martes, 24 de mayo de 2011

EL ÚLTIMO TREN DE GUN HILL (1959), de John Sturges

La rabia de haberlo perdido todo puede hacer que tengas que tomar el último tren. Cuando unos niños mimados asesinan a lo que más quieres entonces nada puede controlar una mirada muerta pero llena de rencor. Y todo, en una silla de montar, te puede llevar a reencontrarte con alguien que ocupó tus días de juventud entre balas, correrías, atracos y una vida que decidiste dejar hace tiempo precisamente porque hubo un amor que te embarcó en lo que había en tu propio corazón. El enfrentamiento será inevitable porque buscas a alguien con una cicatriz en la cara, y el dueño de esa cicatriz es el hijo de alguien con quien no quieres cruzarte otra vez.
El destino le llevó a él a ser rico, propietario de un rico rancho, cacique de un pueblo que está tendido bajo sus propias botas. Tú, simplemente, te alejaste. Lo único que sabías hacer era manejar un revólver y entonces alguien, en el algún lugar, tuvo la idea de colgarte una estrella de latón en el pecho. Y esa es tu única riqueza. Fuiste feliz en lo personal aunque tuviste que defender la ley que tantas veces habías violado para seguir adelante. Tu compañero de andanzas hizo de su dinero, una fortuna; de la fortuna, unas tierras; y todo el mundo sabe que la tierra da poder para quitar y poner…aunque sólo sea una vida.
Estupenda película que bebe indirectamente de otro clásico como la maravillosa El tren de las 3,10, de Delmer Daves, El último tren de Gun Hill nos remite a una sobria dirección de ese gran y nunca suficientemente reconocido director que era John Sturges que, además, arranca tres estupendas interpretaciones a Kirk Douglas, Anthony Quinn y Carolyn Jones (una actriz que dejó el cine para escribir con considerable éxito literatura pornográfica). La perseverancia de una justicia teñida de venganza aquí coge aires de certera narración y nos sentimos ahí en medio, justo en el pueblo de Gun Hill, esperando un tren que nunca llega porque no dará su pitido de salida hasta que la última bala no sea disparada. Desde luego que a ello colabora un milimétrico guión de James Poe que ajusta las tuercas de la locomotora de una historia no tanto de acción, pero sí  tan vibrante y tensa que llega a dolernos la espera por un duelo que se adivina como la sangre derramada sobre el suelo de una estación de ferrocarril.
Yo, de ustedes, intentaría controlar la rabia que se siente cuando quieran disparar un revólver con ligereza. Es posible que lleguen tarde al último tren que les convierte en hombres libres en un lugar donde todo el mundo tiene un precio.

No hay comentarios: