viernes, 2 de octubre de 2009

EL CAPITÁN BLOOD (1935), de Michael Curtiz

Cuenta la leyenda que un médico quiso curar a un herido. Los soldados irrumpieron en la casa del lesionado porque era un rebelde hacia la autoridad británica y al médico lo condenaron a galeras por colaboración con el enemigo. Así es como nacen las leyendas. Con unas sombras sorprendentes dibujadas en una pared de blanco y de negro. Con unos duelos a espada que hacen parecer que los filos comiencen un interminable cruce de palomas, como un cortejo de alas inquietas que terminan invariablemente en un beso teñido de sangre. Con unas sorprendentes coreografías que indican que hubo trabajo por parte de los actores, oficio por el del director e imaginación por el de los maestros de esgrima. Y así también nació una leyenda como Errol Flynn, el espadachín por antonomasia, el héroe perfecto, apuesto, brillante, galán, con un leve aire de pillo, con una acusada dosis de dignidad enfundada en la vaina. Y quizá, sólo quizá, nos hallemos ante una de las mejores películas de piratas de la historia.
Eso sí, siempre habrá un poco de justicia por allí, un romance por allá, dos o tres chistes colocados en alguna isla abandonada y unas olas que se transforman en testigos que van y vienen entre tesoros, rescates y desafíos. Obra maestra de esas que ya hemos demostrado sobradamente que no somos capaces de hacer, esta maravillosa película es diversión pura, es una sesión de tarde trasplantada a la noche, es la empuñadura del médico que fue pirata, del condenado que hizo justicia, del capitán que todo marinero quisiera tener...hay que estirarse bien para hacer que la punta de la espada se hinque en nuestro enemigo y mantener un rincón limpio de crueldad premeditada para conservar algo de lo que un día hizo que fuéramos honestos.
Y ante esas peleas nuestras sensaciones se convierten en botín de una película que atrapa como una nave que despliega todo el velamen para volar sobre el mar. Somos prisioneros inevitables del asalto del entretenimiento tejido con delicado encaje femenino. Queremos y soñamos con desenvainar ese acero que ni siquiera sabemos manejar y luchar en un abordaje imposible al lado del Capitán Sangre mientras intercambiamos sonrisas de complicidad y guiños de camaradería. Hoy atraca ahí mismo, en nuestro salón, un barco que hace sonar sus aparejos con el quejido propio del tiempo escapado, del momento que se transforma en suspiro, del instante fugaz de la felicidad que produce la evasión de la dictadura implacable a la que nos somete lo real. Hoy, tal vez, nos den alguna recompensa en piezas de oro por dejar que nuestro pensamiento sea tomado por sorpresa y nos dejemos arrastrar por las mareas de la aventura que nunca tuvimos, de la aventura a la que nunca jugamos, de la aventura de la que siempre escapamos porque la valentía es patrimonio exclusivo de las leyendas contadas. Dejemos que nos cuenten una.

No hay comentarios: