viernes, 30 de octubre de 2009

ENSÉÑAME A QUERER (1958), de George Seaton


Enséñame a querer, pequeña película, con una mirada indulgente hacia el periodismo y un aire divertido hacia la vida. Déjame apreciar, historia romántica, a aquellos que se atreven a dar clases a través de la experiencia al igual que a otros que han recibido la educación necesaria para enseñar. Permíteme, celuloide de agrado, que asista a las chispas que saltan en el roce entre dos protagonistas que, en principio, parecían no pegar ni con sindeticón. En resumen, ficción de cine, abandóname un poco más en la sabiduría de la sonrisa socarrona y despójame de los torpes e inútiles intentos de ver algo más que diversión en un gesto de pedantería y arrójame al dulce hacer nada del disfrute viendo cómo unas letras se juntan con otras y nace, con violines de fondo, el amor entre las frases.
No me sorprendas, fotograma de pasatiempo, y ofréceme el deleite del chiste de situación y de la mordacidad siempre presta. Ayúdame con Clark Gable, Doris Day y un excepcionalmente divertido Gig Young escribiendo los titulares de lo que es el auténtico periodismo escrito con tinta de enamoramiento. Sé que el resultado, entretenimiento atesorado, será una comedia sin precio, una agudeza en el pensamiento, un interminable deletreo de la experiencia, y la honestidad del momento se convertirá en memoria sin tribulación en el marasmo de nuestra inteligencia.
Lo satírico se dará cita para encontrarse con el cinismo y tal choque de fuerzas sólo puede desembocar en una jovialidad del corazón, en una felicidad del instante mientras no queremos salir de una historia que no tiene más que entradillas y cabeceras valoradas desde dos puntos de vista. Es la fascinación del periodismo combinada con la certeza del amor...qué dos grandes estilos para la corrección de la vida...de cualquier vida, incluso la de un editor consagrado o la de una maestra sin mucho baqueteo sobre el teclado. Y así nacen los clásicos. Sobre todo, los clásicos ignorados que son aquellos que cuentan lo fútil y, cual canino obediente, dejan el diario a nuestros pies sin más vocación de eternidad que la de un día, porque mañana ya habrá otra película igual, mejor o peor. Y ésta es mejor, viene con firma y con calidad, con titular y contenido, con cabecera y mordiente, con columna y artículo. El caso es que siempre hay un acompañamiento para una sensación, como un romance que es tan inevitable como la noticia que tiene que ocurrir mañana...
Y no te olvides, cinta de sueños, de introducir un poquito de esa batalla de sexos que tan bien se te suele dar cuando hay un par de tipos ingeniosos poniendo palabras tras las caras. El riesgo de la apuesta también existe en películas como tú. Sobre todo, si hay grandes nombres por delante, sencilla comedia por detrás y una simpatía tan contagiosa como la peor de las inventadas pandemias. Enséñame a querer, por favor.

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