viernes, 10 de enero de 2014

FUTBOLÍN (2013), de Juan José Campanella

Maldito fútbol que fabrica falsos ídolos a través de la falaz admiración, que transmite la idea de que el triunfo debe de ganarse mediante la humillación, que perder solo es algo reservado para los fracasados, que el éxito fácil está ahí a la vuelta de la esquina, esperando a que alguien llegue y se llene los bolsillos a base de carisma, suciedad moral y patadas un poco más arriba de lo normal. Ése no es el camino de la victoria.

Y ese es un sendero que no es fácil de ver. Puede que consista básicamente en jugar y estar de acuerdo con el juego, en algo tan sencillo como divertirse y dejar que el triunfo venga solo. Los dientes apretados como signo de la rabia propia de quien se cree el mejor son tres puntos que no valen. Ganar así no tiene ningún valor. Cualquiera puede hacerlo con un poco de suerte, con la mirada de algún que otro cazador de cabezas que quiere tener a su cargo a todos los que tengan el instinto de asesinos del área. El fútbol no es eso. Y si lo es, ya no es un deporte. Es un negocio que, inevitablemente, corrompe todos los principios basados en el concepto de equipo.
Un equipo es ese batallón que lucha hombro con hombro, poniendo la amistad por encima de los resultados. Es esa roca que no se puede arrollar porque cada uno sabe cuál es su función y que todos los demás dependen de que ese trabajo se haga bien. Es la certeza de que el balón está deseando ser acariciado por los pies de unos futbolistas que saben ser caballeros, que tienen humanidad en su corazón de hierba, que hacen que el viento sude para seguir su estela. Un equipo, si de verdad lo es, tiene que estar formado por once amigos que ponen su fantasía para un servicio común y que, si bien hay algunos que destacan más que otros, todo está en función del resto. Y esas son las  primeras banderas que se despliegan en busca del triunfo.
Juan José Campanella se ha lanzado a hacer su primera película de animación con entusiasmo, con interés y tratando de poner de manifiesto todos los valores positivos que se pueden abrazar rodando un balón. Aunque ha tenido algún error que otro, como dar excesivo protagonismo a un personaje que, luego, apenas tiene importancia, ha salido más que airoso del intento. Los caracteres son reconocibles en esos jugadores de futbolín que forman una camarilla de amigos y que es imposible que se lleven mal a pesar de los rasgos de ídolo que algunos guardan, o de que el líder también quiera destacar. Campanella tiene la inteligencia de decirnos que los jugadores galácticos también son humanos pero que no son útiles si no piensan en el equipo mucho, mucho antes que en ellos mismos. También se ocupa de demostrar, bien a las claras, que el fútbol es un negocio y, como tal, se reviste de ciertos aspectos oscuros que adulteran al deporte y que ahogan cualquier atisbo de valores que se quieran transmitir a la juventud. Fábula moral sobre tapetes verdes que resulta una jugada arriesgada, aunque bien ensayada, que resulta muy difícil de defender. Los engranajes funcionan y su equipo trabaja a la perfección, haciendo que sea mucho más interesante el partido que se disputa en el campo, sin público ni griterío, que el mucho más mediático y alienante que se dirime en un estadio. El fútbol, como cualquier otro deporte, ha crecido demasiado y ya no existen los sentimientos que se deberían tener hacia él, ya es solo un pozo de rabia, de adrenalina a chorro para quien lo practica y para quien lo ve, y así ya no sirve de nada.
Perder también es una forma de ganar cuando el objetivo no es el negocio, sino las personas. El balón puede que no quiera entrar, que la jugada haya sido un error o que los jugadores no sean, precisamente, los más indicados. Eso poco importa. Todo juego es entretenimiento y diversión, por eso es un juego. En el momento en que se convierte en negocio y humillación comienza a ser un circo que no tiene ganadores.

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

A pesar de Campanella, a pesar del romanticismo que desprende la propuesta, esos jugadorcitos animados de futbolín que imitan poses de sus referentes humanos, a pesar del buen humor que he podido atisbar en alguno de los cortes promocionales, no es una película que me llamae a verla en cine. Probablemente yerre pero me esperaré a la difusión televisiva que parece su destino probablemente a corto plazo.

