martes, 10 de diciembre de 2024

LA BODA DE MI MEJOR AMIGO (1997), de P. J. Hogan

 

Lo típico. Una chica ha tenido a su lado toda la vida a un chaval con el que, en su día, tuvo algo de lío, pero que, desde entonces, ha sido su mejor amigo. De repente, el chaval le dice que se casa y ella, más que darse cuenta de que está enamorada de él, percibe que se va a quedar sin ese apoyo continuo, sin esa complicidad sin condiciones, sin esa mano que siempre la ha ayudado a levantarse. No hay otra solución que plantarse allí, conocer a la estúpida que se lo va a llevar y tratar de impedir la boda. Puede que haya amor, sí, pero también puede que sea sólo un intento de salvaguardar su territorialidad sentimental. Y ya está el equívoco servido. La novia resulta que tiene su encanto basado, sobre todo, en la ingenuidad y en la comprensión, algo que ella no ha sabido aportar en su vida. Bueno, pues eso, que acudiendo a artimañas bajo el mantel trata de malmeter. Y se presenta la conciencia. Y gana al chico. Y pierde al chico. Y lo vuelve a ganar. Y lo vuelve a perder…pero nada sale como ella espera.

Con esta premisa, hay que reconocer que podríamos estar ante una de esas películas blanditas, de mucho corazón rosa y poca risa sana, pero no, hay momentos realmente brillantes como en la interpretación secundaria que realiza Rupert Everett en la piel del editor y también mejor amigo de la chica en cuestión. Everett es como si se hubiese incluido a Cary Grant en el reparto. Con elegancia, con ese toque homosexual que debe volverse heterosexual por las apariencias y para completar la conspiración contra el pobre diablo que se va a casar, con mucha clase y con unos diálogos hilarantes que ponen a la película en la categoría de comedia atinada, sin demasiadas pretensiones, con la música como protagonista acompañando muchas de las andanzas conspiranoicas de Julia Roberts, crítica gastronómica incapaz de asumir que ha amado poco, que quiere que la amen mucho y que no está segura de querer amar y ser amada.

Así que preparen los anillos de boda, pero no pongan ni las iniciales ni los nombres. Aún puede pasar cualquier cosa. El chico, la novia, la amiga y el amigo y, por el camino, un buen número de personajes secundarios que tienen su momento de lucimiento y que tienen que formar el cortejo de boda. Las invitaciones, a través de este improbable artículo, ya están cursadas. El pastel será grande, pero perfectamente comestible. Los trajes y los vestidos están ya bien planchados. Sólo falta saber quién se llevará el gato…digo, el chico al agua. Aunque sea figuradamente. Cuando se pierde a un gran amigo que casi, casi, casi, ha sido algo más, se experimenta un vacío que puede llevar a la rebelión o al silencio. ¿Cuál es su elección? Yo la he tenido siempre muy clara y aquí estoy. Escribiendo algo que se parece bastante a una molesta aguja en los dobladillos del smoking. ¿O no? Bueno…tal vez, no. ¿Ustedes qué creen?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, hola. Que bueno es pasar por aquí y leer tantas cosas buenas publicadas. Y no, no vengo con intención de impedir ningún enlace romántico que para mi quisiera. Eso se lo dejo a las que son como el pus que infecta los mocos que le crecen al moho del fondo del estanque ( o algo así).

Lo que si vengo a decir, por comentar más que nada, es que probablemente esta sea una de las películas más recordadas de la filmografía de la Roberts, a años luz de "Pretty woman", claro está. Pero si la de Marshall me parece bastante insoportable, esta de Hogan me divierte mucho.

Y, al menos en mi caso, no creo que sea porque la Roberts hace un gran papel, que a mi me parece que no. Creo que el gran éxito de la película es, por un lado, la incursión de los momentos musicales de forma muy natural que aportan un punto de comedia con clase sin ser invasivos, pues están muy naturalizados. Y por otro y fundamental por Rupert Everett, efectivamente ese amigo con aires elegantes y sofisticados, pero increíblemente magnético.

También creo que está a un nivel más alto que la afamada Julia, Cameron Diaz, una actriz teóricamente bastante limitada pero que tiene un punto para la comedia que la Roberts no acaba de manejar bien.

De hecho, creo que la película decae bastante cuando Delmot Mulroney y la Roberts son el centro de atención y, sin embargo, que brilla y se viene arriba cuando aparecen tanto Cameron como Rupert, sin olvidarnos de esas hermanas algo salidillas, de Maggie Gioberty (Susan Sullivan) y del resto de la familia.

En fin, que la banda sonora es muy memorable incluyendo ese "I Just Don't Know What to Do with Myself" increíblemente mal cantado, pero con mucha gracia. Mucha más que "The way you look tonigth" que perpetra Mulroney.

Lo dicho, puede que no escriba mucho," pero por Dios seguro...que habrá baile"

Abrazos con la lengua pegada a una estatua de hielo.

Anónimo dijo...

El anónimo anterior era yo, Carpet...pero no sé que hice mal...

César Bardés dijo...

Dichosos las letras, Carpet.
Pues estoy básicamente contigo. Es absolutamente cierto que la película languidece en las escenas entre la Roberts y el Mulroney (un actor al que nunca acabé de encontrarle el punto) y que sube muchos enteros en cuanto aparecen en escena la Díaz y el Everett, especialmente éste último. Recuerdo que, cuando se estrenó, muchos dijeron que ese papel parecía hecho a la medida de Cary Grant aunque fuera un homosexual, pero que esa demostración de clase y de estilo, o esa forma de arrancarse con el "I say a little prayer" de Aretha Franklin, sólo podía hacerse desde una posición de elegancia.
En cualquier caso, fue una comedia que tuvo mucho éxito, como bien dices, y que aún tiene dos o tres momentos que arrancan la carcajada. Ha envejecido bastante bien (aunque ahora ves a Everett en pantalla haciendo de Wellington en el "Napoleón", de Ridley Scott y se te cae el alma a los pies) y pasas un buen rato viéndola. También recuerdo que cuando la vi por primera vez, en los cines Canciller, se me ocurrió pensar que esta película la habría firmado sin pensárselo dos veces Blake Edwards.
Gracias por tu mirada certera.
Abrazos con la mala leche guardada en el traje de etiqueta.