viernes, 4 de marzo de 2011

TIEMPO DE AMAR, TIEMPO DE MORIR (1958), de Douglas Sirk

Muchas veces, quizá demasiadas, amar y morir son dos sensaciones que van acompañadas de la mano, como los equilibrios entre ruinas, como el gris de un cielo que frunce el ceño por el humo de las bombas…Aquí, cuando todo se derrumba bajo el peso de la crueldad y de la derrota anunciada, un hombre y una mujer intentan construir algo que dé sentido a tanta nada arrasada y la batalla que prefieren librar es la del desgarro del amor a la de la muerte…que también se enamora del caos.
Cada vez que he visto esta película es como si leyera una escritura de fina caligrafía en la que puedes sentir la descripción visual como las frases en un papel. Sientes la textura de los uniformes, el olor inconfundible del cemento partido por la brutalidad de los bombardeos, la soledad de quien espera esa mirada que a veces se nos pierde en la pared desnuda, el deseo de volver para que, en medio de tanto horror, nos refugiemos en los brazos de la persona a quien sólo dispararíamos las balas incansables de nuestros besos y el consuelo de nuestras propias lágrimas. Es sentir…aunque no se haya vivido…es amar…aunque no se haya muerto…es morir…aunque no se haya amado…
Basada en la novela de Erich Maria Remarque, Tiempo de amar, tiempo de morir es una de esas películas que se ven con los ojos entornados sujetados por la breve e ingrata esperanza que nos muestra, al contrario de lo que siempre nos ha vendido el cine, que los alemanes también eran personas. Y mientras vemos esas imágenes tan sutilmente rodadas, nos damos cuenta de que el folletín es el género que más se parece a la vida y que la vida, en muchas ocasiones, parece dirigida en un enorme plano-secuencia por Douglas Sirk, ese director alemán que nos hizo sufrir a golpe de amor y redención, con cegueras y obsesiones, con vidas ciertas que nunca dejarán de ser ficción, con cuidadas rosas que, con su mirada, convirtió en afiladas espinas de dolor. Y dentro de ella está una sobria interpretación, quizá la mejor de toda su carrera, de John Gavin, un actor de innegable atractivo pero habitualmente envarado que aquí nos encoge el corazón y nos hace saber con certeza si aún lo tenemos o no. Tampoco podemos negar que está muy bien acompañado por esa actriz, tan alejada aquí de su registro desternillante en Uno, dos, tres, que se llamó Lilo Pulver.
Hay películas que nunca deberían dejar de verse y esta es una de ellas…al fin y al cabo todo el mundo que amó…y que también amó al cine supo que Sirk es el sonido de una lágrima…

No hay comentarios: