El principal atractivo de esta película es que detrás de las cámaras, como responsable de toda la coreografía circense, está Busby Berkeley en su última colaboración con el cine. El geómetra del musical volvió a dar una lección de cómo diseñar un espectáculo que quiso revitalizar un género que en 1962, año de su realización, estaba cambiando radicalmente de la mano de unos cuantos gamberros callejeros que nos contaban West side story. Tal vez por eso la película no tuvo demasiado éxito. Procedente de un acontecimiento teatral en Broadway, tenía todos los ingredientes del musical más clásico pero los gustos del público habían cambiado. Ya no querían ver la típica trama de circo hundiéndose con un elefante que tiene talento y a un infiltrado por la competencia para terminar de una vez por todas con los saltimbanquis incómodos. A pesar de todo, la película quiso ser un homenaje a la risa y a la alegría del circo, al espectáculo por excelencia, al colorido de las risas de unos niños que no pueden dejar de gritar cuando los animales saltan a la pista. Entre medias, Berkeley diseñó unos números coreográficos matemáticos, perfectos, impolutos y maravillosos. Y, por supuesto, un cómico llamado Jimmy Durante pone la sonrisa con su enorme narizota cada vez que aparece en escena.
Lo malo de todo ello es que, queriendo hacer un musical a la vieja usanza, lo que salió fue una comedia algo extravagante, con ese sempiterno toque de tristeza que parece que se mueve entre las bambalinas circenses. Eso sí, hay canciones que se quedan en la memoria como Why can´t I? cantada a dúo entre Doris Day y Martha Raye y que queda como un ejemplo de armonización de voces de estilos diferentes y ternuras parecidas.
El corazón se mantiene cálido durante toda la historia. El elefante conquista. La chica encanta. El tipo es algo envarado. El cómico es divertido. El coreógrafo es genial. El anacronismo es evidente. El cansancio del género es inevitable. Y, al final, ese género que nos hizo soñar, bailar, ser optimistas y crear un mundo de fantasía de eterno final feliz echaba el cierre para hacernos bajar a la tierra y seguir cantando, sí, pero con mucha amargura de trasfondo.
No deja de ser una historia algo ingenua aunque hay mucho entretenimiento en sus fotogramas y es fácil, muy fácil de disfrutar. Las orquestaciones son espectaculares y la magia de la despedida está muy presente. No es aquella de El mayor espectáculo del mundo que Cecil B. de Mille dirigió con ansias de grandeza. Es un último homenaje al mundo del circo con actores sólidos, con vigor en la dirección de Charles Walters y con una música ciertamente apreciable. Fue un considerable esfuerzo que quedó antiguo. Y todo lo antiguo tiene su aquél. No sería nada extraño que, al apagar el televisor, silbaran una melodía algo pasada de moda como si fuera un acto reflejo, algo que se hace sin pensar. Y es que las luces y los colores del circo tienen algo hipnótico.
2 comentarios:
Que bonita y emotiva dedicatoria para tú niño, César y sin falta de complicidad.
Eres entrañable..
Él sí que es entrañable. Mitad genio, mitad loco y mitad niño (sí, tiene tres mitades). Es un niño especial y tendré que vigilar mucho para que no pierda todo lo que tiene de especial.
Un beso y gracias.
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