martes, 5 de octubre de 2010

LA JAURÍA HUMANA (1966), de Arthur Penn

En homenaje a Arthur Penn, mucho tiempo olvidado aunque aportó una estilizada narrativa al cine, de ritmo violento y naturalismo salvaje. Fue una mirada romántica hacia el rebelde y llena de nostalgia hacia las batallas y esperanzas truncadas. El cine de Arthur Penn, ciertamente, no te hacía sentir mejor pero, sin duda, te empujaba a pensar. En memoria de su estilo y de su innovación y, en general, por todos sus compañeros de lo que se dio en llamar "generación de la televisión".

En medio de una sociedad aburrida y acobardada, se emprende la caza de un hombre que nunca ha hecho nada más que estar en el lugar equivocado en el momento más inoportuno. Él no quiere volver a su pueblo, pero una serie de errores le llevan allí, destino lorquiano, para acabar siendo cazado en medio de la locura colectiva de un sábado en el que las horas son losas de las que nadie sabe cómo deshacerse. El pueblo se entrega a la maledicencia, a estúpidos juegos regados de alcohol, al adulterio como simple medio para pasar el rato y salir de la tediosa mediocridad. Crees que eres especial cuando te recubre la vulgaridad. Y no eres más que el patrimonio de la vanidad infecta de envidia. Nadie soporta que un hombre simple como Calder sea objeto de los favores del cacique Val Rogers. El hombre que quiere controlar sólo lo que merece la pena de ser controlado. Es decir, aquello que se puede volver contra él: su hijo. Calder. Bobby Reeves, el fugitivo. No le interesan los que quieren trepar y se quieren hacer notar. No duda en airear la falsa corrupción de Calder. Hizo lo mismo con su hijo. Y él pagó la lengua larga y ansiosa de ser el centro y la víctima de un supuesto destino cruel.
Y a Bobby Reeves no le interesan sus padres. Les echa gran culpa de su vida desperdiciada. El padre, pasivo. La madre, posesiva. Vengativa. Peligrosa.
Calder es el único que mantiene la cabeza sobre los hombros. No le gusta la ciudad. Es un hombre de campo. Acepta los favores sólo si quieren dárselos por amistad, pero no las contrapartidas por obligación e impuestas por el interés. Quiere evitar la masacre de un hombre porque sabe que el aburrimiento es el enemigo de la imparcialidad y de la ponderación. Mantiene un tono neutro incluso recibiendo una paliza. Sólo estalla con una furia aplastante cuando ve a Bobby Reeves muerto. Sabe que no merece la muerte. Que antes que ese chico perezca fulminado por las balas de una falacia, merece exterminarse a todo un pueblo sin rumbo, gente que lo ha tenido todo y no deja de comportarse como el peor delincuente y en continua conspiración. Por eso, se va. En un gesto parecido al de Will Kane de Solo ante el peligro, Calder se aleja de la jauría humana mientras la esposa de Bobby Reeves se queda sola, siendo ella la que lo pierde todo. Calder vuelve al campo al que pertenece porque allí no habrá traiciones, ni cazas al hombre, ni cotilleos malsanos, ni aburrimiento hasta la exasperación.
La jauría humana, de Arthur Penn, retrato de ansiedades desbocadas hasta la violencia, esbozo de ambiciones en un entorno donde el amor siempre llevará las de perder. Espejo deformante donde nosotros mismos nos miramos pero que nos devuelve la imagen de lo que somos, sin ángulos convexos, sin nada más que la propia realidad en la que nos perdemos para no abrir los ojos. Línea de horizonte sinuosa para quien quiere abandonar la mediocridad en la que está instalado. Siempre se desea lo que no se tiene. Siempre se tiene lo que se busca. Siempre se busca lo que se merece...y hay algunos que no merecen nada.

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