Coger una pala y cavar una trinchera exige una fuerza de espíritu que sólo los grandes narradores están dispuestos a contar. Los hombres mueren y son reemplazados y quien sostiene los galones se oscurece un poco más, se apaga un poco más. Vivir la crueldad de una guerra que se libra entre cuerpos y alambradas, entre sacos terreros y bayonetas puede acabar con ese espíritu de batalla, con ese ánimo de ataque, con esa pizca de heroísmo que, creamos o no, todos llevamos dentro. Y encima, por si el fuego graneado y los disparos perdidos fueran poco, una mujer se dedica a minar corazones que se pelean desde el sombrío escondite del desconocimiento.
Es muy difícil encontrar alguna película mala en toda la filmografía de un director tan sumamente extraordinario como Howard Hawks. Aquí, con el barro en los ojos, nos describe con tinta de barbarie cómo es la vida en esas trincheras donde parece que caminan el amor, la muerte, la nostalgia, la fatalidad y el desatino. Los soldados deberían ser sólo números porque en el momento en que tienen cara y nombre, son heridas abiertas en las entrañas de los que aún quedan vivos. El miedo está sólo en la imaginación, es cierto. Pero desterrarlo es tener la certeza del por qué se tiene que morir. Para sostener todo ese laberinto de pasillos hundidos en el suelo, Hawks cuenta con nombres de mirada intensa y trabajo en tiniebla como Fredric March; o con tornados interpretativos rellenos de carne sin posibilidad de bala como Lionel Barrymore; o con tipos duros con demasiado tiempo en el frente y demasiado desgaste en la espalda, como Warner Baxter. El resultado es una película con poso, que no se va de la cabeza con levedad sino que hace pensar, que desgarra algo por dentro y lo devora, que hace que nos preguntemos con insistencia por la naturaleza inherente de la guerra en el hombre.
Con excepcionales escenas de acción y dando alguna vuelta de tuerca al éxito que supuso algunos años antes Sin novedad en el frente, de Lewis Milestone, la dirección de Hawks es impecable, con un aprovechamiento de guión tan maravilloso que nada sobra, ni siquiera la historia de amor triangular que sirve de contrapunto al fuego incesante de las trincheras. Escondido en el reparto, como el soldado fumador de pipa y aportando alguna que otra pólvora de humor, está Gregory Ratoff, futuro director de probada solvencia y, escribiendo parte del guión, está un Premio Nobel de la altura y categoría de William Faulkner, amigo personal de Hawks, que aporta grandes frases al conjunto, consiguiendo que desfilemos, con una anticipación de más de veinte años, por los decepcionantes senderos de gloria.
También habría que destacar la fotografía de uno de los más increíbles operadores de toda la historia como fue Gregg Toland pero ¿saben qué? Eso sería quedarse más con la imagen que con el relato que tan duramente se cuenta y no sería justo con esta película de corte extraordinario. Así que protéjanse del frío y no asomen la cabeza. Puede que, al otro lado de la alambrada, haya un enemigo que les tenga en el punto de mira.
2 comentarios:
Excelente película. Guión inteligente y actores legendarios
Como todo en Hawks. De ni una sola de sus películas se puede decir que falte inteligencia o que dirija mal a los actores.
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