El prestigioso guionista William Goldman (autor de, entre otras, Dos hombres y un destino, de George Roy Hill; o de Marathon Man, de John Schlesinger) ha sostenido siempre que “todos los guionistas, cuando escribimos, tenemos en la cabeza al actor o a la actriz que pone cara a los personajes que creamos. Yo hace años que todas mis protagonistas femeninas han tenido las maneras y el rostro de Jean Simmons”.
Yo no soy guionista pero he de confesar que allá como a los dieciocho años, le puse los cuernos a Audrey Hepburn con Jean Simmons (luego llegó Ingrid Bergman). Y hay que reconocer que Jean tenía mucho ángel pero es que, además poseía un no sé qué morboso que hacía que la imaginación volara muy bajo, casi por debajo de la cintura, como si fuera una de esas chicas (que todos hemos conocidos alguna vez) que se mostraban modosas y formales y, una vez que conseguías traspasar las almenas de su aparente y fortificada distancia, conseguían que los niños se convirtieran en hombres y los hombres, en niños (Los profesionales dixit, dirigida por el marido de Jean, afortunado él, Richard Brooks, encima se casaba con hombres con los que yo no podía competir). Por otro lado, Jean Simmons era una extraordinaria actriz, de rígida formación clásica (no puedo imaginar a ninguna otra Ofelia para Hamlet mejor que ella) que, sin embargo, salvo raras excepciones fue muy desaprovechada en el cine con una filmografía pequeña, de muy pocos y selectos títulos.
Estrella juvenil en los años cuarenta, David Lean en Cadenas rotas; Powell y Pressburger en Narciso negro y, sobre todo, Olivier en Hamlet hacen que Hollywood vuelva los ojos hacia esta actriz de rara intensidad dramática, de perfecta declamación y de voz un tanto peculiar y, cómo no, es Otto Preminger, de la mano de Howard Hughes, quien atisba sus enormes posibilidades con un papel tremendamente difícil en Cara de ángel, en la piel de una mujer mimada y desequilibrada, capaz de hacer cualquier cosa con tal de retener al hombre que ama, Robert Mitchum. La interpretación de Simmons es cruel y atractiva, en el mismo filo de la locura, con una extensa gama de matices que la convierten en una malvada inolvidable que nadie se atrevería a rechazar.
Más tarde, aprovechando su matrimonio ideal con Stewart Granger que acabó como el rosario de la aurora debido a las continuas infidelidades de él, algún lumbreras se empeñó en que fuera la Reina Isabel I de Inglaterra en sus años jóvenes, en La reina virgen, de George Sidney y, claro, eso no se lo creía ni el más pintado. Para mí que Jean Simmons hubiera sido una perfecta Ana Bolena, pero la Reina Isabel era tarea para alguien un poco menos atractivo y bastante menos femenino, como Bette Davis por ejemplo, por muy buen reparto que la pusieran alrededor y por más que se empeñaran en defender la castidad de una reina a través de un imposible romance de juventud.
Pero la cámara se enamoraba de ella tanto como yo y la pusieron como protagonista de grandes producciones de calidad más que discutible como la aborrecible La túnica sagrada, de Henry Koster; Sinuhé, el egipcio, de Michael Curtiz (uno de los mayores fiascos de casting de la historia del cine); o la espantosa Desirée, también de Koster con un Marlon Brando buscando su derrota como improbable Napoleón.
Una película menor pero muy inquietante de aquellos desastrosos años fue Pasos en la niebla, de Arthur Lubin, nuevamente con su marido Stewart Granger en la que caminaba peligrosamente por la sugeridora posibilidad de una psicopatía incurable o de una inocencia imposible. Lo maquiavélico de la trama hace que merezca una revisión para adentrarnos en la espesa y misteriosa niebla londinense donde la muerte puede llegar impulsada por la ceguera de un amor que siempre ha tomado el camino equivocado.
