martes, 15 de marzo de 2011

EL TECHO (1956), de Vittorio de Sica

El ruido del entrechocar de ladrillos compone una simple canción que habla sobre la solidaridad entre los humildes. El cemento se va secando y las paredes crecen como el amor, que no tiene sitio donde descansar. El realismo parece plantado en el barro y la felicidad está manchada de yeso, como queriendo salir de la pobreza y entrar en un paraíso donde la vivienda es el cielo. La miseria se compensa cuando los demás echan una mano que sale del mismo corazón. Veinte metros cuadrados para el futuro. Sin nada más que unos cuantos ladrillos amontonados y un techo, que no falte el techo.
El cariño parece que se respira cuando no se tiene nada. Hay que luchar duro porque la vida no regala ni el día. El vino por la noche y las manos blancas. Y los ojos de ella, suplicantes, enamorados, que sólo piden un rincón donde guarecerse del frío y de la lluvia. La clemencia de la desgracia. Se puede seguir siendo un desarrapado pero, tal vez, la dignidad es algo muy difícil de perder. No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Y aquí sólo se necesita un tejado.
Luisa y Natale se casaron sin más cobijo que el amor. No tenían dónde dormir y pensaron que la vida proveería. Pero hay demasiada burocracia de por medio para poder conseguir un sitio donde vivir. Hay imposibilidad material de estar con su hermana, con su madre, su cuñado y una prole de hijos en una casa en la que ya no cabe ni una bicicleta que no ha sido robada. Esperaban el milagro del ir tirando cuando lo único que consiguen es tirarlo todo. El amor se hace difícil de mantener cuando la obligación separa a los amantes. Incluso una ruina puede parecer la puerta del cielo. Maldita realidad que muestra lo que no queremos vivir. El futuro en fuga y éstos sin hogar.
Y es que sacar la cabeza en tiempos de posguerra es sobrevivir. No se puede pedir nada más. Está prohibido. El desorden debe tener una cierta colocación. Mucho edificio alto y muy poco espacio. La clave está en la ayuda, en no mirar hacia otro lado cuando vemos que alguien que conocemos está en apuros. No importa si eso significa una noche en vela y quedarse con las manos secas de tanto manejar ladrillos. Hay que levantar apenas un cobertizo, una nada en medio de unas vías de tren que atruenan y hacen vibrar hasta el alma. La estructura de la convivencia no es la de un tejado que es necesario construir como sea. Es la de unos ojos llenos de comprensión y la de una colaboración que, sin rechistar, se apresura a terminar una semilla de estabilidad.
Vittorio de Sica hizo del neorrealismo un cuento moral con final feliz dentro de una desolación que atrapa y no suelta. Quizá con películas así se conseguía que la gente fuera mejor persona. Es el milagro de Roma que usó la imaginación para seguir adelante. Y no hay mejor evasión que el apoyo de quien realmente te quiere. Cuidado, ese puede ser incluso ese cuñado con el que has tenido bronca y ya no cruzas ni una palabra con él. La humanidad es el verdadero techo. Todo lo demás, es sólo construcción.

4 comentarios:

Eme soy dijo...

"Las palabras valen más que 1000 imagenes"

Gracias.
María

César Bardés dijo...

Esa frase bien vale por un reconstituyente. Me gustaría que fuera así pero mis palabras no valen ni una imagen, de eso estoy seguro. Las gracias a ti por muchas cosas.

Raquel dijo...

Yo estoy de acuerdo con Eme Soy, lo siento por los amantes de la imagen, pero esa frase como sentencia final del artículo es fabulosa.

Un saludo César

César Bardés dijo...

Pues muchas gracias, Raquel. Se nota que tengo fans en Sevilla aunque no los merezca. Encantado de volver a leerte y de que hayas dedicado unos segundos a hacer un poco más nobles unas cuantas líneas. Un beso y gracias.