“Érase una vez un hombre malo...”, dice la canción. Un hombre malo que poseía el arte de la manipulación e hizo que todos los tramposos fueran lacayos a su servicio. Tenía una sonrisa que cautivaba, una inteligencia que era capaz de sacar lo peor de cada uno y una certeza inviolable de que era un hombre malo, que debía hacer cosas malas y que todo el mundo, incluso el más honesto, también era malo.
Así pues el tipo se merendó unos cuantos muslitos de pollo y le agarraron porque se estaba comiendo unas pechugas y le llevaron a un lugar polvoriento después de visitar un nido de serpientes donde escondió la razón que siempre mueve a toda la humanidad. Allí, calibró la situación. Midió a los que tenían que ayudarle. Pactó con un diablo muerto y maquinó una traición contra un andar seguro. Más que nada porque hay expertos en despertar los diablos. El premio es una libertad fingida porque él piensa que todos son esclavos, que seguirán siendo esclavos y que morirán siendo esclavos. No importa recibir algún puñetazo de vez en cuando, ni erigirse en líder de un montón de peones que cree absolutamente prescindibles. Lo importante es sembrar de maldad todo lo que está a su alrededor porque, en ese terreno, él es el mejor y no tiene por qué desenfundar nada que no sea su propia inteligencia.
Por otro lado, otro hombre cree en la ley, en la capacidad de reinserción de unos presos a los que se da la oportunidad de trabajar y de hacer algo útil para que, cuando se les abran las rejas, piensen que pueden aportar algo a la sociedad hostil que les espera. Se equivoca. La sociedad hostil está dentro de los muros de la cárcel que le ha tocado dirigir y así es muy difícil llegar con cierta holgura a respirar el aire de los libres. Todo es corrompible. Todo puede ser destruido. Al fin y al cabo, lo que menos valor tiene dentro del ser humano, son las creencias.
En el enjambre de mugre que se mueve por los patios de una desesperanza que no existe, una serie de pícaros tratan de convertirse en parte fundamental de un equipo que destaca porque carece de moralidad. Eso les une a todos. Y entonces se ponen en juego una serie de trampas pequeñas para un objetivo común. El viejo que sólo sirve para cultivar marihuana. La pareja de timadores que se quieren por ser opuestos. El joven que sinceramente piensa que está desperdiciando su vida por una acción grotesca. El solitario asesino que descubre que es capaz de sentir amistad. Sólo piedras picadas en una cantera agotadora, separadas de los bloques para ser aplastadas por la fuerza de quien sabe manejar, estrujar, aplastar y no sentir ni el más mínimo reparo. “Érase una vez un hombre malo...”, decía la canción. Un hombre malo que poseía el arte de la manipulación y que no dudó ni un momento en utilizar la condición de tramposos de todos los demás para cegar el pozo sin fondo de sus almas vacías. El día de los tramposos, en realidad, fue el día en que dejaron de existir.
Por otro lado, otro hombre cree en la ley, en la capacidad de reinserción de unos presos a los que se da la oportunidad de trabajar y de hacer algo útil para que, cuando se les abran las rejas, piensen que pueden aportar algo a la sociedad hostil que les espera. Se equivoca. La sociedad hostil está dentro de los muros de la cárcel que le ha tocado dirigir y así es muy difícil llegar con cierta holgura a respirar el aire de los libres. Todo es corrompible. Todo puede ser destruido. Al fin y al cabo, lo que menos valor tiene dentro del ser humano, son las creencias.
En el enjambre de mugre que se mueve por los patios de una desesperanza que no existe, una serie de pícaros tratan de convertirse en parte fundamental de un equipo que destaca porque carece de moralidad. Eso les une a todos. Y entonces se ponen en juego una serie de trampas pequeñas para un objetivo común. El viejo que sólo sirve para cultivar marihuana. La pareja de timadores que se quieren por ser opuestos. El joven que sinceramente piensa que está desperdiciando su vida por una acción grotesca. El solitario asesino que descubre que es capaz de sentir amistad. Sólo piedras picadas en una cantera agotadora, separadas de los bloques para ser aplastadas por la fuerza de quien sabe manejar, estrujar, aplastar y no sentir ni el más mínimo reparo. “Érase una vez un hombre malo...”, decía la canción. Un hombre malo que poseía el arte de la manipulación y que no dudó ni un momento en utilizar la condición de tramposos de todos los demás para cegar el pozo sin fondo de sus almas vacías. El día de los tramposos, en realidad, fue el día en que dejaron de existir.
