En homenaje a José Luis Sampedro. Porque su sonrisa etrusca siempre me acompañará en el río que nos lleva y me deja un rastro de inspiración, de lucidez, de razón y de humanidad. Seguro que él me asesinaría al leer algo como este artículo, pero su ética se le impediría. Gracias, maestro. Nos vemos.
Unas frases dichas en un momento en el que se pierde todo, incluso la vida. La desconexión entre el orden normal y el orden natural. La tristeza que no quiere irse. La vida que parece detenida, posada, desnuda y maniatada. Los días repetidos. La nada hecha rutina. De repente, señales en el maizal. Molestos intrusos que se dedican a alterar la aborrecible brutalidad de la pérdida. El sufrimiento. No creer. Mucho pensar.
Y, sin embargo, todo guarda un extraño encaje universal. Hay gente que ve señales en todo. Hay otra, en cambio, que piensa que la casualidad es el factor decisivo de la vida. En un momento dado, un coche, un paseo nocturno, un cansancio inoportuno, un accidente…y todo sufre una transmutación, un cataclismo. La moral se extravía. El miedo también se instala. Por eso, tal vez, cuando el miedo de verdad se hace presente, la extraña tranquilidad de los derrotados es el peor enemigo para una invasión.
Un bate exhibido como un trofeo. Un golpe perfecto que voló 507 pies en un partido inolvidable. Agua por todas las habitaciones porque el punto intermedio entre juego y obsesión es inherente a los sueños de una niña. Un inhalador que se ausenta y provoca el cierre de unos pulmones. Y, al final, la fe. Esquiva, estúpida, vengativa, débil, despreciable, acabada, exterminada. No hay oraciones que sustentaron toda una vida. No hay creencia. No hay nada.
La respuesta, por supuesto, viene del mismo cielo. Luces que parecen divinas para anunciar que no estamos solos, que estamos bajo una amenaza permanente. Orden universal para un planeta que se sumerge en la relatividad de las creencias, en la superficialidad de las ideas, en la engañosa información de los medios. Un milagro que conduce a la muerte. Unos extraños en el caos. El aire se envicia. El ataque es inminente. La guerra comienza. El poder es inmenso. Solo hay algo que puede evitar la masacre. Nosotros mismos. El ser humano. El ser nada.
“Batea fuerte” y la madera cruje, el agua fluye, el caparazón se abre, la sangre no sale. El ser humano se ha adaptado a todas las dificultades aunque no de forma inmediata. Tienen que pasar muchas cosas para recuperar un poco de ese todo que se había perdido. Tiene que haber una lucha. Tiene que salir el amor. Debe estar ahí. Los visitantes furtivos tal vez se queden solo para satisfacer el más viejo deseo del universo como es la venganza. Dos dedos cortados. Una noche amputada. Hay que respirar. Hay que vencer, al menos, una vez. Y cuando el triunfo está ahí, el bateo es espectacular. Las bases corren hacia la vida. La fe vuelve porque hay un milagroso encaje. El día se abre hacia un futuro con sentido. O hacia un futuro consentido. Las lágrimas cesan. El mensaje fue sabio. Batea fuerte. Rompe el bate. Deja agua por todas partes porque está contaminada. Sufre tu asma. Sufre tu pérdida. El partido será tuyo. Para vivir, primero hay que morir.
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