jueves, 9 de mayo de 2013

LA GRAN BODA (2012), de Justin Zackham

No sé si es que soy demasiado exigente o si es que tengo unas rancias creencias sobre esto del cine. El caso es que hay que ser muy, muy torpe, o muy, muy desgraciado para tener en una película un reparto con Robert de Niro, Susan Sarandon, Diane Keaton y Robin Williams y que salga algo tan carente de gracia, de sentido, de coherencia y de modernidad como esto. Claro que está basada en una película francesa que nunca se estrenó en España titulada Mon frére se marieé y me temo que era tan intragable como ésta. Así hay un honroso empate que nos dice bien a las claras que los europeos somos capaces de hacer películas tan malas como los americanos. Todos contentos.
Y es que este pretendido retrato de la clase alta americana, modernos hasta la estupidez, que no conceden demasiada importancia a un asunto de cuernos porque son chupi lerendi no es más que un muestrario de situaciones que tienen gracia solo en potencia y que se quedan en un ensayo de sonrisa por culpa de un guión plano, sin chispa, sin voluntad, que pretende tener una cierta originalidad por la libertad con la que se mueven todos los implicados en el enredo que, luego, no es tal. Y es que así, con la convivencia que se desprende de tres días previos a un enlace se descubre que el padre no es tan mala persona como parece, la madre se entregó a las alegrías mucho antes que el padre, el suegro es un estafador de aires ridículos que también cortó filetes, la suegra tiene cirugías estéticas hasta en el píloro, la hija tiene una sorpresita en el vientre y unos problemas afectivos del quince y el brillante médico que es el hijo es virgen por elección propia...Y así otro giro y otro y otro...hasta que ya da exactamente igual que se casen o no, que se divorcien o no, que se hayan puesto los banderines hasta en el turno de picadores y que el mensaje final sea el vivir la vida prescindiendo de los errores porque solo hay una y hay que pasar por todo ello.
Los actores, desde luego, intentan hacer todo lo posible para salvar la función pero su maravilloso carisma no es suficiente para sacar a flote una comedieta que estás deseando que cuente su primer chiste gracioso cuando salen los títulos de crédito finales porque, lo peor de todo, es que el público está de parte de la película. La gente acude ilusionada y se sienta con la sonrisa puesta y espera, espera, espera...y la historia termina y se sigue esperando. La gracia se la debieron dejar en algún lugar de la inspiración porque esto no se comprende ni con la indulgencia que pueden provocar los nombres de los protagonistas porque no se salva nada. Todo se esfuma en cuanto se sale por la puerta de emergencia del cine. Con un cierto enfado, eso sí, porque, al fin y al cabo, el director Justin Zackham se ha zampado unos cuantos euros sin haber currado ni una banda sonora decente.
Así que nada, guarden en el bolsillo todos esos secretos inconfesables que han estado escondiendo durante años y años y sáquenlos a relucir en los días previos a la boda de uno de sus hijos. Y díganlo con la ligereza propia de quien descubre que la sal es un condimento. Un leve gesto de sorpresa y a lo siguiente. Y lo siguiente, queridos invitados, es la vida. Es esa mujerona vestida de blanco que quiere ser la madrina de nuestros actos cuando ella es peor que andar sobre una acera de cristales. Eso sí, no se arrepientan de nada de lo que hacen. Más que nada porque todo ello forma las mentes de aquellos que nos toman como modelos. Seamos modernos que es joia, como dicen los brasileños que son los primeros que han abierto camino en ese sendero. Luego un baile, un par de verdades y todos volvemos a ser amigos. Incluso yo lo soy de este reparto por mucho que me reviente que hayan hecho este truño teñido de blanco, con leves tonos pastel y un insoportable aire de padres modernos y tal. 

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