martes, 16 de noviembre de 2010

LUIS GARCÍA BERLANGA: ESPAÑA NEGRA, SONRISA AMPLIA

Hace unos quince años y por motivos puramente profesionales, tuve la oportunidad de entrevistar (un don que Dios no me quiso conceder) a Luis García Berlanga. Repasamos su filmografía, nos reímos, compartimos una copa y se despidió con el deseo de volver a verme cuando lo necesitara. Ahora, don Luis, ahora es cuando lo necesito.

Era un hombre que, con tan sólo una mirada, podías intuir en él su enorme sarcasmo y su risueño escepticismo hacia todo lo que le rodeaba. A veces, podía parecer que decía cosas escandalosas pero no era más que una prueba para explorar las reacciones de su interlocutor. Se despistaba con frecuencia, quizá más como pose que como defecto. Fabulaba de forma divertida y era una de esas personas que, diciendo una cosa totalmente en serio, sonaba a broma de fino caballero y sorna irreprimible. Quizá Luís  García Berlanga fuera esa conciencia de la España negra que nos decía las cosas a la cara sin complejos y encima conseguía que echáramos un vistazo para nuestros adentros dándonos cuenta al mismo tiempo de lo ridículos que podíamos llegar a ser.
No soy amante de toda la filmografía de Berlanga, me gusta especialmente su período creativo que va desde el “americanos, os recibimos con alegría, viva tu padre, viva tu madre, viva tu tía” de Bienvenido Míster Marshall a esa obra maestra irreprochable que le sale con El verdugo. Ahí es donde yacen las mejores ideas de un cineasta que tomó del plano-secuencia su forma de ver una vida triste y gris para formular aceradas críticas en la misma cara de sus responsables pero, eso sí, de buen rollo. No en vano, cuando estrenó El verdugo, Manuel Fraga, entonces Ministro de Información y Turismo, le llamó a su despacho, le tomó del brazo y le dijo: “Luís, no sabes lo que me he reído con tu película, pero o le cortas ocho o nueve minutos o me cortan a mi la cabeza”.
Y es que para los de derechas, era un izquierdoso recalcitrante aunque útil; y para los de izquierdas, era un tipo que se alineaba con el régimen. Yo sé por qué. Porque las cosas que decía en sus películas incomodaban a unos y a otros. Famosa es esa anécdota en la que su estupenda película Los jueves, milagro tuvo que pasar el filtro de la censura y el cura encargado le metió tantos cortes a la cinta que Berlanga no tenía ningún reparo en incluirlo como guionista en los créditos iniciales porque, al fin y al cabo, alteró tanto el resultado final que tenía derecho a ello.
Y qué me dicen de aquel tipo que sólo quería pagar la letra de su motocarro el día de Nochebuena mientras se llevaba a cabo esa campaña de falsedad y apariencias de “Siente a un pobre a su mesa” por parte de la católica burguesía de ese microcosmos que él retrataba en una clarísima muestra de la España de principios de los sesenta. Quizá, en ninguna otra película española, ha habido un reparto tan extraordinario como el que hubo en esa maravillosa, cínica y, a la vez, triste historia de una Navidad que sólo existe para los ricos. Es una noche fría, no es buena, la oscuridad se mete por los huesos de los que no tienen nada y Plácido, inolvidable Cassen, sólo quiere el dinero para pagar la letra de su motocarro, que le vence hoy. Y nadie le paga porque no es día para eso. Es día de gasto pero no de pago. Es día de hambre y no de pavo. Por esta película, Berlanga fue nominado al Oscar a la Mejor Película Extranjera y allí, en el patio de butacas, estaban él, Alfredo Matas, el productor y Amparo Soler Leal. Pero ellos sabían, desde el principio, que no había nada que hacer. Que aquel año Ingmar Bergman presentaba El manantial de la doncella y que se tendrían que volver con las manos vacías, igual que Plácido el día de Nochebuena, eso sí, con la letra pagada.
También me maravillé con aquel científico que sólo quería que el mundo le dejara en paz y se refugia en Peñíscola, que por aquello de la ficción, se rebautizó como Calabuch. Y disfruté viendo lo que se podía hacer con los cohetes de fuegos artificiales y con la ilusión como única herramienta de trabajo. España podía estar llena de paletos (todavía lo está y él lo sabía muy bien) pero también estaba llena de buenas personas.
