Un barco que,
posiblemente, lleva a la libertad resulta ser el animal enjaulado por los
escaques de un tablero de ajedrez. Un individuo que, en su día, se movió por
altos ambientes embarca allí, como un pasajero más, completamente anónimo. También
lo hace el campeón mundial de ajedrez, un tipo que sólo sabe hablar del juego
de reyes porque apenas tiene formación. La partida no tarda en montarse gracias
a un entusiasta escocés que reconoce la maestría en ese tal Werner von Basel
que nadie conoce, que parece un indigente por su forma de vestir y que, después
de forzar unas tablas en una partida simultánea con varios contendientes, da
muestras de que sabe perfectamente todos los entresijos de ese juego
endiabladamente complicado. Eso será suficiente para que los fantasmas en forma
de vacío vuelvan a visitar a von Basel. Él era una persona influyente en algún
lugar de Austria. Sin embargo, fue torturado con el peor artilugio que haya
inventado el hombre: la soledad.
Y ahí, en esa
habitación de un hotel requisado, von Basel fue confinado a la espera de que
dijera el paradero de unos cuantos bienes de algún personaje influyente enemigo
del Reich. Sin lectura, sin visión, con la ventana tapiada, con una cama, un
lavabo y un cubo. Sin nada más que él mismo. No tardará en aparecer el monólogo
interior, estrellado contra las paredes cada vez más sucias de esa cárcel con
apariencia de hotel. La locura irá apareciendo. Y von Basel no dirá nada porque
será esa su forma de rebelarse contra la mayor atrocidad que ha conocido la
Humanidad.
¿Qué tiene que ver el
ajedrez con esto? Nada. Sólo la casualidad de un libro que se pone al alcance
de von Basel despertará la obsesión con el juego. Lo roba creyendo que iba a
ser algún tipo de novela de ficción…pero no es más que un catálogo de las cien
mejores partidas de ajedrez que se han disputado oficialmente hasta el momento.
Desde ese instante, la habitación de von Basel se convierte en un enorme
tablero, las fichas se irán fabricando con pequeños trozos de miga dura de pan
y el libro será el encargado de vocear en la mente del preso todas y cada una
de las partidas durante las interminables horas de aislamiento.
Basada en la última novela de Stefan Zweig, el director Gerd Oswald adaptó con cierta fidelidad el relato del escritor austríaco y contó con Curd Jurgens para interpretar a ese intelectual vividor que, de repente, se queda sin nada, ni siquiera la dignidad de estar preso porque la soledad destruye con su insistencia todo lo que toca. El resultado es una película que podría haber sido, quizás, más incómoda, pero que se deja ver con interés, con actores germánicos e ingleses, con claridad narrativa diáfana, con la obsesión siendo tan nociva como la soledad, con la seguridad de que, en la mente, se dirimen muchos juegos en los que el vencedor no siempre es la razón. Mueven blancas. Jaque mate.
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