jueves, 7 de octubre de 2010

ENTERRADO (2010), de Rodrigo Cortés

El mundo reducido a cuatro paredes que parece que se estrechan más a cada minuto que pasa. La absurda y complicada vida de la civilización. El arma más terrible no tiene balas, tiene teclas. La luz es un bien escaso. La cordura es un sueño que no encuentra realidad. Un hombre enterrado vivo intenta lo imposible. El olor a pino parece que se filtra a través de la tierra empeñada en invadir un espacio de agonía. Y a nadie parece importarle.
Quizá, dentro de la reducción vital que propone esta película, subyace una profunda crítica al complicado estilo de vida occidental. La razón de una guerra y de una conquista nunca se basa en salvar vidas, sino en aniquilarlas. Es más importante destruir que conservar. Defender nunca ha sido política, pero sí lo es atacar. La débil llama de un mechero de gasolina nos guía a través del laberinto poligonal de una mirada que intenta salvar la densidad de una arena que ahoga, que aplasta, que contiene la misma maldad del hombre. Una linterna dará una luz intermitente. Unos fluorescentes de campaña inundarán la imagen de un verde suave. La fastidiosa iluminación de un móvil será el mensaje definitivo de un destino que parece reírse de todos los que miran.
Ryan Reynolds consigue un trabajo espléndido dentro de una película de veinticuatro ángulos rectos. Rodrigo Cortés, empujado por unos títulos de crédito excepcionales, consigue con su dirección, una agilidad de cámara impresionante, haciendo de la claustrofobia, un argumento y de la historia, una visita inexcusable a los setenta y a La cabina, de Antonio Mercero y, si se apura, a un episodio alargado de la serie Alfred Hitchcock presenta. El guión resulta preciso e implacable, sincero y mordiente. Sólo un actor para más de una hora y media de película y, al otro lado, estúpidas preguntas burocráticas,  el silencio de unos contestadores irritantes y la certeza del error de estar en un lugar en el que eres soldado a pesar de que sólo eres americano.
Por el camino, hay algunas lagunas que Cortés salva hábilmente con una visualización que llega al estremecimiento. También hay la terrible verdad clavando sus garras en la ambición de las grandes empresas,  preocupadas en mantener cubiertas las espaldas y de enriquecerse de cualquier manera aprovechando una situación desesperada. E incluso hay la certeza de que se quita y se roba cuando se arrasan vidas. Una voz sugiere tranquilidad, falsa quietud, paz perdida. Salgamos de la caja porque el aire se acaba con cada tic-tac, tic-tac, tic-tac.
El cielo de madera se convierte en un folio donde apuntar piezas que llevan a la conclusión airada. El valor de una ciudadanía se mide por la talla de un ataúd hundido en el desierto. Cuando se mata a un hombre, no sólo le arrebatas todo lo que tiene sino todo lo que puede llegar a tener. Horror de vómito. Acomodo imposible en un universo de vías de juntura. La ansiedad es el enemigo. El odio sólo es el verdugo.
La invitación a yacer dentro de una caja es el precio de ese aire que parece tan rácano en la negociación. No eres nadie. No eres nada. Sólo una caja en medio de la arena, una isla de desolación y miedo en un océano de pavor e inseguridad, el desvío de un topo ciego que se mueve por dinero. Y los espectadores, llenos de temor y de angustia, nos quedamos con una cara que mirar respirando entrecortadamente. No hay piedad ni rendición. Y queremos asistir a un rescate de sentidos, a un salvamento en los resquicios del asombro. Tal vez porque presentimos que esa historia podría ser verdadera. O será porque cuando sabemos que el final se acerca, nada ha merecido la pena. Pastillas para la calma. Voces del infierno. La vida se contrae y todo queda enterrado en unos granos de rechazo. El tiempo se tiñe con minutos de muerte y ya no queda más que el consuelo de haber vivido sin dejar de esperar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La peli está bien, muy bien. No es fácil mantener al espectador durante 1 hora y media pegado a la butaca dando saltos con un solo protagonista durante todo el film (Ryan Reinolds está muy bien). Además el montaje de la película es excepcional (hecho también por Cortés) y es la mitad de la dirección jugando excepcionalmente con la dirección artística y con la música.

Contínuamente tenemos una sensación incómoda porque Cortés está contínuamente usando las herramientas (tanto técnicas como de guión) para pinchrnos como expectador. Utiliza al protagonista para airear muchos lamentables aspectos de nuestra sociedad (como la codicia, la mentira, la hipocresía, la doble moral). Y lo acompaña visualmente (esos planos-contraplanos de la tierra entrando en la caja mientras al protagonista se le acaba el tiempo entre respuestas vacías) con todas las herramientas que puede..

A mi me sobran algunas cosas que creo que están impostadas, como el tema del dedo, de la novia o de los videos de rescate... pero claro, hay que alargar el chicle.

Todo lo que hace Cortés tiene una clara herencia Hitchconiana, y mas en concreto de su etapa televisiva con la serie Alfred Hitchcock presenta... y el final de la película es altamente previsible cuando uno va detectando esta cadencia hacia el director británico (vamos, yo sabía de sobra lo que iba a pasar al final).

César Bardés dijo...

La peli está bien, sí. Lo que pasa es que, yo creo, que es excesivamente cruel con el espectador. No le da ni una ligerísima recompensa. Es muy interesante el paralelismo que haces con los lamentables aspectos de nuestra sociedad y cómo la tierra nos va enterrando poco a poco por culpa de esos aspectos. Efectivamente, las misas cosas que te sobran a ti, me sobran a mí. No entiendo muy bien que al final se corte el dedo, cuando ya la situación es poco menos que desesperada. Y, desde luego, también estamos de acuerdo en su herencia de la serie "Alfred Hitchcock presenta" y es más, creo que hay un episodio con idéntica premisa.
En fin, que estamos totalmente de acuerdo. Gracias Chus y un abrazo.