Es algo bastante poco usual que de una comedia se haga posteriormente una versión bufa pero estamos ante una de esas excepciones que hacen ver la grandeza de una historia que partió con la inigualable Ninotchka, de Ernst Lubitsch, continuó con esta versión de Ralph Thomas y acabó acompañada de las excepcionales melodías de Cole Porter y los inolvidables balanceos de Fred Astaire y Cyd Charisse en La bella de Moscú, de Rouben Mamoulian. Siendo ésta la peor de las tres versiones también hay que decir que en ella se mueve con particular soltura y una muy peculiar sorna una actriz de talento extraordinario como Katharine Hepburn, que ensombrece e, incluso, llega a ridiculizar el trabajo de ese comediante puro que era Bob Hope.
Gracias a ella, sin embargo, se origina una rara química entre ambos protagonistas y estamos ante una película fresca, divertida, en clave militar y con cargados tintes de parodia que sustituyen a la natural y sofisticada elegancia de la versión de Lubitsch y al espectáculo de seda y etiqueta que planteaba Mamoulian. Aquí, tenemos un enfrentamiento natural entre sexos que acaba en el clásico chico-encuentra-chica salpicada con algunas líneas de agudeza debidas al gran guionista Ben Hecht y que contienen la siempre divertida moraleja de que todo el mundo es comunista hasta que le toca la lotería.
Naturalmente, los estereotipos están servidos. Ella representa no sólo al mundo comunista en una época en la que la guerra fría ya era una caliente realidad sino que además compone su personaje con detalles de estoicismo que no tienen por qué ser verdaderos, más que nada porque el objetivo de la película no es el hacer una crítica política, sino simplemente contar un cuento cómico, con cierto aire de astracán con endebles ideologías de uno y otro lado como telón de fondo. Entre bambalinas, las caricaturas sirven un rato de entretenimiento y de poderío, sobre todo, femenino. Es lo que tiene cuando se trata de convencer a una mujer de las excelencias de un mundo que no conocen: cuesta otro mundo que cambien de opinión.
Además, si lo pensamos un poco, puede que el comunismo sea una mujer y el capitalismo sea un hombre y así encontraremos fáciles paralelismos en una relación de amor entre dos caracteres contrapuestos por naturaleza. Los vuelos que emprende la protagonista planean por encima de cualquier otra consideración y éste es un ejemplo muy claro de cómo un intérprete puede superar a una dirección, a un guión y a todo un plantel de excelentes actores. Quizá, de hecho, la intención de Katharine Hepburn al interpretar su papel era dejar bien patente el hecho de que no es el capitalismo el que convence al comunismo, sino que es la mujer la que convence al hombre. Ah, y tengan mucho cuidado con los paraguas envenenados, vengan de quien vengan. Al fin y al cabo, mirar con desdén la ropa interior femenina también puede llegar a ser un pecado de la opulencia.
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