Con Ellos y ellas comienza la recuperación al descubrirse como una actriz versátil que se ajusta perfectamente al papel de Sargento del Ejército de Salvación, una puritana recalcitrante y que, a la vez, se nos aparece como una muy aceptable bailarina y cantante y que asombra por su capacidad de convertirse en una mujer sensual de pasiones desatadas en cuanto toma un par de dulces de leche bajo el poderoso influjo de la luna cubana. Y no saben lo que yo hubiera dado por agarrarla de la cintura y bailar con ella en una cantina de La Habana.
Luego, trabaja con Wyler poniendo un inusual empuje a su papel de mujer valerosa y decidida en Horizontes de grandeza al tiempo que se divorcia de Stewart Granger. En el rodaje de El fuego y la palabra, conoce a su segundo marido, el gran Richard Brooks y hace con él una fantástica película que habla sobre la fe, el engaño, la salvación, la charlatanería y la interpretación que, en manos de su compañero en la película Burt Lancaster, alcanza cotas inimaginables. La actuación de ella es toda una lección de delicadeza dentro de un personaje clave en el desarrollo fuertemente dramático de la historia que pone de manifiesto la sensibilidad de una actriz que, con 31 años, llegaba a la cima de su carrera.
Recién acabado el rodaje, se casa con Brooks y tiene una hija, y a los pocos días de nacer recibe la llamada de Kirk Douglas, que ya estaba inmerso en el rodaje de Espartaco y que no estaba nada satisfecho con el trabajo de la candidata inicial para el personaje de Varinia, la modelo alemana Sabine Bethmann (que llegó a rodar algunos planos) y, al grito de: “¡Por favor, Jean! ¡Mueve el culo hacia aquí!”, le rogó que aceptara el papel. Y la decisión de Douglas fue acertada porque la actriz compuso un bellísimo personaje, de frágil belleza pero de una fortaleza interior y de una extraña sensualidad que hace que sea imposible no seguir enamorado de ella. Además de todo eso, da una dimensión fantástica al Marco Licinio Craso que interpreta Laurence Olivier y todo ello realzado con la atinada visión de los momentos íntimos de la historia a través del cuidado que Stanley Kubrick puso en la dirección interpretativa (que mimó hasta el exceso en todos los papeles interpretados por actores británicos) y que encuentra su más perfecta definición en la imagen con la que la representa Saul Bass en esos irrepetibles títulos de crédito con los que cuenta la película: una mano que, casi con ternura, sostiene un ánfora a punto de verter el oro transparente del agua de su cariño, la cortina de cristal tras la que se halla una mujer que sólo busca el verdadero amor de su vida en un mundo demasiado difícil, el tremendo cuidado de la servidumbre de quien espera al hombre que la saque del trabajo y de la esclavitud.
Pero aún teníamos que verla en un registro puramente cómico, una asignatura pendiente que aprobó con nota en el papel de una cotilla oportunista con un puntito de mala leche en la maravillosa Página en blanco, de Stanley Donen, luciendo una espléndida figura y arrancando risas cada vez que abre la boca. Parecía que, a partir de aquí, iba a desarrollar una brillante carrera pero ella decidió desintoxicarse del alcohol que la hundía en un infierno, y cuando pudo conseguirlo, prefirió ser esa gran mujer detrás de un gran hombre como su marido y dedicarse a él y a su hija recién nacida, Kate, y desde el año 1961, Jean Simmons tan sólo rodó diez películas de la que, obligatoriamente, hay que destacar su abrumador papel en el drama Con los ojos cerrados, que Richard Brooks escribió expresamente para ella, describiendo la realidad de una mujer que se ha prolongado en su matrimonio por inercia, que se ha dado cuenta de que no es imprescindible para nadie y que sale en busca de un camino que haga que, al menos una parte de su vida, sea su deseo y no su final. Una interpretación al borde de la madurez que hace que apreciemos su enorme talento como actriz y su impresionante presencia como mujer.
En su serena ancianidad, Jean Simmons siguió teniendo su cara de ángel. Yo, en mi agobiada madurez, sigo soñando con ella y con su sonrisa y con su cuerpo húmedo bajo la manta de un gladiador que quiso ser libre y fue leyenda y que supo conquistarla sin decir ni una palabra. Ahora que Jean Simmons se ha ido, dejaré de escribir para ver si, en mis estúpidos sueños, mi silencio da algún resultado.
Estrella juvenil en los años cuarenta, David Lean en Cadenas rotas; Powell y Pressburger en Narciso negro y, sobre todo, Olivier en Hamlet hacen que Hollywood vuelva los ojos hacia esta actriz de rara intensidad dramática, de perfecta declamación y de voz un tanto peculiar y, cómo no, es Otto Preminger, de la mano de Howard Hughes, quien atisba sus enormes posibilidades con un papel tremendamente difícil en Cara de ángel, en la piel de una mujer mimada y desequilibrada, capaz de hacer cualquier cosa con tal de retener al hombre que ama, Robert Mitchum. La interpretación de Simmons es cruel y atractiva, en el mismo filo de la locura, con una extensa gama de matices que la convierten en una malvada inolvidable que nadie se atrevería a rechazar.
Más tarde, aprovechando su matrimonio ideal con Stewart Granger que acabó como el rosario de la aurora debido a las continuas infidelidades de él, algún lumbreras se empeñó en que fuera la Reina Isabel I de Inglaterra en sus años jóvenes, en La reina virgen, de George Sidney y, claro, eso no se lo creía ni el más pintado. Para mí que Jean Simmons hubiera sido una perfecta Ana Bolena, pero la Reina Isabel era tarea para alguien un poco menos atractivo y bastante menos femenino, como Bette Davis por ejemplo, por muy buen reparto que la pusieran alrededor y por más que se empeñaran en defender la castidad de una reina a través de un imposible romance de juventud.
Pero la cámara se enamoraba de ella tanto como yo y la pusieron como protagonista de grandes producciones de calidad más que discutible como la aborrecible La túnica sagrada, de Henry Koster; Sinuhé, el egipcio, de Michael Curtiz (uno de los mayores fiascos de casting de la historia del cine); o la espantosa Desirée, también de Koster con un Marlon Brando buscando su derrota como improbable Napoleón.
Una película menor pero muy inquietante de aquellos desastrosos años fue Pasos en la niebla, de Arthur Lubin, nuevamente con su marido Stewart Granger en la que caminaba peligrosamente por la sugeridora posibilidad de una psicopatía incurable o de una inocencia imposible. Lo maquiavélico de la trama hace que merezca una revisión para adentrarnos en la espesa y misteriosa niebla londinense donde la muerte puede llegar impulsada por la ceguera de un amor que siempre ha tomado el camino equivocado.
Con Ellos y ellas comienza la recuperación al descubrirse como una actriz versátil que se ajusta perfectamente al papel de Sargento del Ejército de Salvación, una puritana recalcitrante y que, a la vez, se nos aparece como una muy aceptable bailarina y cantante y que asombra por su capacidad de convertirse en una mujer sensual de pasiones desatadas en cuanto toma un par de dulces de leche bajo el poderoso influjo de la luna cubana. Y no saben lo que yo hubiera dado por agarrarla de la cintura y bailar con ella en una cantina de La Habana.
Luego, trabaja con Wyler poniendo un inusual empuje a su papel de mujer valerosa y decidida en Horizontes de grandeza al tiempo que se divorcia de Stewart Granger. En el rodaje de El fuego y la palabra, conoce a su segundo marido, el gran Richard Brooks y hace con él una fantástica película que habla sobre la fe, el engaño, la salvación, la charlatanería y la interpretación que, en manos de su compañero en la película Burt Lancaster, alcanza cotas inimaginables. La actuación de ella es toda una lección de delicadeza dentro de un personaje clave en el desarrollo fuertemente dramático de la historia que pone de manifiesto la sensibilidad de una actriz que, con 31 años, llegaba a la cima de su carrera.
