martes, 26 de noviembre de 2024

JUEGO DE REYES (1960), de Gerd Oswald

 

Un barco que, posiblemente, lleva a la libertad resulta ser el animal enjaulado por los escaques de un tablero de ajedrez. Un individuo que, en su día, se movió por altos ambientes embarca allí, como un pasajero más, completamente anónimo. También lo hace el campeón mundial de ajedrez, un tipo que sólo sabe hablar del juego de reyes porque apenas tiene formación. La partida no tarda en montarse gracias a un entusiasta escocés que reconoce la maestría en ese tal Werner von Basel que nadie conoce, que parece un indigente por su forma de vestir y que, después de forzar unas tablas en una partida simultánea con varios contendientes, da muestras de que sabe perfectamente todos los entresijos de ese juego endiabladamente complicado. Eso será suficiente para que los fantasmas en forma de vacío vuelvan a visitar a von Basel. Él era una persona influyente en algún lugar de Austria. Sin embargo, fue torturado con el peor artilugio que haya inventado el hombre: la soledad.

Y ahí, en esa habitación de un hotel requisado, von Basel fue confinado a la espera de que dijera el paradero de unos cuantos bienes de algún personaje influyente enemigo del Reich. Sin lectura, sin visión, con la ventana tapiada, con una cama, un lavabo y un cubo. Sin nada más que él mismo. No tardará en aparecer el monólogo interior, estrellado contra las paredes cada vez más sucias de esa cárcel con apariencia de hotel. La locura irá apareciendo. Y von Basel no dirá nada porque será esa su forma de rebelarse contra la mayor atrocidad que ha conocido la Humanidad.

¿Qué tiene que ver el ajedrez con esto? Nada. Sólo la casualidad de un libro que se pone al alcance de von Basel despertará la obsesión con el juego. Lo roba creyendo que iba a ser algún tipo de novela de ficción…pero no es más que un catálogo de las cien mejores partidas de ajedrez que se han disputado oficialmente hasta el momento. Desde ese instante, la habitación de von Basel se convierte en un enorme tablero, las fichas se irán fabricando con pequeños trozos de miga dura de pan y el libro será el encargado de vocear en la mente del preso todas y cada una de las partidas durante las interminables horas de aislamiento.

Basada en la última novela de Stefan Zweig, el director Gerd Oswald adaptó con cierta fidelidad el relato del escritor austríaco y contó con Curd Jurgens para interpretar a ese intelectual vividor que, de repente, se queda sin nada, ni siquiera la dignidad de estar preso porque la soledad destruye con su insistencia todo lo que toca. El resultado es una película que podría haber sido, quizás, más incómoda, pero que se deja ver con interés, con actores germánicos e ingleses, con claridad narrativa diáfana, con la obsesión siendo tan nociva como la soledad, con la seguridad de que, en la mente, se dirimen muchos juegos en los que el vencedor no siempre es la razón. Mueven blancas. Jaque mate.

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