¿Cuántos futuros puede haber? Quizá haya uno en el que la incomunicación con la persona que más aprecias sea una norma de conducta. Imposible ¿verdad? Sí, sí, sí, es imposible. Veamos. A lo mejor es posible que el futuro sea una constante en permanente alteración y quien es tu amigo y tu guía, en realidad, sea algo más, alguien mucho más cercano en el corazón, alguien más próximo a tu forma de ser y a lo que te has convertido. Eso es aún más imposible. Lo cierto es que el futuro, sea cual sea, bueno o malo, mediocre o inexistente, siempre, sin excepción, es un acontecimiento que te deja K.O.
Y es que en la imposible lucha contra los extraterrestres hostiles que, poco a poco, han ido colonizando la tierra como una bandada de inmigrantes ilegales, lo que ha sido, puede que no sea, y lo que es peor, no lo será nunca. La simpatía se desborda en los márgenes de esos impecables trajes de negro de unos hombres que no tienen pasado, ni futuro y apenas tienen presente. Uno de ellos busca respuestas pero lo peor es que no quiere saber las preguntas… ¿o es al revés? Y la única pregunta que hay es: ¿Hacia dónde se ha ido el tiempo?
No cabe duda de que, más allá de los chistes (Lady Gaga es una extraterrestre que figura en el registro de alienígenas de la agencia gubernamental para el control de la vida extra planetaria y se halla al lado de Bill Gates) y de que Will Smith es un consumado actor de comedia que hace que todo, incluso la aventura más intrascendente, parezca una situación divertida, hay un cierto aire de despedida para Tommy Lee Jones, enorme en cada una de sus miradas, que, sin duda, dejará de vestir de negro para lucir solamente sus sabias arrugas. La nostalgia de su personaje se ve compensada por un Josh Brolin que trata de imitarle con cierta habilidad y ya el tiempo, esa incógnita continua que se divide en tantos futuros como opciones, ha caído sobre los personajes haciendo que los extraterrestres de tendencias malvadas sean el pan nuestro de cada día de todos los noticieros del mundo. Con disfraces mediocres, se han apoderado de las realidades de todos y cada uno de nosotros y estas historias de entretenimiento simpático, sin más pretensiones que proporcionar un rato de fantasía y sonrisa, se han quedado atrás, ancladas en una época en la que todavía soñábamos con alcanzar la Luna y el mañana no nos preocupaba. En todo caso, hay un par de momentos con gracia, alguna escena de acción que recuerda a James Bond y a Tiburón, de Steven Spielberg y un intento de hacernos creer que el señor que se sienta al lado en el cine es un extraño procedente de un planeta a unos veinte años luz de la Tierra.
El aparato que hace olvidar funciona antes y después y esta película es un pretexto para ello. No trata de deslizar más mensajes que el de que todo ocurre por una razón y que, si ahora vienen mal dadas, habrá que esperar, con paciencia y algo de ingenio, a que algo bueno ocurra. Es en ese momento cuando, tal vez, haya que tirar de los recuerdos y acudir a una serie de lugares en la memoria que nos hagan sentir cómodos, seguros y a salvo. El mañana es un telón opaco. El ayer, aunque no lo sepamos, es una ovación de todos los que se vieron afectados por nuestras decisiones. Las aventuras de estos hombres de negro se quedan grabadas, ante todo, por su buen humor y por su inventiva y, lentamente, el tiempo se echa encima, como un K.O inevitable que avanza en su cuenta inexorable hasta nuestra extenuación y nuestra capacidad. No hace falta ser gracioso por obligación. Basta con ser gracioso por devoción. De ahí nacen los mejores chistes. Los alienígenas vienen después. Más tarde, se aproximan las decepciones que se ciernen cuando las luces se encienden. Y en el fondo, sin haber visto nada del otro mundo, hay una ligera sonrisa recordando a J, a K y a todo el abecedario secreto que veló por la seguridad del buen humor en este maldito valle de lágrimas.
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