viernes, 10 de mayo de 2013

PULP FICTION (1994), de Quentin Tarantino

- Ya sé que tengo cara de gilipollas...pero me jode la gente que se fía de las apariencias.
Y Germán Areta siguió andando mucho, durmiendo poco y no gustándole nada lo que veía. Se encontró con Paco el Bajo y se dio cuenta de que también podía ser él. Y, por el camino, le asaltó un bandido que se hacía llamar Fendetestas. Ahí es donde Areta "El Piojo" encendió un cigarrillo y sin inmutarse dijo:
- Alfredo no se ha ido. Todo lo demuestra. Está aquí mismo, con sus manos de mariposa y sus ojos que eran capaces de hacer llorar y reír. Hay algunos que no deberían morir nunca. Nos veremos, Alfredo. Tal vez en una tasca, alrededor de una caña y de un bocadillo de calamares y degustando de postre uno de tus cócteles que hacen que desenfundar una pistola sea un juego de niños. Nos veremos, Alfredo.
Y se fue silbando una canción. Con alegría. Es lo mínimo que merece Alfredo. Un abrazo, señor Landa. Este artículo va por ti.

 Esto es una historia…bueno, no son tres…no, mejor dicho, es una con forma de ocho. Eso es. Comienza sigue, forma otra figura, se cruza con otra y termina en el principio. Difícil pirueta para un guión impecable. Tanto como llevar a la mujer de un jefazo a cenar teniendo detrás la fama de que un masaje en los pies puede empujar al vacío. El surrealismo del hampa y la belleza del chute. Un batido de cinco dólares y un baile mágico. Un error pata negra. Y ya comienzan las prisas y el corazón se vuelve un loco perseguidor, un desbocado ejercicio de puntería, un traidor que no tiene más días que una noche. Claro que cruzarse con un boxeador a punto de perder su honestidad no tiene la más mínima importancia si no fuera porque es el tipo que te va a meter unas cuantas balas en el cuerpo. Sí, sí, ese mismo cuerpo que te pide con urgencia ir al baño y leerte unas cuantas historietas. Ah, y ese es otro error. Más que nada porque quien ansía la libertad deberá pasar un mal rato y el boxeador va a tener que vérselas con una pandilla de tipos que quieren un poquito de degeneración para alimentar sus perversidades y que acabarán pasándolo tan mal que un tiro al salir del baño no es tanto castigo si se piensa detenidamente. Y es que el error es humano. Para qué nos vamos a engañar. Eso es lo que resulta cuando uno se vuelve con una pistola cargada después del tiroteo más increíble de la historia y vuela la cabeza al pobrecito del asiento de atrás. El coche lleno de vísceras y de sangre. Y el problema no es ése. El problema es que va a venir la esposa del tipo que echa una mano y se va a encontrar con dos fulanos armados, llenos de sangre ajena, con un coche que parece una sala de autopsias y con la casa sin hacer. Para esos problemas, siempre hay un lobo, digo, un hombre. Y ese tipo piensa rápido, ordena sin vacilación y coloca a todos en el lugar que les corresponde. Después un desayuno y listo. Solo que en la cafetería hay un par de desgraciados a los que se les ocurre un atraco improvisado. También es mala suerte. Un atraco justo en el sitio en el que van a desayunar dos sicarios con pintas playeras, con un maletín que resulta bastante valioso y un par de pistolas ligeras que ya han disparado un par de cargadores. Ficción de papel de estraza, pura y simple. Un montón de novelas negras y delirantes para retratar un puñado de mentes que hacen del día a día, un asesinato.
Así de fácil es hacer una película con trazas de originalidad, con muchísima adoración por los antiguos enredos negros de serie B pero con un puñado de cine dentro. Drogas, lujurias, urgencias, ambiciones, tongos, apuestas, amores, huidas, regresos, disparos, degeneraciones, perversidades, perdones, casualidades, vísceras, sangres, excusas, resoluciones, iniciativas, más casualidades y un paseo por una de las jornadas más extrañas que se han visto nunca en un cine. Cuando las luces se apagan, la sensación de que todo ha funcionado según un plan firmado por un tal Quentin Tarantino. Un loco que alquilaba vídeos cerca de la casa de Harvey Keitel y que se le ocurrió escribir dos o tres guiones por si acaso la flauta sonaba en algún lugar cercano a la locura.

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