viernes, 6 de noviembre de 2009

LOS CRÍMENES DEL MUSEO DE CERA (1953), de André de Toth


Noche de horror y de crimen. La oscuridad parece que cobra vida y, de repente, bajo la tenue luz del televisor, parece que algo se mueve en la tiniebla, como si una serpiente de penumbra se retorciera en el aire acusador. Nuestros ojos siguen hipnotizados esta historia de asesinatos y locura, de persecución de la perfecta belleza, de conservación del terror en cera. El rostro de la desesperación lo pone un actor acostumbrado a moverse por los sinuosos caminos de la fantasía como era Vincent Price y, si somos viejos espectadores, nos dejaremos embaucar por una sed de sangre que no se apagará mientras siga ardiendo la tensión en nuestro interior. Noche de horror y de crimen. Noche de pánico.
El color nos guiará por los senderos del misterio mientras no podremos creer lo que nos cuenta una historia que nunca quisimos ver. La carcajada de la maldad resonará en el eco de nuestro salón al igual que nos hace saltar el tintineo de una cucharilla cuando, de improviso, cae al suelo. El miedo se sienta a nuestro lado y nos coge de la mano para llevarnos por el encanto de lo siniestro. El sufrimiento de la belleza se convierte en el móvil para el asesinato y nos dejamos atrapar por la cárcel de una tensión que no nos podemos sacudir, de la que no podemos prescindir, que no queremos abandonar. Algunos rincones faltos de iluminación serán paradas inusuales en la ironía y en el no tomarse demasiado en serio pero...cuidado, no tomarse demasiado en serio acaba siempre con la piel herida, con la sangre lanzándose en pos de la luz. Y entonces notaremos, sorprendidos, cómo un escalofrío recorre nuestro espinazo, buscando un tope en el que parar mientras se pierde en la eternidad de nuestra propia sensación. Y esa sensación no será la del pánico insuperable, no será la de la mejor película de terror de todos los tiempos, no será la del infinito llamando a las puertas del infierno, pero será la de un rato servido por el mismo diablo para ponernos la malsana sonrisa de los querubines del fuego, de los discípulos de las profundidades del alma enrevesada.
Lo mejor de todo es que, en medio de lo que nuestra vista se resiste a mirar, hay instantes para relajar nuestros labios apretados, de esbozar una tenue risa que desboque el histerismo por el que tanto hemos luchado, encerrándolo en nuestro torpe e inútil sentido del ridículo. Y si no sorpréndanse ustedes mismos dándose cuenta de cómo la lengua recorre nerviosamente sus carrillos por dentro mientras asistimos a este desfile de monstruos humanos, sin corazón, sin más piel que la cera, sin más cera que la muerte.
Y todo es porque la ambición aparece en lo amado, lo amado se transforma en corrupto y la corrupción desemboca en la locura porque muchas veces nos negamos a creer que podemos llegar a matar. Y todo el mundo sabe que matar es muy...muy fácil.

2 comentarios:

dexter dijo...

Todo un clásico, sí, señor. Me pregunto si tendrá algo que ver acabar de mentar Thriller para traer a colación a Vincent Price. La verdad es que cuando ves esta peli te pasmas de lo kistch con ese thecnicolor chillón, ese doblaje sesentero y tal. Pero luego te paras a pensar y dices, ostras, pues sí que acojona. Como anécdota te diré que esta película es la causa de una de mis rupturas sentimentales. Cuando ya no había nada que hacer y nos estábamos echando los trastos a la cabeza a mi ex se le ocurrió decir que además le había hecho ver un montón de películas horribles. ¿Ah sí- le pregunté, cómo cuáles? Y el me respondió con toda su pachorra " por ejemplo aquella tan fea del museo que se quemaba". Sólo entonces supe que lo dejado, bien dejado estaba.

César Bardés dijo...

Creo que era una buena coletilla para Jackson, por eso se me ocurrió meterla hoy.
Por lo que me dices de rupturas sentimentales...¿por qué a los que somos cinéfilos, cuando llega la hora de la ruptura, siempre se nos ataca por ahí? A mí también me ha pasado. Una vez me enamoré estúpidamente de una chica que no merecía ni que la mirara. Cuando decidió dejarme también me dijo que "las películas más horribles que me has llevado a ver" y le dije que yo no la llevé a ver nada que ella no quisiera ver. Y me dijo: "Pues El nombre de la rosa, sueño con ella, y tú eres el culpable". Ahí también supe que más valía no discutir. Adiós, guapa. Y quedó sumida en el olvido que es donde siempre mereció estar. Luego sé que tuvo una prometedora carrera profesional y que se lió con un musulman y la zurraba. Seguro que a ése no le dijo nada de las películas tan horribles que le hacía ver.