El galopar de un caballo en el tambor de la llanura es el mensaje rítmico de la nobleza. La mirada persigue el cariño, y el agradecimiento es la lealtad. La seguridad de que por las venas del equino corre sangre pura hecha de valentía es la apuesta para seguir adelante en la lucha. El corcel está hecho para no rendirse, para ser la conciencia y la verdad, para convertir la intuición en ética. Y es entonces cuando todo el que le tiene frente a frente sabe que su sabiduría de animal es un ejemplo de humanidad.
La paciencia es exigente y cuando se derrocha suele devolverse con creces. La perseverancia de los perdedores es un triunfo en sí mismo. La tierra no regala nada y las pezuñas del caballo se agarran como ventosas al suelo cicatero. La humillación es un espectador molesto y la ira sin más razón que la derrota no sirve de nada. No importa perder todas las carreras de la vida, lo que importa es colocarse otra vez en la línea de salida para tratar de vencer. Es el material del que están hechos los hombres tranquilos.
El mundo se desmorona y la nobleza obliga. Los galones relucen y las armas humean. En el galopar se conoce al animal que tiene madera de héroe. Las espadas apuntan hacia la carga de una brigada ligera y la muerte cambia los destinos. Un muchacho con el rostro lleno de barro cree que un caballo puede curar y vuelve a cuidarlo, a sentirlo y a montarlo. El ojo refleja la ilusión después de la fría noche. Y una niña, con el cariño a punto, se dispone a arrancar un poquito de felicidad a una vida que se ha empeñado en quedársela toda. Una temerosa iniciativa, un galopar hacia la utopía y los cañones vuelven a sonar con toda su pesadez, con toda su crueldad de máquinas de guerra. La voluntariedad del instinto es la heroicidad. Con sus brazos viscosos, el barro se pega a la fuerza, y los días se apagan poco a poco. Es la realidad que se empeña en trazar todos los senderos de gloria que acaban en el cementerio.
El agotamiento es el enemigo a batir, y cuando hay que correr, se hace con toda la espectacularidad de la elegante zancada del indomable. Los alambres de espino parecen plantas sembradas en el camino y, en medio de la tierra de nadie, donde muchos dan todo, hay un conato de amistad absurda, una sonrisa de solidaridad, un remordimiento rememorado, unas tenazas oportunas y una moneda lanzada al aire. Nada en la tierra de nadie. Tan sólo la seguridad de que, incluso en la más cruel de las guerras, el ser humano sigue siendo capaz de sacar lo mejor.
Un viejo maestro lleno de música y años pone la banda sonora, un polaco que sabe colocar filtros nos da fotografías de ensueño y un judío que creció con el cine dirige con impecable brío cada uno de los trotes de un caballo que miró siempre hacia delante con la nobleza como uniforme, con la estima como pago, con el precioso cabalgar como símbolo de libertad de espíritu, de entrega y de amistad. Durante todo el narrar, la emoción se coloca desde el mismo prólogo, dando algún pinchazo en la garganta de vez en cuando, manteniendo algo vivo dentro de todos. En los peores tiempos, la esperanza es la motivación y el depósito del cariño debe estar siempre lleno, exigiendo el mejor valor, demostrando lo que se merece, atendiendo a la llamada de la sangre. De la sangre pura que también algunos humanos pueden poseer. Del maravilloso don de darse a los demás a través de los músculos y las patas de un caballo de piel de prado y crines de viento. La guerra está detrás de cada trigal. El empuje es capaz de destrozar piedras y convertir los obstáculos en la satisfacción de seguir vivos. Es el ocaso del bello atardecer recordando palabras que ponían a Dios por testigo. Es el orgullo que recoge en un puño al corazón. Es la lágrima reprimida por la emoción del buen cuento, del buen cine, del buen caballo.
4 comentarios:
Te confieso que iba yo con bastantes reticencias a ver esta película. ¿Un caballito al que separan de su dueño miles de kilómetros y tras sufrir mil y un avatares vuelve para reunirse con él? Anda, ya, hombre, quién se puede tragar eso. Pues nadie, nadie... a no ser claro que te lo cuente alguien como Steven Spielberg. Nunca subestimes a alguien como Steven Spielberg es la concluisón que me queda después de ver este "War horse".
