Esta película podría definirse exclusivamente a través de dos nombres propios: Uno es el de Anthony Quinn, alma y reflejo de la historia, actor en plena madurez creativa que dibuja uno de sus mejores personajes en la piel de un hombre que hizo de la vida un cuadrilátero y está al borde de tirar la toalla. El otro es el de ese excepcional guionista que fue Rod Serling, mítico creador de esa serie de culto y reclinatorio que fue Galería nocturna (a día de hoy felizmente recuperada en DVD en su primera temporada y que recomiendo encarecidamente a los amantes de lo nostálgico y de las breves historias de horror y fantasía) y que en cine es ampliamente recordado por dos trabajos posteriores a éste que nos ocupa y que fueron auténticas maravillas de la escritura en el séptimo arte: Siete días de mayo, de John Frankenheimer, y, por supuesto, El planeta de los simios, de Franklin J. Schaffner. En todos los casos, Serling, bien sea bajo la apariencia de una intriga política, de un cuento de ciencia-ficción teñido de pesimismo o del retrato de un hombre a punto de ser abatido por un k.o fulminante, tiene una mirada especial, revestida con los equívocos ropajes de la metáfora brillante, hacia las historias de interés puramente humano. En el camino, el guionista nos deja siempre un poso de tristeza indeleble ayudado por una certera dirección de Ralph Nelson, un hombre de talento mediocre que solamente fue cegado por el éxito abrumador que tuvo Soldado azul, pero que aporta una interesante visión de la historia destacable, sobre todo, al final de la cinta.
Curiosamente y con cierta lejanía, la historia del hombre que fracasa cuando termina la cuenta de su propia vida que no ha sido más que el inútil reflejo de una continua pelea en la lona, tiene un cierto parentesco con Fat city, de John Huston, gran especialista en la descripción del fracaso y tanto en una como en otra los estereotipos no existen. Sólo hay hombres que luchan por hacer algo que realmente merezca la pena en su vida llena de heridas abiertas y de puñetazos al aire. El ánimo de quien asiste al espectáculo se quiebra un poco, como consecuencia del gancho al mentón que propina la película cuando tenemos la guardia algo baja y entonces es cuando somos presas de la desorientación, de la desoladora tristeza y de un pedazo de corazón roto que ningún golpe, por fuerte que sea, podrá volver a componer. Y es que no...no es una película sobre boxeo, sino del realismo de una vida que se acaba porque, cuando llega determinado momento, alguien no sabe hacer otra cosa más que luchar en el ring.
Hay que destacar la aparición de Muhamad Alí interpretándose a sí mismo justo en el momento en que su carrera comenzaba a deslumbrar bajo el nombre de Cassius Clay y con un estilo que nunca se había visto en el boxeo así como la excelente banda sonora de Laurence Rosenthal y el soberbio trabajo de iluminación del fotógrafo Arthur Ornitz, responsable años después de las imágenes de realismo sucio de Serpico o de la sofisticación imperante en el atraco perfecto de Supergolpe en Manhattan, ambas de Sidney Lumet.
En resumen, muchas son las cintas que han tratado el mundo del boxeo y ésta es una de las más certeras hasta que, por supuesto, años después un osado, valiente e impecable Martín Scorsese dirigiera Toro salvaje con el poderío de un Robert de Niro inigualable, pero Réquiem por un campeón es una brillante película que merece la pena verse...tal vez porque muchos de nosotros no hemos hecho otra cosa en la vida y, cuando llegue el momento de la patada que nos arroje fuera del cuadrilátero, no sabremos hacer nada más. Palabra de crítico.
Curiosamente y con cierta lejanía, la historia del hombre que fracasa cuando termina la cuenta de su propia vida que no ha sido más que el inútil reflejo de una continua pelea en la lona, tiene un cierto parentesco con Fat city, de John Huston, gran especialista en la descripción del fracaso y tanto en una como en otra los estereotipos no existen. Sólo hay hombres que luchan por hacer algo que realmente merezca la pena en su vida llena de heridas abiertas y de puñetazos al aire. El ánimo de quien asiste al espectáculo se quiebra un poco, como consecuencia del gancho al mentón que propina la película cuando tenemos la guardia algo baja y entonces es cuando somos presas de la desorientación, de la desoladora tristeza y de un pedazo de corazón roto que ningún golpe, por fuerte que sea, podrá volver a componer. Y es que no...no es una película sobre boxeo, sino del realismo de una vida que se acaba porque, cuando llega determinado momento, alguien no sabe hacer otra cosa más que luchar en el ring.
Hay que destacar la aparición de Muhamad Alí interpretándose a sí mismo justo en el momento en que su carrera comenzaba a deslumbrar bajo el nombre de Cassius Clay y con un estilo que nunca se había visto en el boxeo así como la excelente banda sonora de Laurence Rosenthal y el soberbio trabajo de iluminación del fotógrafo Arthur Ornitz, responsable años después de las imágenes de realismo sucio de Serpico o de la sofisticación imperante en el atraco perfecto de Supergolpe en Manhattan, ambas de Sidney Lumet.
En resumen, muchas son las cintas que han tratado el mundo del boxeo y ésta es una de las más certeras hasta que, por supuesto, años después un osado, valiente e impecable Martín Scorsese dirigiera Toro salvaje con el poderío de un Robert de Niro inigualable, pero Réquiem por un campeón es una brillante película que merece la pena verse...tal vez porque muchos de nosotros no hemos hecho otra cosa en la vida y, cuando llegue el momento de la patada que nos arroje fuera del cuadrilátero, no sabremos hacer nada más. Palabra de crítico.
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