Y quién no tiene en la cabeza al alcalde aquél que debía una explicación porque los americanos iban a venir y se convertía y decoraba un pueblo castellano en andaluz por aquello del typical spanish para que luego no nos dieran, como siempre, ni las gracias. Los coches pasan, la ilusión es una brisa que no para y las banderitas de los Estados Unidos se deslizan con la tristeza impregnada hacia una cloaca. Un plano que le costó a Berlanga que Edward G. Robinson, presidente del jurado del Festival de Cannes, le cogiera del brazo para denunciarlo en comisaría por ofensa a su sagrada e inmaculada patria. Y aún así ganó el Gran Premio del Jurado. Toma americanos.
Aún con los cortes incluidos, me gusta mucho Los jueves, milagro porque pone en solfa muchas cosas de la pretendida falsedad beatífica que tanto nos ha asediado como sociedad y como país. Y lo hacía con la elegancia de no destrozar la creencia de que la santidad existía pero que empezaba por ser hombres y no inmaculados entes de conducta católica (uno de sus blancos favoritos). La película, a pesar de todos los problemas que tuvo, es una lección para los fanáticos, una comedia para los descreídos, una esperanza para los escépticos y una sonrisa para los serios. Y es que hay ángeles para todos los gustos.
Luego, claro, su obra maestra. No soy amigo de hacer listas, me parecen una tortura psicológica en grado sumo. Hago las diez mejores películas de cualquier escala y, al momento, me arrepiento porque pienso que tenía que haber metido ésta o aquélla. Pero, querido Luís, yo creo que con El verdugo, hiciste la mejor película del cine español de todos los tiempos. Negra como la sotana de un cura. Terrible como un garrote vil y aún, pedazo de genialidad capaz de sacarnos una sonrisa de algo que maldita la gracia que tenía. Matar no es fácil y para la posteridad queda ese plano largo en el pasillo de la cárcel con el condenado yendo hacia la muerte, con afectación pero sin vacilar mientras al verdugo lo llevan desmayado porque es un hombre bueno que aquello le parece una barbaridad. Una barbaridad necesaria para que la Administración le dé un piso de protección oficial, una seguridad familiar y un empleo fijo fuera de la triste compañía de unos ataúdes como empleado de pompas fúnebres. Y aún así, nos reímos. Y nos estaba llamando crueles, desalmados, cómo podéis quedaros impasibles ante algo tan cercano al horror, prisioneros del silencio, invitados acomodados del folclore de un país tan analfabeto que apenas es capaz de ver la muerte, o que, tal vez, ha visto la muerte demasiado de cerca y lo único que quiere es olvidarla mirando hacia otro lado. Qué maravillosa obra maestra.
Luego ya, la cuesta abajo. Auténticas mediocridades como La boutique, o Vivan los novios, o esa inspección de la erotomanía, muy alejada de sus habituales historias corales como Tamaño natural, momentos que recuerdan al mejor Berlanga incrustados dentro de la saga de los Leguineche en La escopeta nacional o en ese proyecto largamente acariciado que finalmente se tituló muy erróneamente como La vaquilla y productos pretendidamente divertidos y falsamente realizados, muy lejos de la gracia que nos roía las entrañas, como Todos a la cárcel, o Moros y cristianos o, incluso, esa vuelta a Calabuch que significó la torpe París-Tombuctú. Pero todo eso es disculpable. Yo me quedo con aquel Berlanga que revoluciona la planificación con larguísimas escenas, con actores entrando y saliendo y diciendo cosas que nos hieren y que nos hacen reír simplemente porque tienen toda la razón, con Rafael Azcona tecleando los diálogos que deben decir formando una asociación mítica con el director y, sobre todo, con un hombre que sabía perfectamente hurgar en las carencias de un país tan bueno como manipulable. Por eso, Luís García Berlanga no ha muerto. Está ahí, preparando el próximo plano-secuencia y diciendo alguna obscenidad que otra para ver qué cara ponemos. Sobre todo si se refiere a esa España negra de sonrisa amplia que aún nos aprieta el cuello con palomillas de crueldad. 

