martes, 14 de mayo de 2013

DOS HOMBRES EN MANHATTAN (1959), de Jean Pierre Melville

Dedicado a Constantino Romero, porque hay voces que nunca deberían morir.

Mañana, día de San Isidro, intentaremos disfrutar del día. El jueves día 16 volveremos con el estreno de la semana.

La ética parece una presa fácil para las luces de la noche. En los anuncios luminosos, en los faros de los inquietos vehículos, hay muchas razones para perderse y vivir la vida soñada. Quizá unas cuantas chicas, quizá alguna que otra información pagada, un par de fotos para vender al día siguiente y ya está. La ciudad no protestará porque solo se ha encargado de poner el neón de un éxito que se antoja muy lejano. Es fácil caer en el sensacionalismo periodístico cuando todo se ha basado en el tintineo de unos cubitos de hielo en un vaso lleno de olvido. Pero todo tiene sus límites.
Un delegado francés de las Naciones Unidas desaparece y un periodista tiene que buscarlo en la noche. No se sabe si se ha ausentado por causa de fuerza mayor o porque, simplemente, no ha querido asistir a una votación trascendental para admitir a un nuevo país en la Asamblea. Y ahí está la noche. Hay que husmear en los rincones más escondidos. Entre las plumas de las cabareteras, entre las cajas de polvos de maquillaje de chicas sin más mañana que el que proporciona su propio cuerpo. Un fotógrafo se une en la búsqueda, tal vez, porque siempre ha sido amigo de la noche. Sabe que el tipo en cuestión no era ningún monje y Manhattan tiene muchos atractivos con las formas sinuosas de la mujer. Una amante, una secretaria que no tiene ningún interés por los hombres, un ligue ocasional, una prostituta, una chica con demasiadas bombillas en su espejo. Por momentos, parece que la noche exhala una carcajada, viendo la odisea de estos dos profesionales que solo buscan una breve respuesta.
La información debe tener su frontera en la ética. Más que nada porque toda información es susceptible de ser manipulada. Quizá el tipo estaba en una posición nada decorosa o se encontraba haciendo algo contrario a la pudorosa moral de una sociedad que quiere leer los periódicos con la tranquilidad que da la lejanía. Tal vez el delegado de Francia en las Naciones Unidas era un héroe nacional, que había jugado un papel fundamental en la Resistencia y, a veces, es preferible no derribar a los mitos. No importa. Sea cual sea la razón de la noticia alterada siempre hay que echar una mirada a las alcantarillas de uno mismo y saber si somos capaces de transportar toda la suciedad que estamos dispuestos a arrojar sobre los demás. La honestidad es algo muy escaso y un puñetazo puede ser un precio muy bajo para salvaguardar la integridad. La risa se pierde en el amanecer. La noche pasa. Y no emite juicios. Solo ha sido testigo de una búsqueda y de un dilema moral en el que siempre se encuentra metido el dinero. La noche también ríe. El jazz de fondo indica que la diversión ha sido el reloj de su oscuridad. Las calles se han ofrecido y ya se repliegan avergonzadas a plena luz del día. Al fin y al cabo, ellas también han sido fotografiadas con admiración, con una cierta mirada hacia una jungla que esconde muchos secretos que no quieren ser descubiertos. Como la noche. Como dos hombres que caminan juntos por Manhattan. Como esta película.

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