martes, 19 de octubre de 2010

CORAZÓN REBELDE (2009), de Scott Cooper

Al final de la carretera, resuenan demasiadas noches envueltas en un humo que apenas se pueden recordar, demasiadas cuerdas de guitarra rasgadas, despellejadas por canciones que se han convertido en apenas un susurro del trovador que un día se llegó a ser. Hay demasiadas chicas sin nombre, de motel de verde y blanco y televisor encendido, demasiados cigarrillos apurados dejando el aliento seco y rancio. Hay un vagar sin rumbo porque ya todo importa muy poco, lo mejor quedó atrás y por delante sólo resta una melodía por componer.
Sin embargo, en todo camino hay desviaciones imprevistas, obras que avanzan a paso lento con el compás del country-blues, y, de repente, una mujer, no muy grande, no muy atractiva, se cruza en una autovía a la que ya no le queda asfalto sobre la que deslizarse y parece que todo cobra un misterioso sentido. Las canciones vienen a la mente aunque se siguen vomitando todas esas noches con olor a vacío, con aplausos desperdigados, con sudores de borrachera. No, amigo, te estás confundiendo. No es una última oportunidad para el amor. Es la última gota de la botella.
Jeff Bridges compone un papel enorme en una película pequeña, que abusa de recursos facilones para hacer avanzar de forma tramposa una narración que está condenada al cierre del paso a nivel. Mucha canción vaquera. El reencuentro con un jovencito pujante al que lanzaste cuando fuiste alguien. La botella que te llama con sus colores de sirena, cantos de alcohol que suenan a balada cuando el mañana te importa tres acordes. El error imperdonable y sentimental que indica que tienes que dejar esa vida y comenzar a trastear con la guitarra en clave tejana. Eres un alcohólico y te has bebido la vida a base de canciones que nunca llegaste a acabar. Por eso no fuiste compañero, por eso no fuiste padre, por eso no fuiste más que un nombre más o menos grande en lo alto de una marquesina.
Más allá de eso, la película es algo mil veces visto y sentido. La última curva del sombrero que un día fue elegante. Bridges consigue, más que contarnos la historia de lo que está pasando, contarnos la historia de lo que pasó y ahí está el enorme mérito de su interpretación. Lo demás es un repertorio de tópicos algo cansinos, bastante demorados, irritantes y desesperados. Y es que las glorias pasadas siempre acaban quemadas cuando ya alcanzan el límite de los sueños, cuando saben que a su alrededor no hay más cariño que el de un contrato, cuando se tiene la certeza de que, en pleno declive sin frenos, nunca ha habido éxito. Sólo respiros contra el fracaso. Todo está detrás de esas gafas oscuras que no dejan entrever el mareo de la cogorza, o la alegría de volver a sentir que lo que un día compusiste es importante para un buen puñado de gente. El corazón no suele ser un rebelde, trovador. Suele ser un loco.

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