miércoles, 16 de mayo de 2012

LA FORTUNA DEL CAPITÁN BLOOD (1950), de Gordon Douglas

¿Quién no recuerda aquel maravilloso Capitán Blood que encarnó Errol Flynn con gracia, belleza y garbo? Bien, pues quince años después de esa película, se volvió a retomar el personaje bajo la piel de Louis Hayward, un actor que ya había estado brillante en historias de tanto prestigio como Diez negritos, de René Clair o la estupenda y desconocida House by the river, de Fritz Lang. El caso es que el tipo se desenvolvía con cierta soltura con una espada en la mano y hasta en ciertos momentos hace olvidar a ese gran espadachín que era Flynn y la película, dirigida con menos mano maestra por Gordon Douglas no está mal y no desmerece en absoluto de la primera, regida bajo los designios del gran Michael Curtiz.
Cierto es que la aventura nace con clara vocación de serie B, pero eso no es óbice para estar ante unas cuantas escenas bien coreografiadas de acero y valor mientras se sigue el típico argumento de chico pirata encuentra a chico malo y, a su vez, ambos encuentran chica española que está de toma pan y moja y que aquí tiene el rostro bellísimo de la señora de Joseph Cotten, la señorita Patricia Medina. Y no cabe la menor duda de que este título está muy por encima de esa terrible secuela que se originó con el vástago posteriormente desaparecido en Vietnam del auténtico Capitán Blood, Sean Flynn, con el título de El hijo del Capitán Blood. También habría que destacar el gran trabajo que realiza George Macready, ladino contrincante del héroe, que domina la escena con sólo estar presente y que pone el punto de maldad en una historia que resulta mejor porque tiene un villano que, sin ser memorable, contiene grandes registros.
Así que ahí delante, entre jarcias y trapos al aire, tendremos algo de acción bien rodada con pocos medios, vicisitudes de alta mar salpicadas con olas de amor y competencia entre hombres de mano en cazuela y honor en entredicho, un protagonista con menos carisma que su predecesor aunque con singular destreza en duelo, un par de sorpresas metidas bajo faldones de nobleza, relaciones ambiguas entre tipos que se pelean por un quítame allá unos granos de arena con forma de mujer y pecado e, incluso, hay alguna que otra escena que recuerda lejanamente algo que está hoy tan asquerosamente de moda que resulta gracioso y que es la saga de Piratas del Caribe.
No hay sombras bajo las banderas que ondean al viento pero un poco de penumbra nunca viene mal para disfrutar de un blanco y negro que parece ser un tesoro de conquista para bucaneros del mar hostil. Tampoco existen grandes efectos especiales, ni secuencias de épica de calavera y tibias. Hay una historia que nació para entretener, con romanticismo y honor grabados en el filo del acero. Y, por supuesto, un buen rato para olvidar problemas mientras nosotros también desenfundamos y herimos el aire buscando una carne que merezca ser mordida por una lucha que merece la pena. No hace falta mucho para sentirse uno más de los hombres del mítico y legendario Capitán Blood.

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