inconveniente….ahora que caigo… ¿no les suena de algo este
argumento?
Sí, sí, hombre. Tal
vez, si prescindimos de la ropa y del ambiente, lo mismo podríamos trasladarnos
a una corte en Dinamarca, allí donde todo huele a podrido, y nos encontramos
con otro joven príncipe que también está tremendamente afectado por la muerte
de su padre y se encuentra con que su tío hereda el reino y celebra unos
esponsales con su madre…
Y es que el resto es
silencio. Eso es lo que decía la última línea del bardo inmortal en su obra y
aquí, muchos años después, con la todopoderosa maquinaria industrial del tejido
empresarial alemán urdido tras la guerra, se repite. En el fondo la historia,
al igual que la ficción, también es cíclica…menos mal que aquí nos movemos en
el terreno de la ficción… ¿o no?
Helmut Kautner, uno de
los directores más importantes del cine alemán de posguerra, decidió llevar
adelante ese Hamlet particular que,
más tarde, el propio Akira Kurosawa también trasladaría al tejido empresarial
japonés con Los canallas duermen en paz.
El resultado, además de ser una película espléndidamente fotografiada, con
interpretaciones muy ajustadas de Hardy Kruger como el joven y Peter Van Eyck
como el tío, es muy aceptable y, lo que es aún mejor, creíble. No cuesta nada
imaginar ese entramado de conspiraciones empresariales, que también incluye
espionajes comerciales y misterios profundos, con la sombra de los nazis
proyectada a través del trasunto del personaje de Polonio que, a pesar de los
años transcurridos desde la guerra, aún sigue dominando gran parte de los
puestos directivos del empresariado germánico. Ya se sabe, los amigos que
fueron enemigos deben ser nuestros amigos porque, si no es así, ¿quién parará
la sombra del terror rojo?
Así que, con ligeras variaciones de corte contemporáneo, prepárense para unas horas de conspiraciones en despachos cerrados a cal y canto, con la sombra del acero de los altos hornos al fondo, con el retorcimiento propio de unos personajes cegados por la ambición y el deseo…nada nuevo bajo el sol desde que William Shakespeare nos contara lo mismo unos siglos atrás. Eso sí, no hay fantasmas que inciten a la investigación, ni nada fantasioso. Todo se ciñe al triste espectro de una realidad inundada de humo de fábrica.
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