martes, 22 de marzo de 2011

EL HOMBRE DE LAS PISTOLAS DE ORO (1959), de Edward Dmytryk

El asesinato a sangre fría es el motivo por el que unas pistolas acceden a alquilarse en una bandolera de balas imposibles. El conflicto moral es el dorado de una empuñadura y la reforma del pensamiento siempre es el complicado reto de quienes cambian la ignominia por la justicia. Los problemas físicos y mentales de la inferioridad y de la protección parecen ser los empujes de la solidez y un pueblo que tiene todos los huecos para que las piezas sean encajadas es un simple nido de cobardes que no se fían de nadie que lleve revólver.
En esta historia no hay mucho fuego escupido de los cañones pero sí hay un terrible duelo de caracteres a través de personajes tan definidos como discutibles. El pistolero implacable. El hombre que desea una redención porque no ha hecho más que dejar el nombre de la familia en el lodo. El débil que guarda una admiración profunda por aquel que mata sin preguntarse ni a quién ni el cómo. La mujer que siente tanta atracción como rechazo por un tipo que no dudaría ni un segundo en liquidar cuanto le sirve de obstáculo. Los intereses creados contra la honestidad. El eterno relato de un duelo que nunca existió porque hasta el más cruel de los justicieros puede tener un rincón de moral en algún lugar de su elegante chaleco.
Hay hombres necesarios con armas necesarias en determinados momentos del devenir de algún villorrio olvidado del Oeste. Pero la sabiduría excepcional de esos hombres no estaba en la rapidez de su gatillo sino en la certeza de intuir cuál era el instante en el que había que volver grupas y abandonar un lugar que no les pertenecía. La mano relampagueante debía ir acompañada de una mirada nítida sobre los problemas. Sencillamente porque ese era el trabajo de unos profesionales que vivían de la muerte. Y nadie hay que sepa más de la muerte que los que saben todo de la vida.
En cada agujero, un proyectil, como si ese solitario que fue Edward Dmytrik supiera exactamente cómo rellenar los huecos de un tambor girando. Sombras psicológicas que emergen del polvo de un pueblo que no merece ningún sacrificio. Crítica implícita hacia actitudes que se mueven en el dejar hacer para que la indiferencia sea también un arma. Gusto del espectador que ansía por asistir al inevitable enfrentamiento que puede aparecer a la vuelta de muchas esquinas. La acción está en el drama. El drama existe porque no hay acción y, cuando viene, sólo está ahí para dar sentido al conflicto individual que emana de Richard Widmark, de Henry Fonda, de la siempre atractiva y maravillosa Dorothy Malone, y de Anthony Quinn, que evidencian hasta qué punto se puede cambiar un destino escrito de antemano. El cambio y el temor al cambio. La búsqueda de la estabilidad. La dependencia patológica. Una ropa por otra y el corazón late de otra forma. Y es que cuando uno empieza a ganar es posible que eso sea el principio de volver a perder. De ahí la necesidad del galope, rumbo a la puesta de sol que significa el final de una época.

3 comentarios:

Carpet dijo...

Muchas gracias, Wolf.

Tengo un enorme aprecio por esta escondida película que nunca figura entre los westerns destacables y que a mi me parece magnífica.
Desde unas impresionantes interpretaciones, tanto de Fonda en un papel que por momentos recuerda al Wyatt Earp de "La pasión de los fuertes", cpmp de Widmark en un compliacado rol a medio camino entre todo lo que pasa a su alrededor pero reconocible porque es una apuesta de futuro. Y Por encima de ellos un inmenso Quinn, tullido, peligroso, asocial pero leal a su amigo Fonda... Aquí habría que señalar que hay algo más que una amistad entre ellos, (preludio de Brokeback, tal vez). Ese caracter de amor más que amistad se señala precisamente en el momento del discurso de Fonda tras la muerte de Quinn.
Ese discurso y en general toda la trama, menos acción de lo acostumbrado, pero un peso dramatico fundamental que has descrito maravillosamente, conforman una feroz crítica a la hipocresia, a la cobardia, a la sociedad que lincha a quien antes ensalzaba...
Dymtrick habia sido perseguido por la Caza de Brujas y las traiciones y las falsas amistades son aquí señaladas como una de las grandes lacras sociales.

Reitero las gracias y aplaudo tus letras, una película como esta no merecía menos.

Abrazos.

Carpet dijo...

Por decir otra cosa que se me quedó colgada, Clint Eastwood revive el trasfondo de esta película en "Infierno de cobardes", (al menos tanto como dicen que lo hace de "Sólo ante el peligro, aunque yo no lo vea tan claro). Se quedó algo corto en el desafio y venía demasiado lastrado por el efecto Leone, pero ya daba muestras de lo que podría llegar a hacer.


Mas abrazos.

César Bardés dijo...

Creo, efectivamente, que las tres interpretaciones son magníficas, muy sujetadas desde la dirección. Es posible lo que señalas del amor que hay entre Fonda y Quinn aunque yo más bien puedo llegar a creer que Quinn sí siente amor mientras que Fonda lo sabe pero no corresponde, por eso no me he atrevido a llamarlo amor en el artículo.
También es muy certera esa opinión enlazada sobre la hipocresía, la cobardía, la sociedad que ensalza y luego destruye con el Comité de Actividades Antiamericanas. Es más, siempre he tenido la sensación de que, al igual que Kazan intentó expiar sus pecados con "La ley del silencio", Edward Dmytrik lo hace con "El hombre de las pistolas de oro" sólo que con una ventaja evidente que puede venir con la perspectiva del tiempo.
En cuanto a Eastwood, sí, toca lejanamente el tema en "Infierno de cobardes" pero ahí yo considero que Eastwood está en una fase de aprendizaje aparte de que, creo, hay un evidente mensaje religioso en medio de ese infierno rojo. No es "Solo ante el peligro" y nunca le he visto muchas semejanzas con esa película, la verdad.
De nada, Carpet, las gracias a ti por sugerirla y porque pase a formar parte de este blog del que fluye un enorme cariño hacia vosotros.