martes, 5 de enero de 2010

NÚMERO 9 (2009), de Shane Acker

Hace cuatro años, Shane Acker consiguió una nominación a los Premios de la Academia por un cortometraje animado de apenas once minutos titulado 9. Después del apoyo expreso y financiero de Tim Burton y del realizador de Wanted, Timur Bekmanbetov, se atrevió a cambiar su idea inicial conservando la estética de aquel cortometraje para narrarnos en clave apocalíptica las aventuras de unos pedazos de alma recubiertos de tela de arpillera.
El resultado es una película de estética fascinante que se atreve, desde una perspectiva adulta, a hablarnos de la ambición tecnológica que nos consume y que nos invade hasta tal punto de crear máquinas con el único fin de encontrar un sustitutivo eficaz en la guerra. La evolución sigue y esas mismas máquinas entrenadas para matar y vencer deciden exterminar a ese ser humano que perdió el alma porque se olvidó de ponerla en cualquiera de sus obras en esta Tierra. Ese argumento suena peligrosamente a Terminator pero la diferencia es que el relato, en esta ocasión, comienza cuando ya es demasiado tarde. No hay resistencias heroicas. No hay robots perfectos. Todo es un campo de batalla sembrado de cadáveres, de hierros retorcidos, de casas rotas, de muerte estéril (lo que nos remite también a El último hombre vivo). Lo único que queda son unos trocitos de saco que hablan, sienten y piensan y que, a diferencia de las máquinas asesinas, tienen algo dentro de su cuerpo de trapo y que se parece al alma.
Y así vemos cómo hay hilos que cuelgan de la esperanza, remiendos enhebrados con la aguja de la unión, el error como parte de una existencia que sólo ve el paisaje en medio de la desolación. El fascismo se yergue al fondo de la escena. Las trincheras nos llevan por los recovecos salpicados de tierra que semejan aquellas que nos enseñó de manera magistral Stanley Kubrick en Senderos de gloria. El panorama yace roto en el horizonte mellado sólo por una iglesia que se mantiene en pie o por las chimeneas de una fábrica que se niega al derrumbe. Quizá la historia no deje de ser una aventura, más o menos vista, más o menos asumida, pero viajamos por parajes de caos gótico y por un trazado de personajes numéricos que es completo y variado. Tal vez como un principio de humanidad sin piel, como un génesis de almas de esparto. Comienzo pequeño para la lluvia que cae en señal de la vida que sigue.
Detrás de toda la fachada está la confianza en el valor intrínseco de quien lucha por salir adelante a pesar de los monstruos que sitian con sus mecanismos de destrucción el ansia de volver a crear, de volver a construir, de volver a inventar, pero de poner toda el alma, aunque sea pequeña, en esos diminutos trabajos que hacen que cada día huyamos un poco más. Es la ilusión agrietada en venas de oscuridad para después de la batalla. En el momento en que olvidamos ese alma que se nos escapa, entonces no importa cuál sea la guerra que emprendamos porque la tendremos perdida de antemano. Somos perdedores. Somos derrota. Y quizá sólo el nacimiento de unos seres nuevos puede hacer que la Tierra tenga agua; el agua, vida; la vida, luz; y la luz, sentido.
Ahí está la película de dibujos animados que han hecho Acker, Burton y Bekmanbetov con la colaboración de una espléndida banda sonora de Danny Elfman y utilizando una mirada desencantada, de ojos ligeramente torneados por la decepción, muy alejada del cortometraje que dio origen a la idea de este futuro en el que los hombres ya no estamos porque, simplemente, no somos necesarios. Ni siquiera para morir. Unos héroes de trapo nos sustituyen para hacerlo mucho mejor. Con más sencillez. Con más ética. Con más amistad. Con más alma. No es para niños. Ellos no necesitan ver esta película porque aún la tienen. A nosotros sólo nos queda encontrar la manera de fracasar.

2 comentarios:

M.I. dijo...

Un artículo bueno. Realmente bueno, muy bueno. Tus últimos artículos, la verdad, te superan. Superan lo bueno que ya sabíamos que sabes hacer.

!Feliz Año Nuevo!

César Bardés dijo...

Muchas gracias, M.I, son comentarios que no merezco en absoluto aunque sí es verdad que no olvido de tratar hacerlo cada vez mejor porque no puedo entender a todos esos que se ponen a escribir sobre cine y se aburren. Para eso que se pongan a contar ovejitas australianas. En cualquier caso, gracias por unas palabras llenas de motivación.
Feliz Año Nuevo para ti y los tuyos también.