6 comentarios:

Carpet dijo...

Grande Berlanga, sin duda. Ayer decían que esta muerte es una muestra de alegría, que es una prueba más de su sonrisa irónica. Tal vez no les falte razón, los que amamos su cine (el cine en general) ya no esperabamos nuevas películas suyas y su altzeimer también le privaba de lanzar esas procacidades que tan aceratadamente describes. Sin embargo, ahí le tendrémos como parte fundamental de ese anuncio del ministerio de Sanidad sobre el ciidado de nuestros mayores.

Don Luis, se ha muerto, pero se nos ha quedado, en nuestra risa, en nuestra mala baba, en nuestra gracia con retranca. No sólo nos mostraba como eramos sino que se permitía reirse de nosotros en nuestra cara y así comprendimos que no hay mayor ridículo que el propio. Una cura de humildad y un remedio imprescindible para nuestra salud mental.

Para fraseando a un personaje de Placido en una mítica escena: "Este hombre era un contumaz".

DEP, Don Luis.

César Bardés dijo...

Acerca de las procacidades, lo más curioso es que, reconocido por él, era un erotómano empedernido y, sin embargo, hay poquísimo sexo en sus películas. Sí, "Tamaño natural" es un tratado bastante fallido sobre la erotomanía y hay algún guiño sexual en las "martas cibelinas" de Mónica Randall cortadas para la colección del Marqués de Leguineche. Lo que pasa es que le preguntabas cómo era posible eso y él decía: "Yo qué sé. Es que no me sale", aunque reconocía que le puso muchísimo la escena de "La escopeta nacional" en la que Bárbara Rey estaba desnuda atada a una cama. Dice que la tuvieron una hora con excusas variadas para poder disfrutar del paisaje y que ésa es la escena que más "cosilla" le hizo.
En todo caso, era un brillante diseccionador de la España más triste, más gris y más apocada. Era un contumaz caricaturista de nuestro carácter y un crítico disfrazado de intelectual, no, más bien al revés, un intelectual disfrazado de crítico, más que nada porque aborrecía que dijeran de él que era un intelectual.
Por él, muchas cosas de nuestro cine merecen la pena.
Berlanga, eterno.

Anónimo dijo...

Yo, que tengo 32 años recién cumplidos he de decir que pocos directores me han hecho querer vivir (aunque sea unos años) en aquella España que me parecía tan divertida. Con ese Pepe Isbert antológico, con aquel Manuel Alexandre siempre atinado, o con los cientos y cientos de personajes que coloreaban aquellas películas en blanco y negro tan divertidas, tan inteligentes y tan llenas de chispa y acidez.

Para mi además es todo un ejemplo de director nobel, ya que conseguir hacer un "Bienvenido Mr Marshall" del tirón, sin el respeto ganado por los años de profesión (en ese momento) y sabiendo torear a todos y cada uno de los que le quisieron poner la zancadilla, es de un meritaje superior.

Y solo un apunte en cuanto al tema sexual en su filmografía... toda una lástima no tener aquel sueño de la maestra que no se incluyó en "Bienvenido".

Descanse en paz, y en lo que a mi respecta... tiene el cielo mas que ganado.

César Bardés dijo...

