En toda la historia del cine americano (quizá ya con la honrosa excepción de la oscarizada Kathryn Bigelow) sólo ha habido una directora que ha sobresalido por encima de las demás con un nombre propio y esa es Ida Lupino, la mujer que también se puso detrás de las cámaras en Ángeles rebeldes. Con apenas ocho películas dirigidas (aunque tuvo una extensa carrera como realizadora televisiva y una más que destacable fama como actriz), se puede decir que llegó a alcanzar un nivel de calidad artístico más que apreciable porque ninguna de ellas fracasó a nivel crítico e, incluso, llegó a dirigir bastantes secuencias de un film negro de culto como La casa en sombras cuando Nicholas Ray cayó enfermo en medio del rodaje.
En esta ocasión, Ida Lupino se decantó por una película que es pura diversión para toda la familia. A la cabeza del reparto, una Rosalind Russell que siempre sabía dónde dejar su atractivo y ponerse la armadura severa…o vice-versa. Ella maneja la película de principio a fin y se convierte en la auténtica dominadora de toda la historia junto con Hayley Mills y June Harding. Tanto es así que la película no tardó en tener una secuela, de inferior calidad, titulada Donde van los ángeles.
Lupino consigue una pequeña gema con esta inocente diversión de hábito y oración, clarísimo precedente de Una monja de cuidado aunque no tenga esa selección musical de gusto exquisito, que consigue que podamos verla con la cabeza apoyada en el hombro del de al lado y en el que, de modo anecdótico aunque conociendo el humor de Ida Lupino es muy posible que sea a propósito, se incluyó en el reparto a la más famosa stripper de los años cincuenta, Gypsy Rose Lee, en un recatado papel como profesora de danza. Siguiendo con las casualidades, Rosalind Russell interpretó el papel de la madre de Gypsy Rose Lee pocos años antes en Gypsy, al lado de Natalie Wood y bajo la dirección de Mervyn LeRoy.
Eso sí, en esta ocasión nos encontraremos con un puñado de monjas que rebosan personalidad y carácter y que tienen una historia que contarnos de modo amable pero firme, sin caer nunca en la caricatura y que poco a poco, entre carcajada y sonrisa, entre lo amable y lo severo, se va haciendo un sitio en nuestro corazón, así como quien no quiere la cosa.
Es el instante del encanto, no se dejen engañar porque no es una película de niños, es una película de mujeres de la iglesia. Y estoy seguro de que muchos hombres duros, allí, justo donde el corazón tiene un rincón oscuro, adoran esta historia que hace que, de alguna manera, no dejemos de ser niños pero que tampoco nos olvidemos de lo adultos que nos hemos hecho y del precio que hemos tenido que pagar por ello. Por eso, los niños también merecen verla. Es una de esas que, con el tiempo y cuando se hacen mayores, ellos recuerdan haber visto al lado de sus padres. Y eso, en un arte como en el cine, no tiene mejor crítica. Y un último consejo: cuando acabe, así como para adentro, piensen en una pequeña oración para que sus hijos no tengan las mismas ideas que las niñas que ponen en apuros su propia condición de ángeles.
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