miércoles, 11 de mayo de 2011

LA SOMBRA DE UNA DUDA (1944), de Alfred Hitchcock

El misterio del encanto. La sombría realidad de una sonrisa que siempre sabe salir a la luz a tiempo. Los regalos inopinados para estrechar una relación tan falsa que puede que tenga algo de verdad. Siempre unas escaleras que parecen ser el camino esculpido para descubrir la faceta más oscura del que se idolatra. El vecino conspicuo y desconfiado al que mueve un pecado capital. La madre adormecida por un mundo que no existe y que ha creado exclusivamente la crueldad de su sangre. La duda se cierne. La mirada se cierra.
Alfred Hitchcock siempre confesó que La sombra de una duda había sido la película de la que más satisfecho se sentía porque era una historia con toques de intimidad, que sugería la posibilidad de un incesto, que descubría las aristas de las personalidades que habitualmente esconden un lado tan terrible que no se mira hacia él por temor a ver lo imposible de imaginar. Le encantaba la actuación de Teresa Wright aunque se alejaba diametralmente de sus rubias enigmáticas para dar paso a una inocencia curiosa que se revela peligrosa. El trabajo de Joseph Cotten le parecía soberbio porque encerraba dualidades y triplicidades y la ambigüedad de su encanto era tan evidente que daba paso a una expresión de maldad inolvidable. Estaba muy contento con la aportación de Hume Cronyn en su faceta de actor como en la de guionista, dándole toques muy sutiles a toda la historia. Le parecía su película más completa además de su entrada a la madurez creativa. ¿Y quién soy yo para llevar la contraria a Alfred Hitchcock?
Lo cierto es que la sombra de una duda que planea sobre Charlie, la sobrina, no es más que la certeza que poseemos como espectadores y que nos obliga a ahogar los gritos de aviso que queremos lanzar a la protagonista que, cada vez, se siente más hechizada por su tío Charlie, con el que comparte nombre, aficiones, opiniones y actitudes. Y nosotros nos hundimos más y más en la perdición de no tener boca para gritar, de no tener manos para señalizar, de no tener ojos con los que sentir el pánico. Charlie, Charlie. Las dos caras de la misma personalidad.
Y así con una historia que tiene más de costumbrismo que de misterio, que tiene más angustia que suspense, un genio inglés nos construyó una trama de evidencias que hacen que el público siempre ande por delante y que el miedo no tenga reparos en ir por detrás. Los asesinos nunca avisan y no tenemos ni idea de lo que va a pasar en el entorno de Charlie, la sobrina. Quien sabe más suele ser quien calla menos y eso es el hornillo con el que se calientan las ganas de matar. Sobre todo si parten de alguien que ya le ha cogido el gusto a esa distracción. Lo malo de todo es que la duda suele ser una excusa perfecta para esperar lo que ya no tiene remedio. Y nunca sabremos si el tiempo es un aliado o un enemigo. En este caso, para todos aquellos que decidan verla, estoy seguro de que el tiempo se va a sentar ahí, al lado de ustedes, para no ser sentido y no levantar ni la más mínima de las dudas.

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