martes, 12 de noviembre de 2024

SHINE (1996), de Scott Hicks

 

El exceso de cariño puede conducir a la locura. El deseo de realizar los sueños frustrados en los hijos es un pasaporte directo hacia la perdición. Se debe empujar, motivar, pero no demasiado. Y David Helfgott, el gran pianista, lo vivió en carne viva. No sólo tuvo que sufrir a un padre que no supo medir el límite de su exigencia en la vida y delante del teclado, sino que tuvo que luchar ante la dificultad del dominio completo de un instrumento que, en el fondo, casi siempre se erige en enemigo del intérprete. El Concierto número 3 para piano y orquesta de Sergei Rachmaninov, no es un concierto de piano, es un concierto contra el piano. Y se convierte en una obsesión y, en determinado momento, en una meta para recuperar el cariño siempre insustituible de un padre que jamás ejerció como tal a pesar de que creyó que sí. Los problemas psicológicos acompañaron a Helfgott para siempre, con una neurosis repetitiva, con un comportamiento errático e inadecuado en cada situación. Sólo era realmente él cuando se sentaba delante de un piano. Allí era Dios. Y no podía serlo en todas y cada una de las circunstancias de su propia vida.

No cabe duda de que la película está estructurada como un concierto para un instrumento, siendo éste el propio David Helfgott, soberbiamente interpretado por Geoffrey Rush en su edad adulta y por Noah Taylor en sus años jóvenes. Ambos se compenetran a la perfección en el retrato del músico que cada vez quería llegar más alto y que, sin embargo, cada vez caía más bajo. Amor es la palabra clave. Amor en su justa medida. Amor incondicional, pero moderado en su expresión. Eres el mejor, pero no tienes por qué serlo. Vas a ser el mejor, pero hay otras cosas importantes en la vida. Para mí, eres el mejor. Siempre lo serás. Hagas lo que hagas. No hace falta que seas el mejor para los demás. Por mucho Rachmaninov que haya de por medio. Toca el piano. Toca porque te divierte y te gusta. Toca todo lo que quieras y lo mejor que puedas. No toques por un continuo afán de superación. Toca porque el arte está ahí, en las yemas de tus dedos. Sin límite. Con la razón por delante.

Con la paranoia de querer ser el mejor, es muy difícil encontrar a alguien que te tome en realmente en serio. Más allá de las blancas y negras del piano y de la partitura, alguien debe amarte por lo que eres, no por lo que puedes llegar a ser. Tal vez, alguien que encuentre gracioso que saltes en una cama elástica sin más atuendo que una gabardina desabrochada. Tal vez, alguien que se preocupe por ti sin ahogarte con el abrazo. Hay algunas personas que eso se les da especialmente bien. Y eso, si se usa la inteligencia como instrumento, redundará en la perfección de la música. No es difícil de entender. El apoyo es fundamental. El aplastamiento es terrible. La vida continúa. Y Helfgott hizo volar sus manos sobre el piano.

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