2 comentarios:
Que gran alegría encontrarme después de unos días de vacaciones este esperado post. Y por supuesto no defrauda. Ni el post, ni Mankiewicz por mucho que algunos dijeran y digan que este es un film menor. Yo no lo creo, puede no llegar al nivel de excelencia de "Eva al desnudo”, de "La huella", de "El fantasma..." de "De repente el último verano"…pero es una película soberbia, gozosa, y dirigida con una facilidad y una puntería digna del propio Lucky Luke. La presentación de personajes es tan certera que ya no necesita explicar mucho más de cada uno para que sepas como va a moverse en el desarrollo de la acción. Me recuerda a John Sturges y la presentación del reparto coral que hace tanto en "Los 7 magníficos" como en "La gran Evasión", aunque creo que en el caso de este film de Mank los perfiles de los personajes están mejor contados en esa presentación inicial.
Además es una película socialmente valiente, hay una pareja de comportamiento marcadamente homosexual, hay acoso del jefe de los guardianes al joven y apuesto recluso, hay una apuesta del alcaide por la reinserción y el trato humano de los presos y … hay una amarga moraleja, frente a la codicia cualquier buena intención o sentimiento tiene las de perder. Mank retoma uno de sus temas preferidos, no tanto el arribismo creo yo como la manipulación, como los personajes astutos manejan a los demás como peones de un ajedrez para conseguir sus egoístas propósitos. Y el director nos maneja de igual forma. Douglas (inmenso aquí) compone perfectamente el personaje de un malvado, el crooked man (más hombre deshonesto, que hombre malo, ¿no?) del título original ( la traducción del título no es muy literal, pero a mí no me parece desacertada), un tipo simpático y caradura, cortés cuando se requiere, buen amigo si alguien lo necesita que nos va conquistando poco a poco como a sus compañeros, todos recelamos, tenemos la mosca detrás de la oreja, pero finalmente le entregamos nuestro cariño. Frente a él, Fonda, el héroe infeliz como le retrataba José de Diego, un alcaide de nuevas maneras, de buenas intenciones, con buen corazón, que busca manejar al más problemático de la jaula, y ese no es el más fiero, ni el más desalmado, ni el más brutal. El más peligroso, en la cárcel o en la vida es el más listo.
La película parece una comedia y parece un western, pero en realidad es un juego de ingenio, mejor dicho un combate de ingenios. Como “la huella” o como “Eva al desnudo”. Una lucha entre serpientes peligrosas, dispuestas a darte una dentellada mortal mientras observan inmóviles los puntos débiles del rival. Y si, parece un duelo entre dos, pero el resto de personajes es impagable porque dan contenido y profundidad a la trama, porque cuentan otras cosas que también pasan y nos van situando en cada momento, y si Fonda y Douglas están increíbles no lejos están Oates, Meredith o esa pareja de timadores, menos timadores que pareja.
La peli engaña, parece pequeña pero no lo es, parece insustancial pero no lo es, parece menor, pero no lo es. El post no engaña parece muy bueno y lo es.
"There was a crooked man...", sí, en realidad, literalmente, es "Era un bandido...". Pero, como bien dices, creo que la intención está muy cerca al "érase una vez un hombre malo"...o "deshonesto", eso es lo de menos. Lo de más es que es una película maravillosa, llena de ingenio, en la que la manipulación es el auténtico "leitmotiv" de la cinta y que además destila un auténtico arsenal de malas intenciones. Es muy curioso cómo, a partir de "Cleopatra", a Mankiewicz le salen películas de personajes muy mal intencionados. Ahí está el Cecil Fox de "Mujeres en Venecia", o el Paris Pitman Jr. de "El día de los tramposos" con todo su coro o, desde luego, el Andrew Wyke y el Milo Tindle de "La huella". Hay una cierta amargura en su cine desde entonces.
No cabe duda de que tienes toda la razón en la presentación de los personajes y de cómo Mank y Douglas nos seducen irremisiblemente a través de la figura de un hombre que es marcadamente malvado y terroríficamente listo. Me parece una película muy mayor de Mankiewicz. Lo que pasa es que es tan impresionantemente descreída que fue un fracaso en su día y no es fácil de ver cómo hasta el más honesto de los hombres puede llegar a ser un "crooked man". Sí creo, por otra parte, que hay un cierto arribismo en la película a través de todos los personajes que, en el fondo y con la única excepción quizá del de Burgess Meredith, quieren ser como Douglas. Incluido Fonda. PEro sin duda, el arma que maneja la película con maestría única es la manipulación. No hay nada como decir a los demás exactamente aquello que quieren oír para, después, sacar lo que se quiere sacar.
En cualquier caso, es una lección de extraordinario cine, que hay que recomendar a todo el mundo porque, en el fondo, todos somos un poco esos tramposos que cierran la puerta tras de sí. Una puerta hecha de barrotes y vanidad.
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