Recién acabado el rodaje, se casa con Brooks y tiene una hija, y a los pocos días de nacer recibe la llamada de Kirk Douglas, que ya estaba inmerso en el rodaje de Espartaco y que no estaba nada satisfecho con el trabajo de la candidata inicial para el personaje de Varinia, la modelo alemana Sabine Bethmann (que llegó a rodar algunos planos) y, al grito de: “¡Por favor, Jean! ¡Mueve el culo hacia aquí!”, le rogó que aceptara el papel. Y la decisión de Douglas fue acertada porque la actriz compuso un bellísimo personaje, de frágil belleza pero de una fortaleza interior y de una extraña sensualidad que hace que sea imposible no seguir enamorado de ella. Además de todo eso, da una dimensión fantástica al Marco Licinio Craso que interpreta Laurence Olivier y todo ello realzado con la atinada visión de los momentos íntimos de la historia a través del cuidado que Stanley Kubrick puso en la dirección interpretativa (que mimó hasta el exceso en todos los papeles interpretados por actores británicos) y que encuentra su más perfecta definición en la imagen con la que la representa Saul Bass en esos irrepetibles títulos de crédito con los que cuenta la película: una mano que, casi con ternura, sostiene un ánfora a punto de verter el oro transparente del agua de su cariño, la cortina de cristal tras la que se halla una mujer que sólo busca el verdadero amor de su vida en un mundo demasiado difícil, el tremendo cuidado de la servidumbre de quien espera al hombre que la saque del trabajo y de la esclavitud.
Pero aún teníamos que verla en un registro puramente cómico, una asignatura pendiente que aprobó con nota en el papel de una cotilla oportunista con un puntito de mala leche en la maravillosa Página en blanco, de Stanley Donen, luciendo una espléndida figura y arrancando risas cada vez que abre la boca. Parecía que, a partir de aquí, iba a desarrollar una brillante carrera pero ella decidió desintoxicarse del alcohol que la hundía en un infierno, y cuando pudo conseguirlo, prefirió ser esa gran mujer detrás de un gran hombre como su marido y dedicarse a él y a su hija recién nacida, Kate, y desde el año 1961, Jean Simmons tan sólo rodó diez películas de la que, obligatoriamente, hay que destacar su abrumador papel en el drama Con los ojos cerrados, que Richard Brooks escribió expresamente para ella, describiendo la realidad de una mujer que se ha prolongado en su matrimonio por inercia, que se ha dado cuenta de que no es imprescindible para nadie y que sale en busca de un camino que haga que, al menos una parte de su vida, sea su deseo y no su final. Una interpretación al borde de la madurez que hace que apreciemos su enorme talento como actriz y su impresionante presencia como mujer.
En su serena ancianidad, Jean Simmons siguió teniendo su cara de ángel. Yo, en mi agobiada madurez, sigo soñando con ella y con su sonrisa y con su cuerpo húmedo bajo la manta de un gladiador que quiso ser libre y fue leyenda y que supo conquistarla sin decir ni una palabra. Ahora que Jean Simmons se ha ido, dejaré de escribir para ver si, en mis estúpidos sueños, mi silencio da algún resultado.
6 comentarios:
Una maravilla tu homenaje a Jean Simmons. No recordaba "Página en blanco". Esta peli no me gustó demasiado cuando la vi por primera vez, luego volví a verla y me encantó. Un papel poco habitual en ella y que sin embargo lo borda.
Reconzco que algunas de las películas que nombras no las he visto como "Con los ojos cerrados". Siempre me gustó esta mujer. Me parecía una actriz muy buena y muy guapa. Con una belleza actual. Veía alguna peli suya y hasta su corte de pelo me parecía moderno.
Siempre recordaré su Varinia y aquella maravillosa escena final de Espartaco cuando se despide de él con el niño en sus brazos. Y, por supuesto su papel de maestra en Horizontes de grandeza. Qué miradas cruza con Gregory Peck. Maravillosa.
Me gustado recordar tu admiración por esos títulos de crédito de Espartaco. El ánfora. Recuerdo una conversación en la que me hablaste de esto mismo.
