martes, 26 de abril de 2011

M, EL VAMPIRO DE DÜSSELDORF (1932), de Fritz Lang

El asesino está entre nosotros. Ocho niñas a las que el vil psicópata ha arrebatado la vida. La policía se muestra impotente ante la ausencia de pistas. Detienen a todos. Y hay intereses ocultos que ven este ejemplo de ineficacia policial como una amenaza para el negocio. El hampa se pone en marcha para capturar al infanticida. La cruel ironía del destino hace que sea un ciego el que identifique al hombre en cuestión. Una melodía rusa mal silbada y a destiempo es lo que descubre al criminal. Fingiendo un tropezón, alguien con una tiza le marca una “M” en la espalda. M de Mörder…A de Asesino. Y la caza comienza dentro de una jaula. La Mafia organizada consigue atraparle. Más allá de la crueldad destilada sobre la piel que aún no ha vivido, hay un hombre mentalmente enfermo, que mata por necesidad, por librarse de unas voces imaginarias, un autoexcluido que no puede integrarse en una sociedad que, ya de por sí, está enferma. Se celebra un juicio, una farsa, en los restos de una fábrica abandonada. A la crueldad con la crueldad. El asesino es sentenciado a morir por las iras de un populacho que no soporta la indignación del perdón, que no quiere mirarse hacia dentro y ver que también ellos son los culpables de haber germinado un ser que no ve más allá de la tranquilidad que le proporciona el asesinato a sangre fría de niñas inocentes. Él es como un globo lleno de gas que se ve atrapado por los cables del tendido eléctrico. Es la debilidad de la infamia. No puede desasirse del placer de matar. La policía acabará con todos por la indiscreción de uno de los nuestros…y, sin embargo, no se hará justicia con un hombre que merece morir.
M, el vampiro de Dusseldorf es una de esas obras maestras que el cine quiso darnos de la mano de Fritz Lang. Y cuando se vuelve a ver esta película, el terror se aparece dentro de nosotros por la visible muestra de una sociedad en la que sólo funcionan vaguedades y acusaciones, ira desatada bajo imperios de miedo, rostros desencajados exigiendo linchamientos públicos, largas noches de venganza rumiada.
Un año después del rodaje de esta película, el nazismo se aupó al poder en Alemania…y la película fue prohibida por la dictadura parda del terror elevado a ley…El asesino está entre nosotros…

6 comentarios:

Mercurio dijo...

Censurada como Mabuse. Otra gran película. Esta no la conocía, tomo nota para verla. Gracias César. Echaba de menos tus críticas.

César Bardés dijo...

Efectivamente, censurada "El testamento del Doctor Mabuse". Y aún así, Goebbels le ofrece a Lang la dirección del cine nazi en una escena digna de cualquier película del alemán. Al salir de la entrevista en la que Lang dio la razón en todo a Goebbels, fue a casa, se cogió el dinero que tenía allí, despidió al mayordomo y cogió el primer tren que salía de Berlín. Fue a París, rodó allí una película y luego, más pobre que las ratas, consiguió irse a Estados Unidos para comenzar una etapa que, aunque muchos lo niegan, es muy, muy creativa.
Gracias a ti, Mercurio. Un saludo lleno de cine.

Carpet dijo...

Había escrito ya mi comentario y lo he perdido, eso me enseñará a ser más precavido y copiarlo antes de mandarlo.
Venía a contar que recordaba haber leído en algún sitio algo bastante interesante.
Se trataba de ver la escena en la que la madre de Mitch descubría el cadáver del granjero en “Los pájaros” de Hitchcock, con sonido y luego como una película muda, quitándole el sonido por completo. La escena apenas ofrece variaciones por cuanto se trata de una escena en la que Hitch prescinde del sonido, sin embargo en el primer caso la sensación es más sobrecogedora, porque al tratarse de una película sonora, el silencio acentúa la sensación de terror y angustia.

