La opinión de Orson Welles define, por sí misma, a esta película: “Anthony Asquith, el director, era uno de los hombres más amables e inteligentes que nunca hubo en el cine pero no se le puede juzgar por su trabajo en Hotel Internacional, que fue hecha exclusivamente para el lucimiento de Richard Burton y Elizabeth Taylor y escrita para ellos por Terence Rattigan con el fin de reeditar el éxito de los años 30 de Gran Hotel. Rod Taylor y Maggie Smith estuvieron maravillosos en sus papeles. Y, naturalmente, también, Margaret Rutherford. Pero el auténtico placer fue trabajar con Anthony Asquith, un hombre capaz de tropezar con un cable y luego volverse y pedirle perdón al cable”.
Y es cierto, en medio del extenso reparto de estrellas que iluminan la marquesina de Hotel Internacional destacan por sí solos los trabajos de Rod Taylor, Maggie Smith, Margaret Rutherford y el propio Orson Welles, que interpreta el personaje de un director de cine en horas bajas que intenta ser un remedo, según sus propias palabras, de Gabriel Pascal, director, entre otras, de César y Cleopatra, con Vivien Leigh. Y son, precisamente, las historias secundarias, que se mueven alrededor del gran melodrama que protagoniza el matrimonio Burton-Taylor, las auténticas virtudes de esta película, capaz de definir con escasos trazos a toda una galería de personajes que se mueven entre la opulencia y la miseria humana que a todos nos agarra por el cuello sin dejar que podamos respirar entre los dedos del destino. Asquith, un director de cuidada elegancia que realizó una esplendorosa versión de Pigmalión con una excepcional Wendy Hiller y un fantástico Leslie Howard, intenta aportar oficio a un relato que se resiente en sus cimientos pero que tiene un acabado exterior impecable debido a su elegante y nada relamida periferia. Tanto es así que algunos de sus diálogos llegan a ser brillantes, agudos, hilarantes y certeros mientras que el devastador drama relativo a la pareja protagonista no acaba de convencer a unos ojos que parece que buscan con denuedo que vuelvan a aparecer otros personajes que, a medias entre el desenfado y la seriedad que la angustia vital requiere, resultan mucho más atractivos para los pobres mortales que queremos ver a todos intercambiando frases de altura y gestos de cumbre.
Irregular pero a ratos fascinante; en ocasiones, grácil; a veces, cine. No deja de ser una muestra del mayor de los entretenimientos basada en el más puro lujo de una puesta en escena que engaña puesto que todos, los de arriba y los de abajo, sufrimos por llevar adelante nuestros sueños, por salir de los hoyos interminables a los que nos condena la falta de dinero, por agarrar aquello que amamos y no soltarlo porque, aunque las cosas vayan mal, sabemos…tenemos la certeza de que esa persona es la que hace que nuestro corazón tenga su sístole de pasión y su diástole de amor. Y es así como hay que ver Hotel Internacional. Tenemos que vestirnos con joyas que no tenemos, comportarnos con ademanes fingidos, introducirnos en ambientes que no dominamos y creer que poseemos un dinero que es pura fachada. El resto es sólo una situación que nosotros mismos nos encargaremos de complicar con nuestra debilidad de seres humanos.
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