miércoles, 11 de noviembre de 2009

CÓMO ROBAR UN MILLÓN Y... (1966), de William Wyler


Es evidente que William Wyler quiso, con esta película, hacer un producto lleno de encanto que fuera, de alguna manera, una reedición en clave de latrocinio de Vacaciones en Roma, el enorme éxito que rodó con la propia Audrey Hepburn casi quince años antes. Para ello, no dudó en contactar con Gregory Peck para que fuera el oponente masculino de su estrella pero Peck, algo mayor ya para estas aventuras, rechazó el proyecto y Wyler, con un acierto indudable, pasó el testigo a la mejor elección posible de aquellos días: ese terco irlandés de talento a raudales que responde al nombre de Peter O´Toole. Y Wyler, una vez más, dio en la diana con esta comedia de intriga y sofisticación, con dos intérpretes que rebosan estilo y que siempre es un placer asistir a sus andanzas y desventuras en lo que se convierte en toda una lección de amor y hurto con una sonrisa en la boca y una copa de champagne en la mano.
La película destila crimen, romance y comedia a partes sorprendentemente iguales. No en vano al veterano William Wyler se le conocía en el mundo del cine como “el viejo Noventa tomas” por su perfeccionismo exasperante que le llevaba a repetir una y otra vez la misma escena hasta alcanzar lo que tenía en mente y, en esta ocasión, sólo quiso realizar un ejercicio de comedia ligera, algo intrascendente, como preludio a la que iba a ser una de las obras más personales de toda su filmografía: El coleccionista.
Todo ello queda demostrado a través de una trama que no se cree ni el propio O´Toole en sus momentos más ebrios (sus borracheras monumentales han sido tan famosas como su inmenso talento) pero que, sin embargo, funciona a través de un mecanismo bien engrasado que hace que nosotros, pobres mortales pegados al sueño del celuloide, nos sintamos un poco mejor después de verla.
En principio, Wyler tenía serias dudas de que la química entre O´Toole y Hepburn tuviese la suficiente pegada, pero el oficio y el maravilloso arte que desprenden ambos hacen que lo fabuloso se quede pequeño y que, una vez más, sintamos envidia del maldito conquistador que es capaz de hacer que Audrey, nuestra bella Audrey, nuestra irrepetible Audrey, se fije en él.
Así que no hay la menor duda de que entre robos, engaños, equívocos y obligaciones de delinquir, hay un buen rato de diversión salpicado de un buen puñado de carisma, de placer suave, de adorable comodidad, de entretenimiento disfrazado de agudeza e ingenio y de estúpidos adjetivos que un crítico cualquiera es capaz de meter en su artículo con tal de invitar, con frases de perfecta caligrafía, a que pasen por delante del televisor y disfruten de todo aquello que nos gustaría ser aunque sólo fuera en sueños.
Es tiempo de dejarse dominar por el atractivo, por la seducción de mano escondida, por la mirada que nos dirige París, por los inteligentes diálogos creados de la mano del guionista Harry Kurnitz (autor de los guiones de Hatari, de Howard Hawks o de Testigo de cargo en estrecha colaboración con el gran Billy Wilder), de dejarse inyectar unos milímetros de energía en vena con una historia que nos rejuvenece al querer ser todo aquello en lo que nunca nos podremos convertir, de abandonarse a la delicia de asistir a lo agradable sin pensar en nada más. Y ahora mismo me voy a algún museo a ver si por allí veo a alguien que se parezca lejanamente a Audrey Hepburn...quién sabe, lo mismo yo me parezco a Peter O´Toole y juntos nos planteamos cómo robar un millón y...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

He de reconocer que a priori no confiaba mucho en este film... creía que se trataría de la "típica comedia" para pasar el rato y me equivoqué de pleno.

Sin llegar desde mi punto de vista a ser una de las mejores de su género, la pareja destila compenetración y empatía. La escena del beso en los bajos de la escalera me parece uno de los mejores besos que he visto, con una coreografía de actores física muy buena y un juego actores-situación-lugar muy interesante.

A su vez, creo que los momentos dentro del museo están muy bien llevados, y por momentos la acción crea un halo de suspense (escena del boomerang, etc) que engancha y hace que la película suba.

Los protagonistas están muy bien, pero los personajes característicos (el padre, el de la botella, etc...) no le van a la zaga.

Una muy buena película.

saludos.

César Bardés dijo...

No cabe duda de que el mayor activo de la película reside en la pareja protagonista de los que me voy a atrever a decir algo: Por encima de la sofisticación que emanan y de la elegancia que exhiben hay como una soterrada sensualidad en ambos que hacen aún más atractiva la película. Creo que "Cómo robar un millón y..." es una de esas películas que ha caído en un olvido un tanto tonto y que, además, pone a prueba el talento de un director tan sólido como Wyler para la comedia, género en el que no se prodigó demasiado.
Estoy totalmente de acuerdo en que las escenas en el interior del museo son soberbias, con una planificación pensada al milímetro y también que es una película llena de personajes característicos, muy propio del cine de Wyler, que hacen que la película no sólo sea buena, sino que además es un placer.
Buen comentario, Chus, seguimos esperando más.

Anónimo dijo...

Gracias.

Solo por apostillar, otra de las cosas que me llamó la atención en este film fueron las texturas y los colores.

El rojo y el verde saltan a la memoria cada vez que oigo hablar de este título.

Curioso.

César Bardés dijo...

Es cierto que es una película en la que destaca especialmente el tratamiento de los rojos, pero también hay que decir que detrás de la cámara se encontraba uno de los mejores directores de fotografía de la historia, Charles Lang, responsable de maravillas como "La noche de los gigantes", de Robert Mulligan, de colores muy apagados; de "La pícara soltera", de Richard Quine, una estupenda comedia con colores tan llamativos como éstos; de "Charada", donde se retrata sin sobresaltos a un París otoñal bajo la experta dirección de Stanley Donen; de esos colores áridos que emanan de "Los siete magníficos", de John Sturges; de la nitidez desoladora de "Un extraño en mi vida", uno de los mejores melodramas jamás hechos, de Richard Quine; de la oscuridad casi colorida que emana "El último tren de Gun Hill", de John Sturges; de la viveza de los colores de "El farsante", de Joseph Anthony con unos insuperables Burt Lancaster y Katharine Hepburn; de la sal y la violencia que casi se respiran en "El hombre de Laramie", de ANthony Mann...y no sólo en color, sino también en los blancos y negros tan matizados de "Con faldas y a lo loco", de "Mesas separadas", de "Sabrina", de la maravillosa "Los sobornados", de "El gran carnaval"...en suma, un maestro en el arte de esculpir en la tiniebla con su cámara cincelada en color y en blanco y negro.
Buena observación, Chus. Es una película de colores que se recuerdan.