Lang en “M, el vampiro de Dusseldorf” utiliza por primera vez el sonido y lo usa también como refuerzo ambiental, no se trata de hacer una película hablada se trata de utilizar el sonido tal y como Hitch utilizó el silencio. En la escena inicial (con la que Chus nos acaricineó hace poco) los sonidos nos acompañan en la escalada de sensaciones que nos muestran las escenas. Escenas cotidianas, sonidos cotidianos, el silbido es una amenaza, las carreras infantiles en la escalera pasan de ser motivo de alivio a incrementar la angustia,…
Por otro lado, Lang siempre nos dice mucho más de lo que nos cuenta (es una seña de su cine), aquí lanza advertencias contra el nazismo emergente, el jefe de los bajos fondos va vestido como un Gestapo, en el juicio sumarísimo de los maleantes se crítica a las leyes por blandas, el pueblo tiene la razón, la justicia es injusta.
Y Lorre, con ese monólogo tremendo consigue que hasta entonces seamos unos convencidos de su maldad, unos jueces tan severos o más que los que figuran en la película y de pronto veamos a la bestia como una víctima, queremos salvarle, no queremos que sea linchado…

Es una película enorme, una obra maestra. Abrazos.

César Bardés dijo...

Cierta es esa escena de Hitch y que ha levantado más de un signo de admiración escrito y más de un coloquio hablado. En el caso de Lang, dentro de su cine que siempre habla del destino extrañamente sometedor, es absolutamente certera tu impresión sobre los sonidos y de cómo también la ausencia del sonido de los niños nos revela la presencia de una nueva víctima del asesino con esa madre que espera y espera. Los griteríos, los juegos y las canciones dejan de sonar y ya no hay niños que esperar. Es sobrecogedor y maestro, adelantándose a su tiempo muchísimos años y lanzando, con el resto de la película, tanto una trama criminla apasionante como una crítica a la sociedad alemana emergente feroz. Cierto es que el mecanismo de la mafia y del hampa al considerar a todos los que trabajan para ellos como piezas claves en el engranaje para atrapar al asesino recuerda los mismos procedimientos nazis que se basaban en esa misma idea. Ninguna pieza de la sociedad nazi sobra, todas tienen que tener la conciencia de que están desarrollando una labor fundamental para el país. Y luego, por supuesto, esa valentía increíble de haber atrapado al criminal y, sin embargo, dar una vuelta de tuerca más al personaje y presentarlo como un ser más digno de conmiseración que de venganza aunque sus crímenes sean de una naturaleza absolutamente condenable. Es la angustia trazada en la penumbra de una ideología que se basaba en el miedo, en la represión, en condenar por igual a todos si se negaban a formar parte del sistema establecido. Una crítica tan inteligente que llega a ser superior. Una obra maestra. Unos comentarios excepcionales.

Mercurio dijo...

Con M recién vista he de decir que ahora entiendo porqué es un clásico. Los argumentos del enfermo mental, la defensa del abogado, el visceral ajusticiamiento, la digna defensa del abogado y varios puntos más que a lo largo de la historia del cine se han ido reutilizando dan idea de su fuerza.
Por mi parte destaco el paralelismo entre la sesión del hampa y la de la administración en la que determinan la busca y captura por sendos caminos. Ese recurso no lo he visto en ninguna otra película. ¡Y la cara de Lohmann! Un gran personaje, menuda cara se le queda en un determinado momento.
Saludos.

César Bardés dijo...

Estoy tan enrededado con movidas familiares que apenas tengo tiempo para visitar mi propio blog y ver lo que me ponéis. Sin duda, tiene mucho que ver y de buen gusto el destaque de ese parelaleimso entre la sesión del mundo del hampa y el de la administración. Ambos pura mafia que pueden ser fácilmente intercambiables. La fuerza visual de la película es enorme (el anónimo que se calca en la ventana es de una originalidad pocas veces vista). Y efectivamente, la cara de Otto Wernicke, el inspector Lohmann, es muy descriptiva. Curiosamente, ese actor luego se integró sin problemas en la industria del cine nazi y, acabada la guerra, volvió a la normalidad, cosa que no pudieron hacer otros actores como Emil Jannings que, según cuenta la leyenda, salió con su Oscar a la calle de forma patética para decir a los americanos que él no podía ser nazi, que había ganado un Oscar y que a los nazis no se les daban Oscars.
Certero análisis, Mercurio, gracias.