Hay quienes se despachan a gusto con esta última peli del genio tachándola de ñoña y sensiblera. Y se quedan tan a gusto, oye tú. Será que estamos perdiendo la sensibilidad y todo lo que vemos contando con un mínimo gusto ya lo consideramos sensiblería. Y lo que parece una historia tonta para niños- con todos los respetos- se convierte en una maravillosa fábula épica llena de valores. En una metáfora brillante sobre los efectos devastadores de la guerra que te lo puede quitar todo de un modo tan injusto. Son muchas ideas, muchas historias - la niña y su abuelo-, muchas escenas- el cortaalambres- las que me persiguen desde que vi esta película. Una lección de vida y humanidad. Una lección de cine.
Los que dicen que esta película es ñoña y sensiblera son, precisamente, aquellos que no la han visto, que se han leído el argumento en alguna parte y han dicho: "Anda, mira, animalito, dueño jovencito que le quiere como si fuera un hijo y luego la guerra y se vuelven a reunir". Pues no. Es que me jode mucho toda esa gente que da algo por hecho, especialmente tratándose de un tipo como Steven Spielberg, que sí, que ha tenido patinazos, pero rueda como nadie y es capaz de contar las cosas como nadie. Aquí el cuento de Michael Molpurgo es brillante (muy deudor de "Seis destinos", por ejemplo) y la adaptación que hace Spielberg con la ayuda del guionista (recordemos que Spielberg no ha escrito ni una sola línea de sus películas) es espectacular, con secuencias espectaculares, realización espectacular, sentimientos espectaculares y llevándote en alas de la emoción, eso que tanto hemos perdido tanto en la capacidad de mostrar como de sentir. Yo sigo dándole vueltas a la película, a muchos de sus planos magistrales (el mejor de los vivos eligiendo posiciones de cámara es él) y a su argumento que, lejos de ser infantil, arrebata y te agarra desde ese principio que es de una claridad de ideas extraordinaria.
Me quedo con esa frase que dices: "Una lección de vida y humanidad". Eso es, Dex. Una frase para definir la película.
Abrazos desde la grupa.
Me ha gustado mucho la película. Y aunque creo que hay un determinado tramo en que reincide en contar las mismas cosas en las intrahistorias. Tiene cine para dar y para tomar.
Por ejemplo, me encantó la manera de retratar la muerte del jinete del ejército en el ataque a los alemanes. Con mucha clase y diciendo mas con dos simples primeros planos, que Tarantino con todo el océano Atlántico de sangre.
Spielberg cuando quiere también sabe ser clásico, al modo del abuelo Eastwood, y por qué no... ¿tendrá el relevo perfecto?.
Abrazos equinos.
Esa escena que comentas (supongo que eres Chus), es sencillamente magistral. Primer plano del oficial, sus ojos llenos de terror, disparo, el caballo sin jinete. No se puede decir más con menos y de forma más extraordinariamente elegante.
En cuanto a la comparación con Tarantino, bueno, cada uno en su estilo. Digamos que hubo gente en su momento que se empeñó por activa y por pasiva en comparar a Howard Hawks con Sam Peckinpah. En Hawks había elegancia y sobriedad, la cámara a la altura de la mirada del hombre, sin florituras y sin apenas planteamientos, directo al nudo. Peckinpah era salvaje, sin concesiones, con mucha sangre, la cámara bien colocada pero en posiciones muy poco típicas, el uso de la cámara lenta como sublimación del dolor...Cada uno en su estilo era muy bueno. Yo creo que Spielberg es muy bueno, también creo que Tarantino es muy bueno. Ambos cometen errores y ambos beben del cine pero de muy distinta clase. Y ojo, Tarantino se ha visto toda la serie B del mundo pero también se ha visto a los mejores. Ejemplos los hay a porrillo.
Tampoco creo que Spielberg sea el sucesor de Eastwood. Spielberg tiene en su haber una técnica sencillamente asombrosa, rueda con una claridad que es impresionante. Incluso cuando mueve la cámara lo hace con una excusa narrativa, no porque sí. Como botón de muestra, tenemos la escena del tanque. Compara esa escena con cómo la rodaría cualquier otro. Spielberg es espectacular cuando quiere, magistral cuando debe y demasiado emocionante cuando yerra pero, en este caso, creo que ha acertado con todos los aspectos. Eastwood es pura sobriedad aunque es capaz de sorprenderte con un plano virtuoso para acentuar un estado de ánimo (me estoy acordando del plano cenital de "Mystic River" cuando se le comunica, a través de una mirada de Bacon, que el cadáver encontrado es el de su hija). Es un pintor del alma humana, que trata de encontrar una emoción mucho más interior. Cada uno, tanto Spielberg como Eastwood, tiene unos valores únicos y excepcionales, que los sitúan más allá de los simples cineastas. Es la mirada lo que es diferente.
Abrazos hípicos, que no típicos.
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