Dentro de la impresionante galería de papeles que el extraordinario y hoy muy olvidado actor que fue Paul Muni interpretó en los años 30, destaca el del liberal Benito Juárez, pilar de la democracia mejicana, famoso por la impasibilidad de su rostro de marcados rasgos indios y adalid de la revolución que acabó con la marioneta imperial que representaba la dinastía de los Habsburgo a través del Archiduque Maximiliano I, títere manejado con mano de hierro por Napoleón III. Pero los soñadores existen, sobre todo en la imaginación de las masas y el propio Maximiliano rivalizó con Juárez por ganarse el corazón de los ciudadanos mejicanos y cuando dos personas luchan por el mismo amor el resultado suele ser la guerra y el rechazo, el patetismo de la derrota es aún mayor y la historia se abre para dar paso a soluciones aún peores.
“Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” . Y en esta frase, tan sólo palabras de político, se resumía toda la lucha juarista. Lo cierto es que el cine americano nunca trató demasiado bien a la historia de Méjico. Ahí están películas tan fallidas como El capitán de Castilla, de Henry King; o el despropósito de Villa cabalga, de Buzz Kulik; el fracaso absoluto en una de las películas más personales de John Ford con El fugitivo; la despedida discreta en el cine del gran Gregory Peck como protagonista en Gringo viejo…pero también, no podemos olvidar, los enormes aciertos que supusieron ¡Viva Villa!, de Jack Conway; El tesoro de Sierra Madre, de John Huston (una obra maestra indiscutible) y, por supuesto, la maravillosa ¡Viva Zapata!, de Elia Kazan. En esta ocasión, aunque hay trechos abreviados por obra y gracia del cine, el gran acierto siempre es Paul Muni, un hombre al que podríamos definir como el Robert de Niro de los años treinta, pero que se especializó en personajes históricos como Louis Pasteur, Emile Zola o Benito Juárez por su capacidad camaleónica, por su innata transformación en el personaje que interpretaba y que, con una filmografía asombrosamente corta, consiguió impresionar con películas del corte y de la talla de Scarface, de Howard Hawks; la extraordinaria La buena tierra, de Sidney Franklin; o la magnífica y muy olvidada Soy un fugitivo de Mervyn LeRoy.
En cualquier caso, Juárez es un film de notable alto, con un reparto ajustado al milímetro que sabe secundar la infinita sabiduría de Muni y dirigidos con la mano, a veces un poco teatral, de William Dieterle, discípulo de Max Rheinhardt y procedente de la escena alemana. Todos los actores juntos son un perfecto engranaje, un elenco sobresaliente que construye una plataforma de lanzamiento ideal para una intensidad que sólo sabe darnos la historia y presenciar un enfrentamiento legendario entre Muni y su oponente, Brian Aherne.
Cuando cojan el mando a distancia y se sienten delante del televisor, no olviden que están ante un actor que era capaz de quitar el aliento con su osadía impasible, con su severa quietud, con su inquieta tranquilidad…porque lo que se describe aquí no es a un personaje, sino la idea que él representa y cómo una idea es capaz de aplastar a todo un emperador. La revolución siempre comienza con la convicción y, como dijo Richard Brooks en Los profesionales: “Quizá sólo ha habido una Revolución…la de los buenos contra los malos…la pregunta es: ¿quiénes son los buenos?”. Tal vez esta película nos ayude a buscar alguna respuesta. Tal vez nos abra nuevos interrogantes. Tal vez sea sólo la épica historia de alguien que quiso cambiar las cosas a través de la verdad, la libertad y la grandeza de su patria. Palabras algo vacías en los días de hoy…
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