Dulce Oharu, la vida no se portó
demasiado bien contigo, no fue amable, ni un camino de rosas, ni siquiera un
respiro en un bosque de bambú. La vida fue tu tirano, se obstinó en ahogar
todos tus sentimientos y hacer de ti algo muy parecido a un animal y, sin
embargo, tú permaneciste mujer, quisiste seguir siendo mujer. Aún haciendo los
trabajos más humillantes, sufriendo el desprecio más hiriente…seguías siendo
mujer. Y te sentaste delante de un auditorio lleno de cerámicas para contar tu
vida y que se rieran una vez más de la desgracia ajena. Oharu, dulce Oharu,
descansa tus pies y tus huesos, la vida no es más que una alcahueta que siempre
favorece a los más poderosos.
Dulce Oharu de sonrisa de
crisantemo y modales llenos de elegancia, tú sabes lo que es sufrir pero
también saber lo que es sentir. Tu tesoro en este destino lleno de maldad ha
sido precisamente ése, has sentido cosas que los demás ni siquiera han llegado
a intuir. Has amado con todas tus fuerzas, te has entregado a todo lo que has
hecho con una resistencia propia de mujer, has sido tan bella que ningún hombre
quería amarte, solo poseerte, has penado y pedido limosna, has cantado al aire
con la voz quebrada y los dedos entumecidos, has creído ver la felicidad allí,
al fondo del tatami. Oharu, dulce Oharu, eres tan mujer que los escalofríos
recorren mis dedos y el amor invade las líneas que dejo atrás. No desfallezcas
nunca porque solo con existir haces que todos los demás seamos un poco más
valientes.
Dulce Oharu, el cielo te observa
mientras tu sigues de hoyo en hoyo, cada vez con menos fuerzas. El sueño de
cualquier hombre sería dormir a tu lado sintiendo tu calor, sabiéndose cuidado
por ti, acunado por tu mirada, acomodado en tu voz. Y, sin embargo, el barro se
empeña en acumularse a tus pies y lo peor de los hombres sale a relucir
intentando conseguir que no se cuente tu hermosura, tu gracia, tu increíble
superioridad sobre el resto de las mujeres. Escondes tu rostro con discreción
aunque las arrugas se hayan quedado en tu piel y la pena esté instalada en tu
corazón. Y todos los que te acompañamos sabemos que tu piel es única, es tan
valiosa que es oro en carne y que tu corazón es tan grande que rogamos por
tener cabida en él. Oharu, dulce Oharu, quien te conoce ya no se sentirá solo
porque tú eres la que enseñas, de verdad, dónde está la verdadera soledad.
Dulce Oharu, naciste de la
imaginación de Kenji Mizoguchi que te paseó de un lado a otro para demostrar la
auténtica valía de una mujer que pudo parecer corriente pero que fue emperatriz
de humanidad y de cariño. Ella lo tuvo a raudales y nunca dejaron que lo
demostrase en toda su plenitud. Eso hace pensar que, tal vez, un director con
fama de tirano como Mizoguchi no fuera tan malo y tuviera un alma grande, capaz
de contar con valentía las miserias de un país que siempre ha optado por el
fracaso de quienes realmente lo hacen grande.
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