“¡Entreeeeee!” y todas las fuerzas del infierno senil se desatan cual cana recién acabada de levantar. El tiempo pasa y hacerse viejo, seamos sinceros, no tiene ninguna gracia. La gracia estuvo en compartir escenario con alguien como tú durante cincuenta años. Aunque resultara insoportable estar al lado de aquel tipo que medía el humor en segundos exactos y en palabras intocables. Las calles ya no están donde estaban. Las palabras del mundo moderno ya no tienen esa chispa. Y por toda la eternidad, te seguirá golpeando ese irritante dedito en el hombro, punto redondo de la chanza que fue tener pareja y no soportarla.
Pero quien fue grande, siempre será grande. No importa que los años hayan pasado por encima de las bromas como una breve auscultación médica. Una broma es una broma. Y “pimpollo” sigue siendo una palabra graciosa. El caso es seguir en activo, seguir sintiendo que se hace reír, seguir vivo. Y el majadero que tuviste como compañero te mata poco a poco. Caramba, al fin y al cabo, soportar una lluvia de babas con sus “tes” y sus “eses” pone a prueba la paciencia de cualquiera. Y ahora, además, con años encima. Hay que repetir las cosas cien veces para que entre en la memoria retentiva. Hay que revivir los años dorados en que las carcajadas eran pura música para quien hace chistes. Hay que odiar de nuevo para hacer reír otra vez.
Y por el camino, pues hay que chinchar todo lo posible al otro, para qué nos vamos a engañar. El individuo ése que decidió deshacer la pareja no me va a abandonar otra vez. Porque la soledad es muy mala. Aunque bien pensado, que se quede en su casa, con sus nietos y su hija. Pero, claro, dejarme estuvo muy mal. ¿Por qué hacía reír a todo el mundo menos a mí? Era el mejor. Era el peor. Le quiero porque fue mi hermano. Le odio porque era un auténtico plomo. Lunático. Perverso. Cansino. Impaciente. Eso tú. No, eso tú. Pues estamos apañados. Ni en la cama me dejas morir en paz. Y lo peor de todo es que ellos no saben que no pueden morir. Nunca. Son inmortales. Porque quien hizo reír durante cincuenta años, no puede morir. Siempre habrá un chiste, un nicho (no, hombre, un dicho), una cuita o un comentario que reviva el espíritu de lo que fue irrepetible aunque se repitiera hasta la saciedad. Las parejas son así. Se unen, Se hartan. Se pelean. Se separan. Se reconcilian. Y el cariño…ése es el verdadero chiste que permanece.
Maravillosa de principio a fin. Radiografía sonriente de la ancianidad, con sus manías, sus paranoias, sus maldades, sus acercamientos y sus alejamientos y, sobre todo, sus tronchantes contradicciones, Walter Matthau y George Burns nos dibujan una risa a cada metro de película. Porque sabían hacer reír. Porque en sus peleas, eran graciosos. Porque en sus uniones, tal vez no lo eran tanto. Porque sabían que siempre habrá alguien dispuesto a aflojar la cara y partirse el labio de risa. Risa, qué palabra tan maravillosa…y tan vieja.
2 comentarios:
La apunto. No conocía esta película y yo de parejas extrañas y chifladas con Walter Mathau solo conocía una. De lo que estoy seguro es de que Alex De La Iglesia la repasaria un par de veces antes de hacer "Muertos de risa", uno de los títulos menos aforutnados de la ya de por sí irregular filmografía del vasco. Empezando porque comparar a Walter Mathau con Torrente es... bueno pues es eso.
La apunto, porque Herbert Ross es un tipo que casi nunca me suele defraudar: "Sueños de seductor", "La chica del adiós". "Money from heaven". Si hasta "Magnolias de acero" tenía su aquel, gracias, eso sí, a Sally Field y a la señorita Kubelick.
Abrazos con chispa
No dejes de apuntarla, Dex. Para mí es una película estupenda. Por supuesto tiene un origen teatral pero apenas se le nota porque estos dos señores son y eran geniales (jejeje). Creo que hubo una versión para televisión rodada muchos años después con Woody Allen en el papel de Matthau y con Peter Falk en el papel de Burns. Ya te digo, ni la mitad de graciosos y mira que tengo admiración por Woody.
Hagamos un apunte hispánico. Esta película la vi yo en obra teatral en el Teatro Alcázar de Madrid con José Luis López Vázquez en el papel de Matthau y Juan José Valverde en el de Burns. A simple vista parecía que no, que eso no iba a tener mucha gracia. Pues fue maravillosa. Ahí queda eso.
Abrazos tiquismiquis.
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