Según su propia versión, antes de "Bienvenido Míster Marshall", ya había rodado antes "Esa pareja feliz" lo que pasa es que, por aquellas cosas de la distribución, se estrenó inmediatamente después. De hecho, co-dirigió "Esa pareja feliz" con Juan Antonio Bardem y estaba previsto que co-dirigiera "Bienvenido Míster Marshall" con Bardem pero hubo desavenencias entre ellos (recordemos que el guión de "Bienvenido Míster Marshall" está firmado por Berlanga, Bardem y Miguel Mihura). Bardem se retira de "Bienvenido Míster Marshall" porque no llega a un acuerdo económico con la productora y le reprochó a Berlanga no haber hecho causa común con él. Berlanga opinaba que podía haber rebajado algo sus pretensiones.
En cuanto al rodaje de "Esa pareja feliz", Berlanga siempre contaba esa anécdota en que se presentaban los dos, recién salidos de la famosa Escuela de Cine (Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas) en el primer día de rodaje y Bardem, ingeniero de profesión, había calculado matemáticamente todos los ángulos de cámara. Guillermo Goldberg, director de fotografía veteranísimo que había trabajado en el cine alemán y portugués, les preguntó para la primera toma, no sin cierta mala leche, que si trípode alto o bajo. Berlanga dijo que a tal altura. Goldberg le miró y dijo que así no iba a quedar bien. Berlanga consultó con Bardem y Bardem se dio cuenta de que todos los cálculos estaban mal. Goldberg volvió a preguntar que si trípode alto o bajo, y sin tener ni idea, Berlanga, que no quería parecer un pipiolo recién salido de la universidad y sin idea, dijo: "Bajo". Y así tiraron durante todo el rodaje. Goldberg, de vez en cuando, les ponía a prueba para reírse de ellos y Berlanga, con seguridad aplastante, contestaba las cosas sin tener ni idea, confesado por él mismo.
En otro orden de cosas, "Esa pareja feliz" fue una comedia porque consiguieron vender el guión de una comedia pero el tipo de cine que siempre quiso hacer Berlanga era el del "Indio" Fernández, dramas sociales y fuertes, nada de comedias. Y ahí lo tenemos. Uno de los mejores, bebiendo del neorrealismo y haciendo planos secuencia de tal modo que se le llegó a conocer internacionalmente como el Robert Altman español.
Un abrazo, Chus, y gracias.

Anónimo dijo...

De nada, encantado.

Solo por precisar, conocía su dueto con Bardem en "Esa pareja feliz" (película que tiene momentos buenos a mi gusto, pero que en general se me cae un poco. Y que me recuerda a Navidades en Julio de Preston Sturges).

Pero su primera película en solitario es de tal envergadura que tira pa atrás, y mas teniendo en cuenta que trabajabas con gente de la talla de Pepe Isbert (que según tengo entendido, no le hacía ni puñetera gracia ponerse a las órdenes de un director novatillo).

Son cosas que engrandecen aun mas su obra.

Otra anécdota que he descubierto recientemente en boca del mismo Berlanga. El siempre renegó un poco de Bienvenido, y hacía mas de 50 años que decía no haberla visto. Pues en ese audio que he escuchado, Berlanga confesaba que hacía unos años la había vuelto a ver.. comentando "Coño!!, tras ver la primera media hora pensé.. Joer, pues esto no está nada mal. No se por qué he renegado yo de esto, si está muy bien."

Un abrazo.

César Bardés dijo...

Ayer no tuve tiempo ni de mirarme un ratito el ombligo, así que te contesto con un día de retraso.
Totalmente de acuerdo contigo en la valoración de "Esa pareja feliz", película que yo considero más de aprendizaje que otra cosa, una etapa por la que todos los grandes directores han tenido que pasar (quizá con la única excepción de Welles).
Con Pepe Isbert, desde luego, no hubo buen rollito al principio, más que nada porque no entendía mucho qué es lo que estaba pasando en la película. Parece ser que, de hecho, le llegó a preguntar a Berlanga que de "qué coño iba el discurso ese que tengo que dar en el balcón, si no digo ná".
En cuanto a "Bienvenido Míster Marshall", Berlanga era un fabulador. Una de las cosas que le caracterizaban era que lo que decía un día, podía ser la contraria al día siguiente. No lo hacía con maldad, sino que, simplemente lo pensaba así. Por eso también tenía tanto aire de retranca, porque podías pensar que ese tío, cinco minutos antes, te había dicho otra cosa sobre el mismo tema totalmente distinta. Además eso ayudaba a deshacer la posible imagen de intelectual que pudiera tener. No digo que no odiara "Bienvenido Míster Marshall", sino que en el momento en que dijo que la odiaba, seguro que la odiaba, y en el momento en que dijo que no estaba tan mal, pues eso, que no estaba tan mal. Joer, me estoy enrollando como un personaje de los suyos.
Pues eso, el caso es que no es el único en la historia que quería dar una imagen distinta de lo que era. John Ford también odiaba que lo consideraran un intelectual y decía que nunca había leído nada y el tío sabía hasta de estructuras de teatro clásico español.
Buena precisión y buena anécdota, Chus.
Un abrazo.