Un beso
Gema
Se me olvidó decir que me ha encantado esa foto que has puesto. No la conocía.
"Página en blanco" no es una película muy valorada. Por ahí he leído que es un "elegante tostón" pero a mí me parece una comedia llena de sofisticación y encanto. La historia me engancha con ese marido que no quiere que se note mucho que desea por encima de todo recuperar a su mujer frente a la avalancha americana que se le viene encima.
"Con los ojos cerrados" es una película que te recomiendo que veas en cuanto tengas oportunidad. Ella está fantástica. Richard Brooks escribió el guión para ella como un medio de pedir perdón por haber caído en la rutina de un amor que nunca dejó de tener por ella pero que pasó por sus horas difíciles sobre todo por el alcoholismo del que casi no pudo salir. Es una maravilla de retrato de mujer que no busca una aventura, sino que busca vivir, busca recuperar la ilusión que tenía cuando se casó con su marido, busca realizarse porque ha vivido una vida fingida, típica y ha hecho exactamente lo que se espera de ella. Su personaje también se refugia en el alcohol y, de repente, mira a su alrededor y decide que tiene que ir "con los ojos cerrados" hacia un nuevo mapa de su vida. A mí me parece un melodrama excepcional con una de las mejores actuaciones de su carrera.
Por supuesto...¿quién no se ha enamorado de su Varinia y de su escena final en el camino de cruces que la espera? Creo que era una actriz que sabía dar el punto justo a sus papeles aunque la película fuera mediocre. A finales de los setenta hizo una película que se llamaba "El joven y la cuarentona" donde tenía una aventura con un chico joven aunque ella, claro, estaba casada, con hijos mayores y demás. La película era mala pero ella sobresalía como una cálida ropa interior a la que abrazarse sobre la piel de la experiencia. Estaba muy bien, como creo que lo ha estado siempre en sus películas.
En cuanto a la foto, bueno, me llamó la atención por ser un descanso del rodaje de "Espartaco". Ella siempre fue amiga de Kirk Douglas (hace unos seis meses coincidieron en una gala y ella se abrazó a él como sólo se hace con los viejos amigos) y Douglas lo era desde hacía tiempo de Curtis. Simmons, aunque era británica y Kubrick sentía especial predilección por los actores británicos de esa película (Simmons, Olivier, Ustinov y Laughton) y los dirigió personalmente pasando de largo sobre Kirk Douglas, Tony Curtis y John Gavin. Douglas se molestó muchísimo porque las indicaciones de Kubrick a los británicos eran muy precisas y Olivier, Ustinov y Laughton pasaron de Douglas también por un implícito complejo de superioridad a pesar de que el propio Olivier ya había actuado con Douglas en "El discípulo del diablo", pero Simmons no. Ella permaneció fiel a los que eran sus amigos. Tanto es así que cuando el American Film Institute decidió dar su premio a Kirk Douglas, ella, en determinado momento de la gala, se levantó de su mesa, cogió su copa y solamente dijo: "Esta noche, en este momento, sólo quiero brindar por el único y auténtico Espartaco".
Gran chica.
A mi también me ha gustado mucho el repaso, el problema es que a mi, donde de verdad me gustó mucho y casi me enamora (mi flechazo no fue tan fuerte como el suyo Mr. Wins) fue en "Desiree", que si que no era buena peli, pero a mi ella me pareció guapisima.
Ese anónimo era yo. Abrazos Carpet.
"Desirée" tiene en contra que es un tostón de cuidao. Ella, como siempre, guapísima (en qué película ha salido fea?). Lo que no me creo ni tirando cohetes es al Marlon Brando haciendo de Napoleón (ni él mismo se lo creía, como confiesa en sus memorias). Es una película muy torpemente dirigida y con un Brando al que se le empiezan a ver sus primeros defectos (y mira que, por lo general, siempre me ha gustado). Sin embargo, ella está más que de amante, de reina. Siempre en su sitio, sin moverse un milímetro de más. Guapa, buena actriz...ay, Jean, Jean.
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