Me da la impresión de que todo lo que cuenta está ya contado y que no me voy a encontrar ningún hallazgo especial más allá de las virtudes que le supongo a priori.

He de decir que a pesar de que, como ya hemos comentado alguna vez, la animación ha dado algunas de las mejores películas de los últimos años, le falta un paso más para convertirse en un cine realmente de nivel superior.

Me parece que hay una tendencia, lógica debido al público inicial objetivo de este tipo de cine, pedagogica y educacional que no sé si es del todo necesaria.

Pongo por ejemplo, "Star Wars" o Indiana, algunos western, heroes tipo Ivanhoe o los de Verne o incluso Salgari. Hay mucho ejemplos en cine o literatura que con gran éxito en el público juvenil o incluso infantil (al menos en mi época), no abundaban en la maniobra ejemplificadora para narrar aventuras que nos parecían alucinantes. Es decir, no es necesario, contarme los avatares de un equipo de futbol para decirme lo bueno que es que todos luchemos juntos, que la solidaridad es lo importante y que es mejor participar que ganar.
Aunque tal vez si lo sea, y al hilo de los comentarios que he vertido hace bien poco en el post cercano, si también eso sobra ya no nos quede casi nada.

Abrazos dudosos.



César Bardés dijo...

Estamos pesimistas ¿eh?
Bueno, yo debería aclarar ciertos puntos. No, no es un peliculón. Es una película de aprobado alto y ya está. Harás muy bien de esperar a su difusión televisiva.
Tengo que disentir en cuanto lo que comentas sobre Verne, Ivanhoe, Salgari, etc...Yo creo que sí hay maniobras ejemplificadora en mucho del cine adaptado. Lo que pasa es que se transmite en valores y no en actitudes. Podríamos decir, quizá, que se hacía de una manera más sutil pero no por ello menos abundante. Siempre he sostenido, por ejemplo, que los western de John Ford estaban llenos de valores positivos (algo que es lo que no abunda en el cine de hoy).
Por otro lado, es cierto, las actitudes ejemplificadoras de la película no son novedosas, lo que es novedoso es aplicarlo al fútbol. No olvidemos, para empezar, que Campanella es argentino y que allí el fútbol se vive de otra manera (lo sé, he estado allí e incluso he vivido en un país de la zona y te aseguro que se vive de otra manera totalmente distinta). Además de eso, no conozco ningún otro deporte que, a pesar de ser de vocación colectiva, resalte más las individualidades que, para más inri, es lo que les llega a los más pequeños. Eso es muy evidente cuando ves a los niños de edades ya entre los 9 y los 12 (público al que perfectamente podría ir dirigida la película) que desprecian la conciencia colectiva del deporte del fútbol y solo lo utilizan como plataforma para ser vitoreados, ensalzados, idolatrados y elogiados. Incluso el estilo de jugar difiere notablemente (me refiero al término "jugar" de manera inocente, no experta) de la que podríamos tener nosotros. O, al menos, esa es mi experiencia. Siempre estuve en clases en las que, habiendo buenos jugadores que destacaban por sí mismos, se primaba la colectividad por encima de la individualidad (ya sé que eso se forma de manera inconsciente) y eso llevaba a otra consecuencia que los niños de hoy en día no creo que lleguen ni a atisbar: era mucho, mucho más divertido y mucho, mucho menos competitivo en el peor sentido del término. Ya no hablemos de los padres de falso orgullo que creen a pie juntillas que tienen un "crack" en casa y están convencidos de que va a jugar en el Real Madrid, como si eso fuera coser y cantar y dependiera solo y exclusivamente de la habilidad del chaval (en la mayoría de los casos, auténticas mediocridades).
Y es que hay algo mejor que participar y es divertirse...porque es muy posible y es una de las mejores fórmulas que conozco para el éxito en el deporte colectivo, que si los que forman un equipo se divierten, ganen de calle.
Abrazos aclaratorios.