viernes, 8 de octubre de 2010

EL HOMBRE DE LA MEDIANOCHE (1974), de Burt Lancaster y Roland Kibbee


Un hombre llega a una tranquila ciudad. Ha estado varios años en la cárcel por asesinato. Metió unas cuantas balas en el cuerpo del tipo que se estaba tirando a su mujer. Eso no sería otra cosa que un crimen pasional salvo por el hecho de que él era policía. Consigue, gracias a un viejo amigo de viejos tiempos, un trabajo de guardia de seguridad sin arma en un colegio de internos. Es el hombre de la medianoche, aquel que vela por el sueño de los demás. Allí, una estudiante es asesinada, y su anciano instinto de sabueso le pone sobre la pista de algo de grandes tentáculos que llegan hasta un senador. Por el camino, ese hombre de medianoche, de linterna en la mano y mirada cansada, encuentra a la dama de su amanecer, esperanza en sus ojos ya de vuelta en el viaje de la vida y hay ocasiones en las que uno desearía que la noche no se alejara a buen paso.
En el pedregoso sendero que tiene que recorrer nuestro hombre de penumbra, hallará la decepción…una vez más, la despreciable decepción…conspiraciones, más asesinatos, para él, un par de heridas sangrantes y, por último, un “me lo pensaré” para volver a ser algo parecido a lo que siempre fue. Tal vez porque lo que siempre fue no le ha hecho más que daño.
El hombre de la medianoche es una estupenda película de misterio que nadie conoce. Fue el segundo intento de Burt Lancaster tras las cámaras (en esta ocasión ayudado por Roland Kibbee) y lo hizo con una película pequeña, insignificante, sin muchas más pretensiones que seguir una serie de reglas clásicas que en los setenta, cuando se rodó, ya estaban en desuso. Y lo que salió fue una película injustamente destrozada por la crítica y vapuleada por un publico embebido por las nuevas reglas que estaban imponiendo en aquel momento una generación de jóvenes cineastas como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Brian de Palma o Steven Spielberg. Aún así, Burt Lancaster consigue una hermosa película que no esconde ni su desencanto ni su adscripción al género de misterio con sus buenas gotas de cine negro. Quizá, de haberse rodado veinte años antes, estaríamos hablando de una obra de incontestable clase y de grato recuerdo. En su mirada, la mirada de Lancaster, de hombre de oscuridad y medianoche se aprecia ya el declive que le asolaba. Y todo el mundo sabe que cuando un sol se apaga emite un último brillo que no todos saben apreciar

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