Por azares de la vida, da la casualidad de que esta es la película que más veces me ha tocado comentar. Tengo ocho artículos dedicados a ella y éste no tiene por qué ser necesariamente el mejor. En todo caso, va dedicado a todos aquellos que se fortificarán conmigo esta tarde a las 19,30 en la Librería Ocho y Medio (c/Martín de los Heros, 11) junto a Miguel Rellán y Laura Cristóbal. Luego, por las molestias y por el detalle de venir, se servirá un pequeño aperitivo para agradecérselo a todos. Colgaré fotos del evento junto con la crónica en cuanto disponga de las mismas. Abrazos y besos.
Una apostilla de última hora. Mi antiguo jefe, Miguel Ángel Bolaños, ha tenido el maravilloso detalle de dedicarme una entrada en su blog. Lo aprecio muchísimo porque no es muy normal que alguien que ha sido tu jefe tenga una opinión así de ti. Gracias, Miguel Ángel. Con muchísimo afecto y con la seguridad de que fue un privilegio colaborar contigo.
John Wayne, al dirigir esta película, tomó el aliento que aprendió de John Ford para cantar la gesta de un puñado de hombres que eligieron ir al matadero por una simple cuestión de tiempo. Tanto es así que John Ford fue a visitarle al plató y, asustado por la presencia del director, decidió ponerle a trabajar con una segunda unidad para que rodara alguna secuencia como favor personal y que no se entrometiera en su rodaje. La secuencia que dirige Ford, lírica en la penumbra, es el encuentro entre John Wayne y Lynda Cristal que termina con un beso en la mejilla de ella respondido con una leve sonrisa…Y se convierte en una escena de una profunda belleza, ejemplo perfecto del que era un gran director y la diferencia que le hacía auparse entre los más grandes de la historia.
Por otro lado, comparada con la recientemente comentada La última orden, la película tiene una producción más acabada y se distingue cómo Wayne opta por narrar la historia desde el punto de vista del personaje que él mismo interpreta, Davy Crockett, mientras que en aquella todo estaba enlazado con la mirada de Sterling Hayden que daba vida al hombre del cuchillo, Jim Bowie, aquí notablemente encarnado por Richard Widmark.
Aunque un tanto diletante, se nota en algunas secuencias el aprendizaje del alumno Wayne en los rodajes del maestro Ford. Maneja con considerable soltura los movimientos de masas y las escenas de acción aunque pierde terreno peligrosamente en el plano corto y en el tratamiento enlazado de las relaciones entre personajes (parcela que Ford dominaba con una capacidad de síntesis inigualable así como con detalles que, por sí solos, hablaban y describían sus caracteres y sus pensamientos). En cualquier caso, las hojas verdes del verano se convierten en una melodía inolvidable para acompañar a unas leyendas que, antes de morir, conocieron la amistad y vieron de frente el rostro de la muerte.
De todas formas, no, El Álamo, no es una obra maestra. Es, simplemente, una buena película que exalta los valores heroicos de unos hombres que escribieron la historia de su país con letras de sangre. Y, por supuesto, es notablemente superior a aquella torpeza sobre la guerra del Vietnam que Wayne rodó como director posteriormente con el título de Los boinas verdes.
Que den un paso al frente todos aquellos que quieran quedarse con estos hombres que decidieron cambiar la vida por el coraje y morir como hermanos. El tiempo…El tiempo es la victoria en la derrota….
2 comentarios:
Todo un honor. Una pena que no pueda acompañarte.
No te preocupes. Sabes perfectamente que una parte del libro, te (os) pertenece. Tanto a ti como a Tere, como a Álex. Incluso, si me lo permites, a tu antecesor en el cargo, Juan Ángel. Sin vosotros, sin vuestro apoyo y sin ese ánimo continuo que me proporcionábais, este libro no existiría. Y el otro tampoco.
Recibe un fuerte abrazo.
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